Comentario al evangelio del martes, 17 de junio de 2014
“Amad a vuestros enemigos y orad por los que os persiguen”
Jesús parece partir del supuesto de que todos tenemos “enemigos”. Por desgracia este supuesto lo
confirma nuestra propia historia. ¿Quién no tiene archivado en el disco duro de la memoria su lista
personal, más o menos larga, de enemigos? Se ha llegado a decir que “enemigo” es una palabra sin la
cual no se puede escribir la historia, ni siquiera la historia bíblica. Es verdad. Desde que existieron dos
hermanos sobre la haz de la tierra –Caín y Abel-, llevamos inscrita en algún lugar de nuestras entrañas
la incurable costumbre de enemistarnos. Podemos hacer un recuento de anécdotas personales y
desempolvar así todo ese inútil sufrimiento causado por la violencia, los sentimientos heridos y, sobre
todo, el miedo, el horror ante la amenaza que el otro representa.
Frente a esa generalizada y asfixiante realidad, Jesús se atreve a proponernos lo inédito: “Atrévete a
amar a quien ni te ama, ni se lo merece”. Pero, ¿es posible amar así? Si no se intenta, no se sabrá
jamás. La historia nos habla de personas que lo intentaron y... ¡resultó! ¿Cómo consiguieron auparse
sobre el resentimiento y la venganza? Lo lograron dejándose empujar por aquella misma fuerza secreta
que movía desde dentro a Jesús. Intentaron lo imposible y llegaron a lo imprevisible. Su arma secreta
la tenían dentro. Con razón dice aquel proverbio africano: “Si no tienes un enemigo dentro, poco
podrán los de fuera”. ¿A qué nos lleva esta enseñanza evangélica?
A pedir al Espíritu Santo que nos conduzca al interior del enemigo para descubrir que en su corazón no
es un perverso repugnante, sino alguien que se equivoca. No sabe lo que hace. Actúa mal por
ignorancia. Si alguien le dijera la verdad... Lo que nos hace hermanos -o enemigos- no es el hecho de
tener dos ojos, sino nuestra forma de mirar.
A amar en serio, sin sentimentalismos bobalicones, con iniciativas, con obras, dando el primer paso.
Amar es adelantarse. Y debo empezar yo, sin esperar a que sea el otro quien comience. La esencia del
amor cristiano es el amor a los enemigos; o sea a aquellos que no quieren comenzar.
A descubrir que, en no pocos casos, no es que sean los demás nuestros enemigos, sino que somos
nosotros quienes nos situamos enfrente de ellos. A veces ellos ni se enteran de la peligrosa temperatura
de nuestro odio contenido. Orar por los enemigos es buen aliviadero del resentimiento. Una cura de
oración limpia nuestros ojos interiores.
Sería un buen ejercicio para el día de hoy que pudiésemos repasar esa lista escondida de personas a las
que consideramos como enemigos, sentados a los pies de un Crucificado. Y, con este recuerdo
doloroso de rostros y episodios, releer este evangelio hasta dejarnos convencer y convertir por el Dios
de las heridas. Sería nuestra modesta pero eficaz colaboración para sofocar la cruel e interminable
amenaza de los odios y las guerras. Y así haremos del enemigo el mejor de los maestros que
encontramos en nuestra vida.
Juan Carlos Martos
( martoscmf@claret.org )
Juan Carlos Martos, cmf