Solemnidad. Santísima Trinidad, Ciclo A
El Dios del Amor esté con todos ustedes
En Santa Cruz de la Sierra (Bolivia) se reúne este fin de semana la cumbre del
G-77, convertido, a sus cincuenta años, en G-133. Las delegaciones de los
países reunidos, pertenecientes en su mayoría a las naciones pobres y en vías
de desarrollo de Asia, América Latina, África y Oceanía, elaboran y redactan la
Declaración de Santa Cruz a partir de los doscientos puntos del documento
previo de trabajo y abordan los temas de la erradicación de la pobreza y el
hambre en el Sur, la lucha contra la desigualdad, el desarrollo integral en
equilibrio con la madre tierra, el cambio climático y una nueva estructura
económica para el mundo. Quiera Dios que en esta cumbre de Santa Cruz
reinen, tal como recuerda San Pablo (2 Cor 13,11-13), la alegría y la buena
disposición, el ánimo, la concordia y el espíritu de paz, que son tan necesarios
para afrontar los grandes problemas de esta humanidad atrapada en la red de la
pobreza, de la desigualdad y de la injusticia. En la agenda que surja de esta
cumbre sería muy conveniente acoger un principio moral que nace del Evangelio
en la consideración de los últimos de la sociedad: el trato de igualdad con los
últimos y con los empobrecidos debe ser el criterio fundamental de redistribución
de los bienes producidos en la tierra. Pero esto debía ser asumido de manera
eficaz, no sólo por el G-77, sino por la ONU y las grandes instituciones
económicas y financieras del capitalismo rico. Oremos al Dios del amor para que
esto sea posible.
En este contexto, boliviano y mundial, la Iglesia celebra la fiesta de la Santísima
Trinidad, dogma fundamental del cristianismo, que proclama la unidad en el
amor de las tres personas que son un solo Dios, vivo y verdadero: el Padre, el
Hijo Jesucristo y el Espíritu Santo. Dios es amor, comunión íntima y
comunicación viva de personas en la Trinidad. Ese amor es el Padre que se ha
manifestado en Jesucristo y se nos ha dado con su Espíritu a los seres humanos
para llevarnos hasta la verdad plena y hacernos partícipes de su gloria, incluso
en medio de las tribulaciones del tiempo presente. Y ese Espíritu da vida a la
comunidad eclesial suscitando una vida de resistencia activa y aguante frente a
los envites del mal en todas sus manifestaciones, una vida de mucha más
calidad y una esperanza inquebrantable. Pero el Espíritu no tiene fronteras ni
ideológicas ni nacionales sino que en todo lugar inspira la gracia y el coraje para
seguir comunicando lo que Jesús ha revelado y para poder enfrentarse a los
poderes que oprimen, maltratan o desprecian al ser humano y su dignidad, con
el arma exclusiva de la palabra.
"Tanto amó Dios al mundo que le dio a su único Hijo para que todo el que crea
en él tenga vida eterna". Esta frase capital en el evangelio de hoy (Jn 3,16-18)
es clave también al comienzo de la encíclica de Benedicto XVI sobre el amor (DC
1) y sintetiza el mensaje de vida que la comunidad eclesial anuncia en este
domingo de la Trinidad. Dios es Amor en la comunión de tres personas y esa
identidad común amorosa que irradia misericordia, perdón, entrega y paz es la
que comunica a los humanos, imagen y semejanza suya, para que vivamos la
grandeza de ser con otros, de reconocer y valorar al otro, de amar al otro y de
entregarse a los otros.
El pueblo de Israel a través de su historia, llena de dificultades y llena de
ambigüedades, fue descubriendo a un Dios que se les revelaba como Padre
misericordioso y como Dios de la liberación. En el texto del Éxodo se manifiesta
como un Dios misericordioso y fiel, dispuesto siempre a perdonar a su pueblo
(Ex 34,4-9). Se les reveló como el que tomaba la causa de los empobrecidos de
la historia y los llevaba a la humanización verdadera. Ese Dios que había
apostado por el ser humano humillado, esclavizado, oprimido y vulnerable,
decide acompañar a Israel y defenderlo frente a todo poder imperial que
buscaba imponerse sobre ellos; es el Dios liberador de toda opresión y de toda
marginación impuesta por los imperios de turno y es sobre todo, el Dios que
perdona las culpas y pecados de su pueblo. Frente a él, Israel tiene un
compromiso radical de configurar su vida y su sociedad desde la sabiduría de
ese Dios que, por puro amor y pura gratuidad, ha querido declararlo su pueblo.
Jesús, el Hijo de Dios hecho hombre, es el Dios del Amor entregado a la
humanidad para que ésta tenga vida. Por eso él es la gracia. Jesús es la mejor
forma de entender el misterio profundo de Dios. Él es quien nos reveló al Padre,
es quien en definitiva nos manifestó la esencia trinitaria de Dios. Durante toda la
vida en carne de Jesús fue mostrándonos las facetas maravillosas que él había
experimentado de Dios, su Padre. La vida transparente y coherente de Jesús
revela lo que Dios es en sí mismo: la eterna verdad, el eterno amor, la eterna
misericordia, la verdadera justicia. Jesús es Dios hecho historia, es Dios
asumiendo la realidad humana, redimiendo su creación; por eso entender el
mensaje de no poder y de justicia enseñado por Jesús, y vivir bajo sus
principios, es entrar en una estrecha relación de sentimiento y de vida con el
Dios Trinidad.
El Espíritu, prometido por Jesús a la comunidad recién fundada, es la fuerza de
Dios hecha amor y resistencia que acompaña a la Iglesia en su caminar por la
historia. Él es la fuerza de la comunión eclesial. El Espíritu terminará de
enseñarle a la Iglesia lo que tiene que hacer para lograr configurarse
plenamente con Dios en el proyecto de vida, de justicia y verdad enseñado por
Jesús y ratificado con su muerte en cruz. Los seguidores de Jesús muerto y
resucitado tenemos que llegar a transparentarlo en nuestra vida para que el
mundo crea en el Dios verdadero que ha creado este mundo y que desea que
ésta su creación llegue a la plenitud. Sólo podremos transparentar a Jesús
muerto y resucitado, si permitimos que el Espíritu de Dios actúe en nuestras
vidas, y si nos dejamos moldear por ese Espíritu, para poder vivir y testificar el
amor de Dios trino y uno en medio de esta historia y en medio de nuestras
propias comunidades.
Nosotros podemos vivir el amor trinitario cuando comprendamos que Dios está
dentro de cada uno de nosotros y nos da fuerza para hacer lo que Jesús hizo:
entregarse a los demás. Cuando hacemos unión con otros, la fuerza de Dios se
nos activa y la entrega a los demás se hace más posible porque la comunidad -
manifestación trinitaria en esta historia- nos ilumina, nos apoya y nos corrige.
Por eso la Iglesia es la expresión de la Trinidad, porque es un grupo de personas
que al sentirse hermanos y al apoyarse mutuamente facilitan la acción de Dios
que está en ellos, como Padre que ama, como Hijo que se entrega y como
Espíritu que da fuerza.
José Cervantes Gabarrón, sacerdote misionero y profesor de Sagrada Escritura