Pautas para la homilía
Solemnidad. El Santísimo Cuerpo y Sangre de Cristo
El que come mi carne y bebe mi sangre tiene vida eterna
Un acercamiento sincero a nuestra realidad parece permitir afirmar que nos
encontramos en momentos difíciles para la eucarística. En poco tiempo hemos sido
testigos de un indudable descenso de la participación de los fieles y de una cierta
desafección (de los de fuera y de los de dentro) hacia la celebración litúrgica de la
misa. Y esto, cuando seguimos afirmando que en la eucaristía se expresa y realiza
todo lo que somos como comunidad cristiana, que es su centro y su cumbre.
Las preguntas se suscitan por sí mismas. ¿Son todo lo que celebramos “verdaderas”
eucaristías? ¿Hemos sabido educar a las comunidades cristianas en el sentido y
actualidad de la Cena del Señor?...
Memoria y Profecía
Celebrar la Cena del Señor es sin duda un acto de la memoria. Los creyentes nos
incorporamos a aquel gesto en el que Jesús resume sus signos y su mensaje acerca
del Reino de Dios, asociándonos a su vida y destino. “Hacemos aquello en memoria
suya” porque nos sentimos herederos de su promesa y continuadores de su misma
tarea.
Sin embargo, entender la mesa del Señor únicamente desde los parámetros del
recuerdo –aún cuando sea un recuerdo agradecido- resulta reductivo y excluye
gran parte de su potencialidad.
En clave creyente, la eucaristía ha de proyectarse hacia el futuro, convertirse en
profecía, no sólo porque anticipa la muerte del Señor, sino más bien porque la
explica y llena de contenido. Más allá de un acto cultual, el creyente acepta vivir
bajo el signo de la cruz y la esperanza de la resurrección. Se descubre el sentido de
la vida (la de Jesús y la nuestra) en la entrega por amor a los demás. (cf. Gustavo
Gutiérrez).
La pregunta por los ausentes
De la celebración de la Eucaristía nace la construcción de la comunidad humana y
de la comunidad de la Iglesia. La comida común reconstruye la unidad y la
solidaridad perdidas y dirige en la perspectiva del Reino a todos los seres humanos.
Reunidos en torno a la mesa del Señor se hace posible la comunicación, compartir
una misma suerte y una misma esperanza y salir al encuentro de aquellos que
todavía no han encontrado un sitio entre nosotros.
La Eucaristía, signo de la presencia del Señor, promueve la fraternidad de quienes
nos reunimos en su nombre, pero ha de llevarnos necesariamente a preguntarnos
también por quienes aún están ausentes.
Construyendo espacios de Esperanza
En la fiesta del Cuerpo y Sangre de Nuestro Señor, Día de la Caridad, Cáritas nos
recuerda que en estos tiempos en los que de tantos modos los más débiles son
despojados de su dignidad, de su “apariencia humana”, la Iglesia ha de aparecer
ante el mundo como un espacio capaz de reconstruir aquello que mejor nos
construye como personas: la esperanza. En palabras del Papa Francisco, nuestro
mundo “está necesitado de respuestas que alienten, que den esperanza, que den
nuevo vigor en el camino. La Iglesia tiene que ser el lugar de la misericordia
gratuita, donde todo el mundo pueda sentirse acogido, amado, perdonado y
alentado a vivir según la vida buena del Evangelio.” (EG, 114)
De aquí nace el imperativo evangélico de la Caridad, que deviene solidaridad
comprometida. Celebrar la entrega desinteresada de Jesús de Nazaret -su cuerpo
entregado, su sangre derramada- nos hace volver la mirada hacia tantas víctimas
de un modelo social y económico radicalmente injusto que sigue condenando a
millones arrastrar la cruz de la miseria y el desprecio.
En el día de la Caridad se nos invita a ser “cirineos”, a poner nuestros esfuerzos al
servicio de la causa del Reino para aliviar el sufrimiento de tantos.
En clave de Resurrección
Es el Señor resucitado quien se hace vivo y presente en la Eucaristía, ofreciéndose
como pan compartido para la vida eterna. Celebrar la eucaristía en esa clave de
resurrección es sentirse urgido a alzar la voz en favor de la vida allí donde no hay
más que muerte y desesperación. Es hacer realidad la voluntad del Dios que
resucita a su Hijo para mostrarnos la victoria de la justicia de Dios sobre la
injusticia humana.
Fray Juan Antonio Terrón Blanco
Casa de Stmo. Cristo de la Victoria (Vigo)
Con permiso de: dominicos.org