LA SOLEMNIDAD DEL CUERPO Y LA SANGRE DE CRISTO, CICLO A
(Deuteronomio 8:2-3.14-16; I Corintios 10:16-17; Juan 6:51-58)
Cuesta apreciar la innovación del pan blanco durante el siglo pasado. Los que
hacen chistes del pan Bimbo no conocen bien su historia. Al final del siglo
diecinueve la mayoría del pan comprado fue horneado en las “panaderías
celulares” debajo condiciones sórdidas. Frecuentemente sus hechores agregaron
aserrín para aumentar el peso del producto. Entonces hace más o menos cien
años comenzaron a hacer el pan en panaderías tan grandes como fábricas. Lo
pusieron en bolsas selladas para prevenir contaminaciones de entrar. La gente
prefería el pan blanco hecho con harina blanqueada porque podía ver que no
tenía contaminaciones. En tiempo cortaron el pan en rebanadas para hacer
sándwiches y ponerlo en la tostadora. Durante la Segunda Guerra Mundial
comenzaron a agregar las vitaminas para que la gente no sólo tuviera la mayoría
de las calorías del pan sino también una buen parte de los nutrientes necesarios.
A pesar de que el pan blanco representa una revolución en la historia de la
comida, los sofisticados ahora se lo burlan. Apuntan al pan que cuesta cinco
dólares por libra como sumamente superior. Una criticona dijo que el pan
blanco es para la gente que no tienen sueños. Respondió un sabio que la gente
que comía pan blanco ciertamente soñaba pero sus sueños eran modestos – una
vida sana y estable en la cual sus hijos podrían madurar para hacerse personas
productivas y responsables. Ahora podemos ver un paralelo entre la evaluación
del pan blanco y la del “pan de la vida”, el Cuerpo de Cristo.
A través de los siglos ha habido escépticos rechazando el pan eucarístico como
absurdo. Como los judíos en el evangelio hoy, preguntan: “’¿Cómo puede
(Jesús) darnos a comer su carne?’” Sin embargo, hoy en día se encuentran
varios creyentes con conceptos similarmente distorsionados. Algunos piensan
que está bien recibir la hostia después de mirar la pornografía sin recurrir al
Sacramento de Reconciliación. Igualmente lamentable es el hecho de muchos
abandonando la Eucaristía dominical para mirar la tele. No se dan cuenta de
que sea necesario aprovecharse del sacramento para vivir rectamente con la
plenitud de la vida como su destino.
Usualmente la comida que consumimos se hace parte de nuestros cuerpos. Las
moléculas de proteína, carbohidrato, y gordas son ingeridas para darle al cuerpo
la energía y el aumento. Pero no es así con el Cuerpo de Cristo. En lugar de
formarse en nosotros, el Cuerpo de Cristo nos envuelve en sí mismo. Unidos tan
íntimamente con el Señor Jesús podemos compartir en el amor de la Santísima
Trinidad. Este amor nos impulsa a ir el kilómetro extra para visitar al enfermo
con cáncer o dar pésame a la viuda con hijos pequeños. Por ser unidos con
Cristo podemos también esperar la vida eterna que él ya tiene como hombre
resucitado de la muerte.
Dentro de poco vamos a rezar juntos el Padre Nuestro. La oración se ha hecho
tan ordinario que pensemos que la entendemos bien. Sin embargo, hay una
petición entre las siete que cuesta apreciar. Cuando pedimos “nuestro pan de
cada día” no tenemos en cuenta el pan Bimbo para que no desfallezcamos del
hambre. Más bien, según los expertos, estas palabras significan algo
supersustancial para hacernos santos. Eso es, el pan eucarístico no solamente
nos da la energía sino el amor para hacer lo bueno. Por eso, se llama el pan
eucarístico “el pan de la vida”.
Padre Carmelo Mele, O.P.