XII Domingo Ordinario/A
No tengan miedo
En el fragmento evangélico que hemos escuchado Jesús en varias ocasiones nos
invita a no tener miedo, a vivir sin miedo (Evangelio), porque el Señor ha salvado
la vida de su pobre de la mano de los malvados (Primera lectura). Por una parte,
“no teman a los hombres”, y por otra “teman” a Dios (cf. Mt 10, 26. 28). Benedicto
XVI ense￱a que podemos distinguir “entre los miedos humanos y el temor de Dios.
El miedo es una dimensión natural de la vida. Desde la infancia se experimentan
formas de miedo que luego se revelan imaginarias y desaparecen; sucesivamente
emergen otras, que tienen fundamentos precisos en la realidad: estas se deben
afrontar y superar con esfuerzo humano y con confianza en Dios. Pero también hay,
sobre todo hoy, una forma de miedo más profunda, de tipo existencial, que a veces
se transforma en angustia: nace de un sentido de vacío, asociado a cierta cultura
impregnada de un nihilismo te￳rico y práctico generalizado”.
“Ante el amplio y diversificado panorama de los miedos humanos, la palabra de
Dios es clara: quien ‘teme’ a Dios ‘no tiene miedo’. El temor de Dios, que las
Escrituras definen como “el principio de la verdadera sabiduría”, coincide con la fe
en él, con el respeto sagrado a su autoridad sobre la vida y sobre el mundo.
No tener ‘temor de Dios’ equivale a ponerse en su lugar, a sentirse señores del
bien y del mal, de la vida y de la muerte. En cambio, quien teme a
Dios siente en sí la seguridad que tiene el niño en los brazos de su madre (cf. Sal
131, 2): quien teme a Dios permanece tranquilo incluso en medio de las
tempestades, porque Dios, como nos lo reveló Jesús, es Padre lleno de misericordia
y bondad”.
El Papa Francisco dice que “Cuando estamos invadidos por el temor de Dios,
entonces estamos predispuestos a seguir al Señor con humildad, docilidad y
obediencia. Esto, sin embargo, no con actitud resignada y pasiva, incluso
quejumbrosa, sino con el estupor y la alegría de un hijo que se ve servido y amado
por el Padre. El temor de Dios, por lo tanto, no hace de nosotros cristianos tímidos,
sumisos, sino que genera en nosotros valentía y fuerza. Es un don que hace de
nosotros cristianos convencidos, entusiastas, que no permanecen sometidos al
Señor por miedo, sino porque son movidos y conquistados por su amor. Ser
conquistados por el amor de Dios. Y esto es algo hermoso. Dejarnos conquistar por
este amor de papá, que nos quiere mucho, nos ama con todo su corazón.
“Quien lo ama no tiene miedo: “No hay temor en el amor -escribe el apóstol san
Juan-; sino que el amor perfecto expulsa el temor, porque el temor mira al
castigo; quien teme no ha llegado a la plenitud en el amor” ( 1 Jn 4, 18). Por
consiguiente, el creyente no se asusta ante nada, porque sabe que está en las
manos de Dios, sabe que el mal y lo irracional no tienen la última palabra, sino que
el único Señor del mundo y de la vida es Cristo, el Verbo de Dios encarnado, que
nos amó hasta sacrificarse a sí mismo, muriendo en la cruz por nuestra salvaci￳n”.
Todos, pues, ¡tenemos muchos problemas!, que nos dan miedo. Lo importante es
estar siempre atentos para escuchar en el corazón la palabra consoladora de Cristo:
“No tengan miedo”. No tengamos miedo a que Cristo se vaya metiendo en nuestro
coraz￳n, y nos pida cosas, sino más bien “tomemos la mano que él nos tiende: es
una mano que no nos quiere quitar nada, sino s￳lo dar…”. “Teman más bien al que
puede hacer perder alma y cuerpo en el infierno”. Al que hemos de temer es al
demonio -que nos tienta casi sin que nos demos cuenta-, y al pecado, que nos
quita la gracia. “No debemos desconfiar de Dios ni desesperar de su misericordia;
no dudemos ni desesperemos de poder ser mejores: porque, aunque el demonio
nos haya podido precipitar desde las alturas de la virtud a los abismos del mal,
¿cuánto mejor podrá Dios volvernos a la cumbre del bien, y no solamente
reintegrarnos al estado que teníamos antes de la caída, sino también hacernos más
feliz de lo que parecías antes?” (Rábano Mauro).
No debemos tener miedo porque estamos en las manos de Dios; si Él lleva cuenta
hasta de los cabellos de nuestra cabeza y de los gorriones del campo, cuánto más
no cuidará de nosotros, que somos sus hijos. No tengamos miedo, no, pues los que
persiguen a los discípulos de Jesús podrán matar el cuerpo, pero no el alma ni la
libertad interior. No tengamos miedo, pues el mismo Jesús, ante su Padre, dará
testimonio de nosotros si nosotros le somos fieles. ¡No tengáis miedo de Cristo! Él
no quita nada, y lo da todo. Quien se da a él, recibe el ciento por uno. Sí, abramos,
abramos de par en par las puertas a Cristo, y encontraremos la verdadera vida.
Padre Félix Castro Morales
Fuente: http://parroquiadelasoledad.org/ (Con permiso a homiletica.org)