Solemnidad. Santísima Trinidad, Ciclo A )
Rosalino Dizon Reyes.
La gracia de nuestro Señor Jesucristo, el amor de Dios y la comunión del Espíritu
Santo esté siempre con vosotros (2 Cor. 13, 13)
El Comité de Doctrina de la Conferencia de Obispos Católicos de los Estados Unidos
afirma en una declaración oficial de 21 páginas, y con fecha de 24 de marzo de
2011, que la doctrina sobre Dios presentada en un libro de la Hermana Elizabeth
Johnson, C.S.J., profesora de teología en la Universidad de Fordham, no concuerda
con la auténtica enseñanza católica referente a materias esenciales. Entre otras
tergiversaciones, ambigüedades y errores enumerados en la declaración es la
afirmación de la autora de que el lenguaje humano no alcanza la realidad de Dios.
El comité califica por más radical dicha afirmación, la cual desvía de la tradición
teológica católica que sólo mantiene que el lenguaje humano nunca es adecuado
para expresar la realidad de Dios.
En respuesta, Johnson lamentó que la falta de diálogo entre ella y los miembros del
comité abrió paso a que se tergiversasen tanto el pensamiento de ella como lo que
ella de hecho había escrito. Por haber decido no notificarle a ella de antemano de
que iban a examinar el libro, ni menos, invitarla a tomar parte en una conversación
antes de que se publicaran las conclusiones, los miembros del comité no hicieron
caso, por lo visto, de sus propias pautas. Y la ausencia de la aportación de parte de
la teóloga resultó en que su libro se interpretara erróneamente y se sacaran de él
conclusiones que pintaban un retrato desacertado de la línea fundamental de
pensar desarrollado en el mismo libro. Más tarde, el 1 de junio, a los miembros del
comité les enviaría por escrito Johnson unas observaciones presentadas «en
espíritu del obispo egipcio Atanasio», el cual, promoviendo en aquellos tiempos la
unidad, escribió: « … a los que aceptan todo lo demás que se definió en Nicea y
sólo titubean en lo de “consubstancial” (ομοούσιος), no se les debe tratar como a
enemigos. A éstos no les atacamos aquí como “maniáticos de Arrio” ni como
adversarios de los Padres, sino que dialogamos con ellos como hermanos con
hermanos que piensan como pensamos nosotros y que sólo discuten sobre la
palabra».
Y espero y rezo que prevalezca de verdad el espíritu de san Atanasio de Alejandría
y que realmente se anime del Espíritu de amor y comunión el cuerpo único de
Cristo, aunque de muchos y diversos miembros, en cada uno de ellos—sea pastor,
sea oveja—obra, sin embargo, un mismo Dios (por lo que en parte se hace
imprescindible quizás el canon 212 del Código deDerecho Canónico que se ha de
leer e implementar en su totalidad*). Pues, sin el amor, sin la comunión, no hay
manera ni de expresar auténtica y adecuadamente ni alcanzar verdaderamente la
realidad de Dios, trino y uno.
De hecho, de acuerdo con 1 Jn. 4, el que no ama no conoce a Dios, porque Dios es
amor. Si no amamos, no sabemos nada del gran amor que nos mostró Dios al
enviar su Hijo único al mundo, para que tengamos vida eterna por medio de él. Sin
el amor, no hay recepción del Espíritu que es el regalo de Dios y sirve de prueba de
que uno vive en Dios y Dios en él.
Quien no ama no tiene ni la menor idea de qué se trata la proclamación: «Señor,
Señor, Dios compasivo y misericordioso, lento a la ira y rico en clemencia y
lealtad». No tener un mismo sentir, no vivir en paz, esto indica la ausencia del Dios
de paz y amor.
Y si realmente no queremos correr peligro de destruirnos unos a otros por seguir
mordiéndonos y devorándonos unos a otros (Gal. 5, 15), y así acabar ridiculizando
la revelación del misterio inefable—inalcanzable mediante las palabras—de la
Santísima Trinidad, entonces nos conviene hacerle caso a san Vicente de Paúl y
reconocer que, «para venerar perfectamente» este misterio, y el de la Encarnación,
«no puede darse medio más excelente que el debido culto y el buen uso de la
Sagrada Eucaristía» (RC X, 2-3).
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*Canon 212 dice: § 1. Los fieles, conscientes de su propia responsabilidad, están
obligados a seguir, por obediencia cristiana, todo aquello que los Pastores sagrados,
en cuanto representantes de Cristo, declaran como maestros de la fe o establecen
como rectores de la Iglesia.
§ 2. Los fieles tienen derecho a manifestar a los Pastores de la Iglesia sus
necesidades, principalmente las espirituales, y sus deseos.
§ 3. Tienen el derecho, y a veces incluso el deber, en razón de su propio
conocimiento, competencia y prestigio, de manifestar a los Pastores sagrados su
opinión sobre aquello que pertenece al bien de la Iglesia y de manifestar a los
demás fieles, salvando siempre la integridad de la fe y de las costumbres, la
reverencia hacia los Pastores y habida cuenta de la utilidad común y de la dignidad
de las personas.
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