SOLEMNIDAD. EL SANTíSIMO CUERPO Y SANGRE DE CRISTO
EL DIA DE CORPUS
Padre Pedrojosé Ynaraja
Cuando uno es viejo, mis queridos jóvenes lectores, tiende a recordar y comparar.
Recordar lo que se elaboró en su interior y lo que ha vivido en su entorno. Resulta
muy interesante someterse a un tal proceso, ya que es como reconstruirlos en
relieve. Y verse y juzgarse sumergido en ellos.
Yo no sé quién me habló por primera vez de la comunión. Recuerdo como me
enseñaron en familia a rezar y como lo hacíamos juntos cada día. Recuerdo la
catequesis de preparación en un colegio de hermanos maristas de Burgos.
Recuerdo mi primera confesión y mi primera comunión. También la asistencia
siempre a misa los domingos. Y, como os decía, recuerdo y comparo la realidad de
mi entorno, y os confieso que me siento satisfecho espiritualmente de mi
experiencia eucarística.
Si amar y estar rodeado de amor, es tener a Dios al lado. Si leer, proclamar y
meditar la Palabra, es comulgar con Dios-Verdad. Si sumir la Eucaristía fervorosa o
aun algo distraídamente, es alimentar eficazmente el espíritu, o acercarme al
sagrario y abrazado a él, confiarle mis ilusiones, pedirle ayuda y asistencia en mis
fracasos, es consuelo. No me siento, pues, nunca solo, ni fracasado.
No ha sido fácil vivir la fe en la Eucaristía. Reflexiono ahora y me doy cuenta de que
mis concepciones de las cosas, o de mí mismo, dependían de ideologías griegas,
que ni correspondían a la enseñanza del evangelio, ni podían casar con las
concepciones de la realidad, de mi misma realidad, que yo ahora asumo. Me
costaba estar convencido de la presencia del Cuerpo, Sangre, Alma y divinidad del
Señor en la Eucaristía, porque partía de unos postulados físicos, que son los que
ahora no me convencen. Creo que a generaciones futuras les será más fácil aceptar
la presencia, porque no dependerán, como nosotros dependemos, de unos
conceptos de la ciencia física ya obsoletos.
He vivido la duda y el fervor, y de ninguna de las dos cosas me arrepiento. La
Eucaristía es alimento espiritual fundamentalmente y estoy de ello convencido, por
el provecho que he recibido. En nuestra vida corporal, podemos gozar de buenos
sabores y alimentarnos y disfrutar del buen gusto que tenían. O comer
despreocupadamente y aun así sentirnos más tarde satisfechos, sin ni siquiera
recordar lo que hemos comido, pero siendo conscientes de que nos hemos
alimentado y de que hemos obtenido el vigor necesario para continuar nuestras
tareas diarias.
Algo semejante pasa con la comunión. Algo así ocurrirá, si la recibimos con
frecuencia. Guy de Larigaudie dice: nunca debemos decir mañana, o tal día, iré a
comulgar. En todo caso advertir, tal día no comulgaré, porque no recibirla, debe ser
la excepción. Una cosa es que aceptemos el que podamos comulgar distraídos, pero
nunca debemos banalizar la Eucaristía. Ir a misa y comulgar porque los demás lo
hacen, sintiendo la incredulidad en nuestra mente, comulgar por no hacer un feo a
quien nos ha invitado a un acto en que se incluye la misa, es enorme error.
Aquellos que dicen: deja que comulguen si quieren, que no les causará ningún mal,
se equivocan rotundamente. El más rico manjar, el plato más apetitoso, el mejor
cocinado y saludable, si quien lo engulle tiene mal el estómago, no lo asimilará y
seguramente le causará dolor la mala digestión y si reincide con frecuencia, dañará
seriamente su salud.
Podemos invitar a rezar, recomendar tener confianza en Dios, convidar a misa y se
una a la plegaria litúrgica. Serán, sin duda, pasos al frente, que le acercarán a la
unión más íntima que es la comunión.
Otro ejemplo y que nadie le parezca incorrecto. Hubo un tiempo que en los piensos
de ciertos animales, se les añadía por sistema, una dosis de antibiótico. Se creía
impedir por adelantado posibles infecciones. Tal vez pudieron vender a buen precio
aquellos bichos, pero la segura consecuencia general, ha sido la contribución a que
nuestros ríos vayan cargados innecesariamente de estos fármacos y que enfermos
que los necesitan ya no logren su curación, por la resistencia que hacia ellos tienen
ciertas bacterias que les enferman.
Lamentaría que este mensaje mío de hoy, os llevara a pensar que os estoy
apartando de la comunión, mis queridos jóvenes lectores, y es todo lo contrario. La
vida espiritual exige Fe e higiene. Precisa la oración asidua, como la vida corporal
necesita buena respiración. Cuando con humildad, espiritualmente limpios, en
cuanto podamos, quiero decir, arrepentidos y obtenido el perdón de Dios en el
sacramento de la Penitencia, vamos a comulgar, aunque estemos algo distraídos en
aquel momento, los frutos que dará en nuestro interior la Eucaristía, serán
magníficos.
Si os preguntáis cómo puede un misionero resistir las dificultades de la vida en un
país adverso a la Fe cristiana, o de dónde saca fuerzas una Hermana o un Hermano
que atiende a un enfermo achacoso, molesto, impertinente, incurable, pero
respetable, o como es capaz de atender a sus hijos con cariño una madre a la que
no le llegan ingresos o ella misma está enferma, como soporta una vida entregada
al servicio de los fieles, prescindiendo de goces tan atractivos y legítimos como el
matrimonial, descubriréis que la energía la saca del Señor que le llega y permanece
en él, mediante la frecuente comunión.
Cuando miro atrás respecto a mi vida y me pregunto el porqué de que no haya
abandonado ni el ministerio, ni la fidelidad a mi vocación, no encuentro otra
respuesta que la de que en poquísimas ocasiones dejo de celebrar misa. Y que
como soporte tampoco dejo de rezar más o menos bien. Algunos días ambas cosa
pueden parecer rutina y no soy capaz más que de decirle a Dios: pronunciaré unas
frases buenas que he aprendido, es lo único que puedo ofrecerte hoy, pero continúa
protegiéndome y amándome. Y no lo dudéis, me comparo con muchos y me siento
mucho más feliz que ellos.
No os creáis que olvido los textos de la misa de hoy. Los repaso ahora y creo que lo
que os he escrito, mis queridos jóvenes lectores, corresponde a su contenido.
Hablaros de lo que pudo ser el maná del desierto, de las hipótesis que hacen los
estudiosos sobre su origen, me parece que hubiera sido pura erudición. La corta
segunda lectura, el fragmento de una carta de San Pablo a los corintios, es tan
evidente su enseñanza, que me ha parecido que no era necesario ningún
comentario.