Solemnidad. Domingo de Pentecostés
La misión de la Iglesia
La Palabra: “Paz a vosotros. Recibid el Espíritu Santo. Como el Padre me ha
enviado, así también os envío yo” (evangelio).
1. Según los evangelios, en torno a Jesús de Nazaret se fue creando una
comunidad de discípulos; unos le acompañaban en su actividad como profeta
itinerante y otros acogían su evangelio permaneciendo en sus casas. Al ser
condenado Jesús como un rebelde político y un hereje religioso, es natural que sus
discípulos tuvieran miedo, y sintieran la tentación de que nadie los identificase. Son
elocuentes las negaciones de Pedro. Pero cuando estaban con las puertas cerradas
“por miedo a los judíos”, irrumpen la luz y la fuerza del Espíritu que garantizan la
verdad de Jesucristo: “¡No tengáis miedo!”.
2. “Como el Padre me envió, así también os envío yo”. Jesús es el primer abogado,
Dios de nuestra parte defendiendo la dignidad de todos los seres humanos.
Sintiéndose amado y enviado para que todos tengan vida en plenitud, trató de
infundir esa mística en sus seguidores. Para completar su obra, Dios sigue actuando
con otro abogado, el Espíritu. Jesucristo y el Espíritu son como las dos manos de
Dios que hace suya nuestra condición humana, infundiendo calor y vida en la
humanidad y en la evolución del tiempo.
3. En la revelación bíblica no se define qué es el Espíritu, pero sí sale una y otra vez
la sensación del Espíritu. Es como el aire que nos permite respirar para seguir
viviendo y nos une a todos en la común atmósfera; como el fuego que da calor y
enardece, como el agua que fecundiza los campos y alegre brota en el manantial
para el sofocado por caminar bajo el sol. Un lenguaje simbólico que vemos en
Hechos de los Apóstoles cuando relatan el acontecimiento de Pentecostés. Según la
liturgia de este domingo, el Espíritu de Jesús es “luz que penetra las almas, fuente
del mayor consuelo, descanso de nuestro esfuerzo, brisa en las horas de fuego,
gozo que enjuga las lágrimas y reconforta en los duelos”. Cuando nos abrimos a
esa presencia que rejuvenece, Jesucristo y el Espíritu, las dos manos de Dios,
toman cuerpo y actúan en y con nuestras propias manos.
Fray Jesús Espeja, OP
Con permiso de Palabranueva.net