Solemnidad. Santísimo Cuerpo y Sangre de Cristo, Ciclo A
Lecturas bíblicas
a..- Dt. 8,2-3.14-16: Te alimentó con el maná, que tú no conocías ni
conocieron tus padres.
En estos pasajes bíblicos encontramos el recuerdo de la peregrinación y privaciones
que pasó Israel, en cambio, la segunda, se refiere al reposo y la abundancia de
bienes que produce la tierra fértil. Ambas circunstancias, sirven para probar la
fidelidad y la cercanía de Dios para con ellos. En la primera situación, el hambre y
la pobreza son toda una prueba de confianza en la providencia de Yahvé; en la
segunda, es la abundancia de los frutos de la tierra, que Dios hace fértil para su
pueblo. La predicación en la primera situación es orientada hacia la tierra de
promisión, en el segunda es desde dentro de la misma; mientras en una la
esperanza es para alcanzarla, en la segunda etapa es el recuerdo de haberla
habitado. En ambos casos es la tierra del Señor, por lo tanto del reposo y de la
alianza, lo que el predicador quiere resaltar. Les dio el maná, pero sobre todo les
dio los mandamientos, “porque el hombre no vive sólo de pan sino de toda palabra
que sale de la boca de Dios” (v. 3). Es su palabra la que les da vida a los israelitas
en el desierto (cfr. Am. 8, 11; Ne. 9, 29; Pr. 9,1-5; Sab. 16, 26; Si. 24, 19-21; Jn.
6, 30-36. 68). El recuerdo lo quiere convertir el autor sagrado, en memorial de la
obra de Yahvé, pero además hacer al hombre responsable hoy de la situación del
país. El recuerdo del pasado adquiere sentido en el presente, porque si bien los
humilló, los probó, también es verdad que los sustentó con el maná, muestra de su
cercanía y providencia amorosa; el desierto no es un paso sin sentido,
precisamente ese paso retrata lo que es el pueblo formado por hombres y mujeres
pobres, hambrientos, en definitiva, necesitados de Yahvé. Sacia no sólo su hambre
de pan, sino sobre todo el darle un sentido a su peregrinar, por medio de la
promulgación de sus mandamientos, palabra de vida y de esperanza para entrar en
la tierra de la promesa (cfr. Dt. 30,15ss; 32, 47). El autor pasa del pasado, el
desierto, a la tierra, ya conquistada fértil, dando sus frutos, por eso canta y
agradece a Dios este don. Pero también es tiempo de prueba en el sentido de verla
sólo como fruto de su esfuerzo, sin la dimensión trascendental, por lo tanto, quien
come el pan sin esta condición, lo comen pero sin el sustento de la palabra de
Yahvé; el pan de la abundancia, sin Dios, no es pan de vida: le falta la gratuidad y
la bondad de Dios. La mirada al desierto histórico, advierte en el presente la
posibilidad de perder la visión de fe con que hay que vivir la realidad. Aunque se
posea la tierra buena, es siempre futuro que construir, revisar y caminar hacia él,
es el espacio que el hombre ocupa hoy el hombre y Dios. La memoria del pasado,
hecho por el autor sagrado, quiere revivir, desde la salida de Egipto hasta la
conquista de la tierra prometida, la idea que siempre es tiempo de entrar en la
tierra de la promesa, o no entrar, y no olvidar, como hizo Israel, que es Yahvé
quien los acompañó en todo ese peregrinar, y atribuir a la sola naturaleza la
prosperidad de la tierra de Canaán. Es la esperanza la que responde a todas estas
interrogantes en clave de alianza, como don de Dios, la tierra y la respuesta fiel del
pueblo.
b.- 1Cor.10, 16-17: El pan es uno, y así nosotros, aunque somos muchos,
formamos un solo cuerpo.
El apóstol Pablo, quiere hacer la diferencia entre los ritos idolátricos y la Eucaristía,
advierte que en ambos casos se entre en comunión con la divinidad, ya sea con
Dios o los ídolos. Solo así se entiende la pregunta que Pablo hace a sus lectores,
acerca de la comunión que se produce entre los que comulgan el pan y el vino con
EL Cuerpo y la Sangre de Jesucristo, el Señor. Agrega algo fundamental para el
cristiano, que al mismo tiempo que se produce esa mística unión con Jesucristo, se
produce además la unión de los miembros de la asamblea que celebran la
Eucaristía. Un único Pan, para formar un sólo Cuerpo místico que forman todos los
creyentes. Es de vital importancia comprender, que mientras se celebra la liturgia
de la Palabra y luego la liturgia eucarística, el Espíritu Santo, teje la unidad, entre
todos los que conforman la asamblea eclesial. El momento después de comulgar,
denominado de acción de gracias, es precisamente para orar en lo interior, por los
intereses de la Iglesia, de la sociedad y de los propios. Si Jesús ha ingresado en
nuestro espíritu, lo lógico es que entremos con ÉL, para dialogar, alabar, adorar,
agradecer y pedir. Si toda la asamblea hace esto se entra en comunión con Cristo y
entre nosotros.
c.- Jn.6, 51-59: Mi carne es verdadera comida y mi sangre es verdadera
bebida.
El evangelista nos presenta el discurso sobre el Pan de la Eucaristía en toda su
realidad de banquete y de unión con Jesucristo, Pan de vida eterna. Además de
creer en Jesús, hay que comer su Cuerpo, y más que su Cuerpo su carne. El Padre
nos dio a su Hijo, pero este nos da su carne y su sangre, para ser comida y bebida.
Hay un progreso en el lenguaje y en el sentido respecto al discurso del Pan de vida.
“El pan que yo les daré es mi carne” (v. 51). Alusión a la institución de la Eucaristía
realizada por Jesús, el jueves santo, donde carne viene a reemplazar cuerpo, quizás
más cercana a las palabras usadas por el Maestro esa noche. El evangelio nos dice
que si la persona de Jesús, por medio de la fe es el camino a la vida eterna, ahora
se agrega que es su Carne, el verdadero Pan de la vida. Hay un progreso ya no es
el Padre el protagonista, si no el Yo del Hijo (v. 35. 48. 51), se pasa del presente al
futuro. Se alude a la Encarnación, “mi carne” pero también a la muerte, muy
asociada a la Eucaristía “vivirá para siempre (v. 51) y a la resurrección (v. 54). En
el texto: “Es mi carne por la vida del mundo” (v. 51), hay una clara alusión a la
muerte de Cristo, con lo que entiende el apóstol, hay un íntima relación entre la
Eucaristía y su sentido de sacrificio cruento, es decir con derramamiento de sangre
(cfr. 1 Cor. 11, 24), en el altar de la Cruz, considerando la voluntad del Padre que
entrega su Hijo amado, por la salvación del mundo (cfr. Jn. 3, 15-16). Comer su
carne y beber su sangre, en el propósito del evangelista, consiste en oponerse a la
herejía del docetismo: se afirma la realidad de la humanidad de Cristo: la
Encarnación (cfr. 1 Jn. 1, 1-2), precisamente para evitar la espiritualización de su
humanidad, es decir, Cristo tiene cuerpo y sangre, que ahora, se ofrece para ser
comida y bebida en el banquete eucarístico. Lo más opuesto a esa corriente del
docetismo, sería comer y beber su cuerpo y su sangre. Con ello se quiere presentar
la Eucaristía, como continuación de la Encarnación, donde el Verbo se hizo carne, y
la Eucaristía donde su carne se come y su sangre se bebe, para poseer la vida
eterna. Todo este misterio eucarístico se vive en la fe en Aquel que nos amó hasta
el extremo, por lo mismo, sin ella, no hay sacramento de vida eterna. Si no hay fe
en la Eucaristía, tampoco la habría en el misterio de la Encarnación ni en la Pasión y
Resurrección, de la cual es actualización. Respecto a esto último, hay que decir que
hay claras referencias a la escatología final: “yo lo resucitaré el último día” (v. 54) y
“vivirá para siempre” (v. 58). En ambos casos se demuestra que tener la vida,
significa estar unido a Jesús. El evangelista, en el fondo, se suma a otros autores
del NT., que unen la Eucaristía al tema de la vida eterna o escatología final (cfr.
1Cor. 11, 26; Mc. 14, 25; Lc. 22, 18). En el aquí y ahora de la vida encontramos
estas palabras: “El que come mi carne y bebe mi sangre, permanece en mí y yo en
él” (v. 56). Esta comunión con Jesucristo es una participación sacramental, pero
muy real de aquella que existe entre el Padre y el Hijo, comunión sellada con su
sangre preciosa y con cada uno de los que cree en este misterio de amor humano y
divino de entrega y consumación. Si Jesús Sacramentado es llevado por nuestras
calles y ciudades hoy en solemne procesión, es para darnos vida y salud de
resucitados. Su bendición debe llegar a todos.
San Juan de la Cruz, el místico del amor divino, descubre en la fuente de la fe, la
comprensión de una vida eucarística: “vivo pan”, “pan de vida”, lo llama él, es decir
en la fe y sólo en la fe. “Aquesta eterna fonte está escondida en este vivo pan para
darnos vida, aunque es de noche. Aquesta viva fuente que deseo en este pan de
vida yo la veo, aunque es de noche” (Poesía del alma que se huelga de conocer a
Dios por fe).
Padre Julio Gonzalez Carretti OCD