Solemnidad de la Santísima Trinidad/A
(Ex 34, 4.6.8-9; 2Co 13, 11-13; Jn 3, 16-18)
La Santísima Trinidad no es el producto de razonamientos humanos; es el
rostro con el que Dios mismo se ha revelado…
Hoy es el domingo de la Santísima Trinidad. La luz del tiempo pascual y de
Pentecostés renueva cada año en nosotros la alegría y el estupor de la fe:
reconocemos que Dios no es una cosa vaga, nuestro Dios no es un Dios «spray», es
concreto, no es un abstracto, sino que tiene un nombre: «Dios es amor». No es un
amor sentimental, emotivo, sino el amor del Padre que está en el origen de cada
vida, el amor del Hijo que muere en la cruz y resucita, el amor del Espíritu que
renueva al hombre y el mundo. Pensar en que Dios es amor nos hace mucho bien,
porque nos enseña a amar, a darnos a los demás como Jesús se dio a nosotros, y
camina con nosotros. Jesús camina con nosotros en el camino de la vida (Papa
Francisco, 26 de mayo de 2013 ).
La Santísima Trinidad no es el producto de razonamientos humanos; es el rostro
con el que Dios mismo se ha revelado, no desde lo alto de una cátedra, sino
caminando con la humanidad. Es justamente Jesús quien nos ha revelado al Padre
y quien nos ha prometido el Espíritu Santo. Dios ha caminado con su pueblo en la
historia del pueblo de Israel y Jesús ha caminado siempre con nosotros y nos ha
prometido el Espíritu Santo que es fuego, que nos enseña todo lo que no sabemos,
que dentro de nosotros nos guía, nos da buenas ideas y buenas inspiraciones (Papa
Francisco, 26 de mayo de 2013 ).
Por consiguiente, el misterio de la Trinidad viene a desafiar todas las religiones y
filosofías humanas. Mientras esas religiones, sobre todo las más depuradas, como
el hinduismo y las creencias orientales, conciben a Dios como un todo impersonal,
rozando a veces en el panteísmo, el Cristianismo nos presenta a un Dios personal,
capaz de conocer y amor a sus creaturas. Ninguna religión llegó a concebir que la
divinidad amara realmente a los hombres.
Jesús nos revel￳ que Dios es amor “no en la unidad de una sola persona, sino en la
trinidad de una sola sustancia” ( Prefacio ): es Creador y Padre misericordioso; es
Hijo unigénito, eterna Sabiduría encarnada, muerto y resucitado por nosotros; y,
por último, es Espíritu Santo, que lo mueve todo, el cosmos y la historia, hacia la
plena recapitulación final. Tres Personas que son un solo Dios , porque el Padre es
amor, el Hijo es amor y el Espíritu es amor. Dios es todo amor y sólo amor, amor
purísimo, infinito y eterno. No vive en una espléndida soledad, sino que más bien
es fuente inagotable de vida que se entrega y comunica incesantemente.
Lo podemos intuir, en cierto modo, observando tanto el macro-universo —nuestra
tierra, los planetas, las estrellas, las galaxias— como el micro-universo —las
células, los átomos, las partículas elementales—. En todo lo que existe está
grabado, en cierto sentido, el “nombre” de la Santísima Trinidad, porque todo el
ser, hasta sus últimas partículas, es ser en relación, y así se trasluce el Dios-
relación, se trasluce en última instancia el Amor creador. Todo proviene del amor,
tiende al amor y se mueve impulsado por el amor, naturalmente con grados
diversos de conciencia y libertad.
“¡Se￱or, Dios nuestro, qué admirable es tu nombre en toda la tierra!” ( Sal 8, 2),
exclama el salmista. Hablando del “nombre”, la Biblia indica a Dios mismo, su
identidad más verdadera, identidad que resplandece en toda la creación, donde
cada ser, por el mismo hecho de existir y por el “tejido” del que está hecho, hace
referencia a un Principio trascendente, a la Vida eterna e infinita que se entrega; en
una palabra, al Amor. “En él —dijo san Pablo en el Areópago de Atenas— vivimos,
nos movemos y existimos” ( Hch 17, 28). La prueba más fuerte de que hemos sido
creados a imagen de la Trinidad es esta: sólo el amor nos hace felices, porque
vivimos en relación, y vivimos para amar y ser amados. Utilizando una analogía
sugerida por la biología, diríamos que el ser humano lleva en su “genoma” la huella
profunda de la Trinidad, de Dios-Amor.
La Virgen María, con su dócil humildad, se convirtió en esclava del Amor divino:
aceptó la voluntad del Padre y concibió al Hijo por obra del Espíritu Santo. En ella el
Omnipotente se construyó un templo digno de él, e hizo de ella el modelo y la
imagen de la Iglesia, misterio y casa de comunión para todos los hombres. Que
María, espejo de la Santísima Trinidad, nos ayude a crecer en la fe en el misterio
trinitario.
Padre Félix Castro Morales
Fuente: http://parroquiadelasoledad.org/ (Con permiso a homiletica.org)