Comentario al evangelio del lunes, 9 de junio de 2014
Queridos amigos:
Tras la cinquentena pascual, proseguimos el tiempo ordinario. Lo hacemos en la décima semana. El
evangelio de San Mateo nos acompañará durante casi tres meses, nada menos que hasta el 30 de
agosto.
Es bueno que, al comienzo de un nuevo libro, nos informemos acerca de su plan de conjunto. Esto nos
permitirá entender mejor cada parte. No todos disponemos de tiempo y de medios para un estudio a
fondo, pero siempre podemos dar un nuevo paso. Por esa razón, os ofrezco algunos enlaces que nos
proporcionan un acercamiento sencillo.
Os invito a recordar alguna experiencia de sufrimiento.
¿Qué sentimos cuando nos visita el dolor, cuando tenemos la impresión de que las cosas salen torcidas,
cuando parece que la alegría dura tan poco en casa del pobre? ¿Cómo es posible que en la gran familia
de Dios, que es la humanidad, haya tantos millones de personas que pasan hambre, que lloran, que son
perseguidas? ¿A qué extraño plan responde tanta injusticia, tanta corrupción, tanta violencia? ¿De qué
han servido dos mil años de cristianismo?
Contemplando a los pobres y excluidos de su tiempo, Jesús debió de sentir en carne propia el abismo
que hay entre el sueño de Dios y la dura realidad de cada día. Debió de sentir a un tiempo la
impotencia de quien apenas puede hacer nada y la tentación de quien sueña que Dios es un recurso
mágico para resolver todo a golpe de deseo.
¿No sentimos esto mismo cada uno de nosotros? ¿No nos debatimos entre el “no hay nada que hacer”
y el “que venga Dios y lo arregle”?
Mateo comienza el ministerio público de Jesús con la proclamación de las bienaventuranzas. Todos los
detalles de este “discurso programático” son importantes:
Jesús contempla la muchedumbre (Al ver Jesús el gentío) que simboliza a toda la humanidad
doliente. Y siente, como en tantas ocasiones, compasión. Hace suyos los sufrimientos de cada
uno. Los entiende por dentro porque también él, desde el comienzo de su vida hasta el final, se
siente atravesado por la tentación del sinsentido, de reducir a Dios a un poder mágico.
Sube a la montaña, se sienta y comienza a hablar. Todo nos hace pensar que lo que va a decir
tiene el sello de su Padre.
El contenido es paradójico: todos los que sufren (por situaciones injustas o por incomprensión
hacia su tarea) tienen dentro de sí la semilla de la felicidad. La tienen, no en virtud de su rectitud
moral, de sus cualidades, de su resignación o de no sé qué extraña medida compensatoria. Son
felices, sin comparación ninguna con cualquier otro ser humano (rico, satisfecho, potente), porque
Dios se ha puesto de su parte. Son felices porque en el centro mismo de su dolor habita Dios, por
difícil, paradójico y casi inhumano que resulte.
Escribo esto y experimento dos reacciones contrapuestas. La primera se parece mucho a la crítica
marxista de la religión. Si no se entienden estas palabras de Jesús en su verdad, pueden ser utilizadas
como justificación del orden establecido. Si se las acoge a la luz de su propia vida (esta es la segunda
reacción), entonces, no solamente alimentan un gran coraje para luchar por la dignidad de todos los
seres humanos sino que dan sentido a todo sufrimiento que se vive en comunión con el Cristo que sufre
y muere.
No estoy seguro de haber entendido esto, pero sé que sí lo ha entendido Pablo cuando escribe a los
corintios: Si los sufrimientos de Cristo rebosan sobre nosotros, gracias a Cristo rebosa en proporción
nuestro ánimo. O cuando más adelante remacha: Si sois compañeros en el sufrir, lo sois en el buen
ánimo. Y también sé que lo han entendido y vivido muchos sufrientes que han hecho de la prueba un
trampolín de fe, de alegría, de capacidad de lucha, de esperanza contra toda esperanza. En otras
palabras, de felicidad.
¿Se puede vender esta “fórmula” en el supermercado de propuestas para estar bien y ser feliz? Se
puede, pero no tendría ningún éxito de ventas. Seguimos empeñados en transitar otros caminos de
rápida gratificación. Pero chocamos siempre contra la misma piedra. No deberíamos extrañarnos de
nuestra profunda infelicidad.
C.R.