Solemnidad. El Santísimo Cuerpo y Sangre de Cristo, Ciclo A )
Rosalino Dizon Reyes.
¿ El pan es uno, y así nosotros (1 Cor 10, 17)
Dios nos alimenta mientras peregrinamos por el desierto hacia la ciudad
permanente. Si no nos nutrimos de lo que Dios nos proporciona, nos contaremos
entre los muertos en vida y no conoceremos la justicia, la paz, la unidad.
Como nuestros padres, somos peregrinos y forasteros. Mas el dueño del orbe, y de
cuanto éste contiene, nos toma por huéspedes suyos. Nos suministra lo necesario.
Nos alimenta de balde hasta del pan celestial, «a punto, de mil sabores, a gusto de
todos», tan desconocido que preguntamos asombrados «¿Qué es esto?».
Pero más increíble todavía es que Dios da buen trato incluso o especialmente—si se
tiene en cuenta la actitud de Jesús—a los de cerviz dura, a los injustos, «a los más
enfadosos y difíciles» (frase de san Vicente de Paúl, X 916). Así de bueno es
nuestro Padre celestial; no hay nadie bueno más que él. Esto quiere decir que nadie
realmente es merecedor de ningún bien que procede de Dios.
Todo es cuestión de gracia. Se le da de comer y de beber a Elías, no por sus
méritos, no porque este que se proclama «el único profeta que queda» ha
desenmascarado la falsa religión, sino porque él se está desesperando y necesita
fortaleza para un viaje largo. «La Eucaristía … no es un premio para los perfectos,
sino un generoso remedio y alimento para los débiles» ( EG 47), lo que es coherente
con la convicción de que Jesús no vino a llamar a los justos, sino a los pecadores,
por quienes entregó finalmente su cuerpo y derramó su sangre.
La muerte de Jesús por los pecadores demuestra la grandeza extraordinaria del
amor divino. Y si su amistad con los pecadores provoca escándalo, cuánto más su
muerte por ellos. Seguramente, quienes no superan tal aversión hacia uno que
queda marginado, a causa de las pretensiones de superioridad de otros,
preguntarán también: «¿Cómo puede éste darnos a comer su carne?». Añadiran:
«Este modo de hablar es inaceptable, ¿quién puede hacerle caso?», y se echarán
atrás para seguir siendo como sepulcros encalados.
Pero Jesús, manso y humilde de corazón, aún no se retracta. Insiste en la suma
importancia de comer su carne y de beber su sangre. La importancia está en el
significado efectivo del Sacramento: «el que pierda su vida por mi causa la
salvará»; «al que recogía mucho, no le sobraba, y al que recogía poco, no le
faltaba»; comer del mismo pan es formar un solo cuerpo; amar a los hermanos,
compadecernos de los necesitados, es pasar de la muerte a la vida; no nos basta a
los peregrinos con saciarnos, si otros peregrinos no se sacian.
Con permiso de somos.vicencianos.org