Solemnidad. El Cuerpo y Sangre de Cristo, Ciclo A. )
Mario Yépez, C.M.
Haz memoria y glorifica al Señor Jesús, Pan de Vida
El Libro del Deuteronomio, a modo de testamento, refiere a Moisés hablando a los
hijos de Israel, recordándoles la importancia de su origen. Por eso, la evocación del
pasado sirve de estímulo para que Israel confíe cada vez más en el Dios de Israel
que le acompaña hacia la consecución de la promesa de la tierra prometida. La
alianza sellada en el Sinaí se entiende desde esta perspectiva deuteronómica en la
que se condiciona la protección del Señor por el cumplimiento estricto de los
mandamientos dados por mediación de Moisés. Así, al llegar a la tierra y
establecerse, se hace necesario que Israel haga siempre un ejercicio de memoria y
se acuerde de dónde brotó su existencia. Por tanto, el recuerdo de la salida de
Egipto sostiene la confianza de un futuro promisorio para Israel no sin antes sufrir
también diversas situaciones que afianzaron justamente el tema de su seguridad
única y exclusivamente en el Dios revelado en su propia historia. El desierto, el
hambre y la sed, pasan a ser los elementos de una etapa de “prueba” que fortalece
las muchas veces frágil memoria de un pueblo que puede terminar de confundirse y
olvidarse de su origen. Así, donde no hay nada, lo pueden tener todo; donde hay
hambre y sed, se puede saciar con pan y agua, pero para esto es preciso depositar
su confianza en el Señor. Aquel maná se convirtió en un signo prodigioso de la
providencia divina que Israel siempre se vio motivado a recordar y de esa manera
aprender a confiar.
En el contexto de la exhortación de Pablo acerca de los banquetes idolátricos a los
cristianos de Corinto, propone la coherencia de celebrar el recuerdo de la Cena del
Señor sin participar de tales comidas ofrecidas a los ídolos. No se equipara el hacer
memoria de la última cena con la participación de estos banquetes a deidades
paganas y por ello es preciso fundamentar el tema de la comunión con Cristo y
alejarse de tales reuniones que pueden terminar confundiendo a los iniciados y a
los mismos cristianos de Corinto. Así, participamos del único cáliz y del único pan
siendo muchos, con lo cual entramos en el misterio de comunión con Cristo. Como
vemos el memorial de la Cena del Señor configura la unidad de la comunidad
cristiana y determina así su identidad.
El evangelio de Juan nos presenta este discurso eucarístico en el capítulo 6 a
continuación del largo episodio recogido en la tradición de la multiplicación de los
panes y el prodigio de Jesús caminando sobre el mar. Jesús es el pan de vida y se
presenta como tal ante la reacción de la gente que acude en masa a buscar a quien
le pudo satisfacer de pan material. La contraposición es evidente: pan común que
uno puede comer por un instante y luego vuelve a sentir hambre y el pan de vida
que ha bajado del cielo que sacia totalmente y da vida eterna. Jesús empieza en el
discurso a aclarar esta afirmación: Moisés no fue quien dio pan sino el Padre; el pan
de vida hay que buscarlo, hay que creer en él para alcanzar así la vida eterna; solo
quien ha bajado del cielo puede darnos a conocer el medio para entrar en comunión
con el Padre y su plan de salvación; el maná fue un signo de la providencia de Dios
pero no se puede comparar con el pan de vida que es Cristo mismo, comer el
cuerpo y beber la sangre de Cristo es integrar en nuestro ser aquello que es tan
necesario para vivir no sólo en este mundo sino en la vida eterna y porque creemos
en la resurrección comulgamos el cuerpo y la sangre de Cristo. De modo que solo
tenemos vida plena si participamos de este banquete donde el mismo Cristo se da
como alimento.
Celebrar esta solemnidad del Cuerpo y la Sangre de Cristo nos debe llevar a
comprender la identidad eclesial en el misterio eucarístico, no sólo en cuanto
misterio que reverenciamos y adoramos sino como signo de unidad de los
creyentes en Cristo. Desde nuestra fe, nadie discute la presencia real de Cristo en
el pan y el vino consagrados, pero se nos hace cada vez más difícil poder entender
cómo este misterio de amor es eficaz en la unidad de los creyentes. Pablo ha
advertido algunos problemas de incoherencia al participar del memorial de la Cena
del Señor y esto nos debe motivar la reflexión acerca de la importancia de la
comunión eucarística en relación a la comunión eclesial. “La Eucaristía edifica a la
Iglesia y la Iglesia hace a la Eucaristía” nos dice el documento “Ecclesia de
Eucharistia” y deberíamos profundizar de verdad esta íntima relación. No somos
capaces de reconocer lo necesario en nuestra vida sino cuando sentimos su
ausencia y es lo que le pasó a Israel. Después de haberse forjado en la soledad del
desierto, invitado a confiar en su presencia a través de la mediación de Moisés y la
Ley en el caminar del desierto sin agua ni pan, llegó el tiempo del asentamiento en
la tierra prometida y la monarquía. Será en este tiempo de estabilidad donde Israel,
seguro de lo que tenía, se olvida de su origen y se aferra a la religión de otros
pueblos. Por eso la voz de los profetas y de la tradición deuteronómica será
justamente hacer memoria del pasado. Esto también nos suele pasar en relación a
Dios. Olvidamos nuestro pasado, donde solo necesitábamos de Dios, pero el cambio
de perspectiva en la vida nos hace desconocer nuestro origen y nos aferramos a
una vana seguridad en las cosas de este mundo. Jesús nos pide ser coherentes con
nuestra religiosidad. La Eucaristía es el centro de la vida de la Iglesia y los
cristianos estamos llamados a que este misterio de amor y comunión no se quede
solo en el sagrario sino que trascienda y llegue al corazón mismo de la comunidad.
Tú y yo llevamos a Cristo presente cuando comulgamos ¿no nos hace esto personas
comprometidas para la comunión de la Iglesia y signos de unidad para el mundo?
¿Crees en la resurrección? Pues comulga. ¿Crees en Jesús que es el pan que ha
bajado del cielo? Pues vive esa verdad con la coherencia de tu vida, y esto implica
la aceptación de la realidad sacramental en plenitud como auxilio de gracia para el
hombre no solo como bendición de Dios ante los peligros que puedan venir sino
como testimonio de credibilidad en su Palabra y su mensaje. Si el salmista pidió
cantar al pueblo de Israel: ¡Glorifica al Señor Jerusalén! Hoy nos pide a nosotros
que hagamos lo mismo; ya no a la Jerusalén terrenal sino a la Iglesia que espera la
manifestación gloriosa del Hijo único del Padre en su Reino y que ya lo vivimos
como sacramento en la propia Eucaristía.
Con permiso de somos.vicencianos.org