SOLEMNIDAD DEL CORPUS CHRISTI. CICLO A.
(Jn. 6, 51-58)
En aquel tiempo dijo Jesús a los judíos:
«Yo soy el pan vivo que ha bajado del cielo: el que coma de esta pan vivirá
para siempre. Y el pan que yo os voy a dar es mi carne para que el mundo
tenga vida».
Entonces los judíos se pusieron a discutir entre sí:
«¿Cómo puede éste darnos a comer su carne?»
Jesús les dijo:
«Yo os aseguro: Si no coméis la carne del Hijo del hombre y no bebéis su
sangre, no podréis tener vida en vosotros. El que come mi carne y bebe mi
sangre, tiene vida eterna y yo lo resucitaré el último día.
Mi carne es verdadera comida y mi sangre es verdadera bebida. El que
come mi carne y bebe mi sangre, permanece en mí y yo en él. Como el
Padre, que me ha enviado, posee la vida y yo vivo por él, así también el que
me come vivirá por mí.
Este es el pan que ha bajado del cielo; no es como el que comieron
vuestros padres, pues murieron. El que come de este pan vivirá para
siempre».
CUENTO: LA EUCARISTÍA, UN TESORO PARA COMPARTIR
Un campesino estaba haciendo un pozo en su campo. Cuando llevaba horas
cavando, encontró un cofre enterrado. Lo sacó de allí y al abrirlo, vio lo que
nunca había visto en su vida: un fabuloso tesoro, lleno de diamantes,
monedas de oro y joyas bellísimas. Pasado el primer momento, el
campesino se quedó mirando y al cofre y pensó que todo aquello era un
regalo de Dios que él no merecía. Él era un simple campesino que vivía feliz
trabajando la tierra. Seguramente habría habido alguna equivocación, por lo
que tomó el camino que conducía a la casa donde vivía Dios para
devolvérselo. Mientras caminaba, encontró a una mujer llorando al borde
del camino. Sus hijos no tenían nada para comer. El campesino tuvo
compasión de ella y, pensando que a Dios no le importaría, abrió el cofre y
le dio un puñado de diamantes y monedas de oro. Más adelante vio un
carro parado en el camino. El caballo que tiraba de él había muerto. El
dueño estaba desesperado, porque su caballo era lo único que tenía para
trabajar y vivir. El campesino abrió su cofre de nuevo y le dio lo suficiente
para comprar un nuevo caballo. Al anochecer llegó a una aldea donde un
incendio había arrasado todas las casas. Los habitantes de la aldea dormían
en la calle. El campesino pasó la noche con ellos y al día siguiente les dio lo
suficiente para que reconstruyeran la aldea. Y así iba recorriendo el camino
aquel campesino. Siempre se cruzaba con alguien que tenía algún
problema. Fueron tantos que, cuando le faltaba poco para llegar a la casa
de Dios, sólo le quedaba un diamante. Era lo único que le había quedado
para devolverle a Dios. Aunque poco le duró, porque cayó enfermo de unas
fiebres, y una familia lo recogió para cuidarlo. En agradecimiento, les dio el
diamante que le quedaba. Cuando llegó a la casa de Dios, éste salió a
recibirle. Y antes de que el campesino pudiera explicarle todo lo ocurrido,
Dios le dijo:
- Menos mal que has venido amigo. Fui a tu casa para decirte una cosa,
pero no te encontré. Mira, en tu campo hay enterrado un tesoro. Por favor,
encuéntralo y repártelo entre todos los que lo necesiten.
ENSEÑANZA PARA LA VIDA:
Terminamos este domingo el tiempo de las grandes fiestas cristianas con la
festividad del Corpus Christi, el Cuerpo y la Sangre del Señor. Todo el
misterio y el contenido de la fe cristianas condensados en un sencillo
pedazo de Pan y Vino, convertidos con la mirada de la fe en alimento de
vida y de salvación. Esta fiesta, que tiene además relación, en especial en
España, con dimensiones culturales y folclóricas, tiene un origen histórico
en el fomento de las devociones populares en torno a la Eucaristía y, sin
duda, un carácter de afirmación católica frente al descafeinado sentimiento
eucarístico protestante. Pero más allá de todo esto, sin duda que el sentido
de este día tiene su marco en la Eucaristía, sacramento supremo de nuestra
fe, Presencia Real de Cristo en nuestras vidas, Alimento de nuestro
peregrinar por la vida, en medio de las complejidades de nuestro mundo
actual. No porque lo índices de participación de los católicos en la
Eucaristía dominical sean ínfimos en comparación con la mayoría sociológica
que se confiesa católico o creyente, deja de tener importancia la Eucaristía
en la vida del cristiano. Lo que tenemos que preguntarnos es qué hemos
hecho mal para que la gente se aleje masivamente, al menos en el
occidente europeo, de la asistencia y participación en la Misa dominical. Qué
mala pedagogía hemos usado para que la gente y en especial los jóvenes
simplemente digan que se aburren en nuestras celebraciones eucarísticas. Y
es que muchas veces la celebración de la Eucaristía deja mucho que desear
en cuento fiesta del encuentro, sacramento de la fe, fuente y alimento de
solidaridad para con los más pobres. Y encima suelen ser celebraciones sin
dinamismo, sin alegría, frías, distantes, con rollos tremendos por parte de
los curas que no dicen nada a la gente normal en su vida normal. Más que
multiplicar misas o aumentar los espectáculos públicos mitad culturales y
mitad folcklóricos, deberíamos revisar a fondo la forma y la pedagogía de
nuestras Eucaristías, que no deben ser momentos aislados en la vida de los
creyentes. Si la Eucaristía no es vida ni refleja la vida, no llevará a la vida,
no se hará necesaria para nuestras vidas. Si la Eucaristía no va unida a un
crecimiento de la fe real en el Cristo real, todo quedará en un mandamiento
o un cumplimiento que al final se abandona. Si la Eucaristía no transforma
realmente nuestras vidas y las hace signos visibles del compartir, de la
solidaridad, de la lucha por la justicia, la muerte de Cristo y su causa no
habrá contribuido a la transformación de este mundo ni habrá llegado el
Reino de Dios. Fiesta, fe, Palabra, compromiso, alegría, ésas con las claves
para entender este Misterio maravilloso de la Presencia Real de Cristo en el
Pan y en el Vino de la Eucaristía. Y no hará falta sacar custodias rutilantes
por nuestras calles para que Cristo camine por nuestras ciudades y nuestros
pueblos. Cada cristiano es una custodia viviente y visible de ese Cristo
Eucarístico que prolonga su misión y su amor en la vida de los propios
cristianos. Como nos dice el cuento, la Eucaristía es un maravilloso tesoro
que Dios nos ha regalado, pero no para quedárnoslo, sino para hacerlo vida
en el compartir solidario con los más necesitados. Por eso, este día del
Corpus es igualmente día del AMOR, día del COMPARTIR, día de la
SOLIDARIDAD. Sin esta dimensión, la Eucaristía es un rito vacío. Sin amor,
no hay fe cristiana; sin participación en la Eucaristía, se enfría la fe y se
duerme el amor. ADOREMOS, AMEMOS, A ESTE CRISTO QUE QUISO
PERMANECER CON NOSOTROS DE FORMA MISTERIOSA PERO REAL EN LA
EUCARISTÍA. Y HAGAMOS QUE CRISTO PASEE POR NUESTRAS VIDAS
DURANTE TODA ESTA SEMANA QUE COMENZAMOS Y SE HAGA
AMABILIDAD, SONRISA, ESPERANZA, AYUDA, SOLIDARIDAD Y ENTREGA
PARA QUIENES SE CRUCEN EN LOS CAMINOS DE NUESTRA EXISTENCIA
COTIDIANA Y REAL