Solemnidad. San Pedro y San Pablo, apóstoles (29 de Junio)
Rosalino Dizon Reyes.
¡A él la gloria por los siglos de los siglos! (2 Tim 4, 18)
Acertamos si confesamos que Jesús es el Mesías, el Hijo de Dios vivo. Pero al igual
que el primero que acertó, somos a veces tan torpes para conocer la identidad
íntegra del Mesías que tarde o temprano oímos la reprimenda: «¡Quítate de mi
vista, Satanás!».
Pero no nos desesperemos. Lo decisivo es la gracia de Dios. Sin ella, no se nos
revela a los de carne y hueso lo que nos trasciende. Con ella, los que nada
podemos todo lo podemos.
Cuando es frágil el elegido, entonces es inquebrantable. El Señor le da otro nombre
que corresponde al ministerio confiado y le capacita para servir de fundación de su
Iglesia insumergible. Se le otorga a un pecador el poder de abrir y cerrar, de atar y
desatar, para que perdone, en bien de todos, hasta setenta veces siete. Jesús reza
por el presuntuoso para que su fe no falle, y que, cuando se caiga, pueda
levantarse y fortalecer a sus hermanos, y convencerles luego de que tanto los
judíos como los gentiles se salvan por la gracia.
Quien cuenta es Dios. Él se escoge a los que nada cuentan. Incluso se aparece por
último a un perseguidor para hacerle trabajar por la Iglesia más que los llamados
primero. Le da fuerzas para anunciar íntegro el Evangelio. Por su parte, el apartado
con san Bernabé para la evangelización de los gentiles sigue considerándose el
primer pecador de todos y reconoce que quien trabaja no es él, sino la gracia de
Dios.
Ojalá tengamos el sentimiento paulino y la convicción petrina. Los éxitos no se
deben a nuestros esfuerzos. Y quienes esto saben tienen motivos, como dice san
Vicente de Paúl, para desconfiarse de sí mismos y mayores motivos para confiar en
Dios (V 152). Evitan asimismo «la vana complacencia y la demasiada inquietud»
(Reglas Comunes CM XII 4).
Son humildes los firmes en la verdad de que el crédito hay que dárselo a Dios.
Ellos, a diferencia de aquellos con «cintas anchas y borlas llamativas en sus
mantos», no se señalan a sí mismos, sino hacia Alguien más grande, su Libertador;
él debe crecer y ellos disminuir. Tampoco tienen la pasión de parecer superiores (XI
238). Al contrario, sirven humildemente especialmente a los pobres, gastando y
desgastándose. Imitan lo que conmemoran en la Eucaristía.
No sea que nosotros, la Iglesia, vivamos nuestra confesión de fe, formaremos parte
del problema, no de la solución, y seremos piedra de tropiezo, no de edificación, no
daremos en el blanco.
Con permiso de somos.vicencianos.org