Solemnidad. Santísima Trinidad, Ciclo A )
Rosalino Dizon Reyes.
Dios del amor y de la paz (2 Cor 13, 11)
No está bien que el hombre esté solo. Pero como una persona puede acabar mal
acompañada, nos conviene volver, a instancias de Jesús, a la fuente original.
Dios al principio nos creó, a su imagen, hombre y mujer. Aunque habló en primera
persona plural majestuosa—preferida por los soberanos—cuando estaba por crear
al hombre, Dios no es nada como los monarcas mundanos codiciosos. Su grandeza,
su bondad, su amor, se desborda, dando paso a la creación que proclama su gloria.
Y Dios nos ama tanto que entrega a su Hijo único para nuestra salvación. La
muerte de Jesús por nosotros pecadores es la mejor prueba del amor de Dios.
Jesús es quien de manera convincente nos recuerda al Padre bondadoso y nos da
experiencia de su amor centrífugo.
Resaltando la importancia de la misericordia, Jesús enseña que nunca se debe
olvidar que Dios es, primero que nada, «compasivo y misericordioso», aun con los
de cerviz dura. Por eso, él mismo es amigo de pecadores e incluso rompe
tradiciones por asistir a los necesitados. Mediante su Hijo, «reflejo de su gloria e
impronta de su ser», pasa Dios ante los que gozan de su favor, más íntimamente
ahora que antes.
A los que procuramos ser favorecidos, pues, nos basta con conocer a Jesús para
conocer al Padre. Suponemos que el Padre es distinto del Hijo, pero intuimos por
nuestra fe monoteísta que el uno está en el otro, que son uno, junto con el otro
Defensor, enviado por ambos. De verdad, si, aceptando su invitación: «Ved y lo
veréis», nos quedamos con él, no solo se nos hablará del Padre, del Hijo y del
Espíritu Santo, sino que también nos contagiaremos con el Espíritu del amor
rebosante del Padre en Jesús.
Gustar y ver qué bueno es el Señor: esto es lo más esencial y la base para sanar la
división entre los creyentes que se pelean por las doctrinas; aquí está el secreto de
la buena compañía, un secreto conocido, ya que lo revela el que ha venido para
servir y para entregar su cuerpo y derramar su sangre, para que se congreguen en
uno los hijos dispersos de Dios; esto nos hace capaces de amar.
Sin el amor, opuesto a todo individualismo tragador y todo colectivismo
deshumanizador, no conocemos a Dios, uno y trino, modelo de unión, como san
Vicente de Paúl no omitió mencionar (IV 228-229). Y, según san León Magno, son
especialmente los con solicitud misercordiosa por los pobres quienes reflejan la
bondad de Dios.
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