Comentario al evangelio del sábado, 14 de junio de 2014
Al final, Elías lo tuvo claro. No sólo en lo referente a él y a su forma de situarse y de realizar su misión
sino que quiso que otros compartieran su carisma, se enriquecieran de lo que él había vivido y
continuaran adelante. Así lo hizo con Eliseo, dejándole “parte de su espíritu”, que por otro lado, lo
había recibido enteramente de Dios. La respuesta de este joven, al recibir simbólicamente su manto,
fue ir primero a despedirse de sus padres. Lo sorprendente es que si leemos bien el texto, lo que hace
después no tiene nada que ver dar adioses trágicos y emotivos. Más bien se dedica a terminar con lo
que hasta ese momento había sido su vida: quema los aperos de labranza, las yuntas y da un banquete a
los suyos.
Me recuerda un precioso texto de J.M. Ballarín en su libro Francesco:
César quemó las naves para que no pudieran volver atrás los que iban a conquistar Britania. De cara
al mar, aquello suponía una esclavitud que los ataba a la tierra aún desconocida; de cara a Britania,
era una liberación: se habían librado de la tentación de volver a las Galias (…) Esta debe ser la
libertad que viene de Dios. No hay nada más empequeñecedor si empezamos a condolernos de lo que
hemos quemado. No hay nada más grande, con mayores posibilidades de navegar a toda vela, si
tenemos la vista puesta en lo que nos espera.
Eliseo optó por la libertad de quemar las naves y no por la esclavitud de las galeras. Quizá, porque en
palabras del salmista, supo ver que el Señor es su mayor bien, su alegría y toda la herencia que se
puede ansiar. Pero qué difícil vivirlo así nosotros tantas veces…
No parece que se trate de grandilocuentes hazañas ni decisiones llamativas, como si la fidelidad
estuviera en nuestras manos enteramente. Más bien parece que se trata de ser humildemente honrados:
que nuestro sí, sea sí y nuestro no, sea no. Así lo afirma Jesús en el evangelio de hoy. Lo demás, viene
del Maligno, no de Dios.
C.R.