Domingo 14 ordinario Ciclo A
No trates de tu riqueza a los que viven en la pobreza
México, mi patria, que cuenta con incontables riquezas naturales, ha llegado a
ser un país de pobres. Se habla de 52 millones de gente que vive en la pobreza
a veces total y sin embargo es de todos conocido que las clases dirigentes, en
concreto los diputados y senadores, viven en la opulencia, en el despilfarro y en
el derroche. no sé si en otras naciones ocurra lo mismo, pero para nosotros
constituye una vergüenza esa tremenda desproporción entre la masa de gente
que no tienen nada, ni siquiera dignidad y la de los que lo poseen todo y viven
en un mundo aparte, desconociendo la situación de las gentes que los eligieron y
mostrándose insensibles ante su angustiosa situación. Me llamó poderosamente
la atención que hace ya algunos años, en un pueblecito que está al paso de mi
tierra Guanajuato, se veía que las condiciones de sus habitantes era sumamente
precaria, y de momento, en lugar de mejorar la situación de sus pobladores, de
la noche a la mañana se sembró una pared a todo lo largo de la ranchería, que
ocultara ante los ojos de todos, lo que ocurría detrás de aquél muro que no era
como el de Berlín, pero con consecuencias similares, sin poder transponer los
umbrales no por falta de libertad, sino por falta de medios económicos.
Ya Jesús hablando a las gentes que regían, gobernaban y mangoneaban la
situación religiosa y la propia conciencia de sus conciudadanos, imponiendo
pesadas cargas, verdaderos yugos sobre ellos, centenares de prescripciones y
prohibiciones sin señalar lo que era esencial de lo que era secundario, les
hablaba de la condición de los poderosos que esclavizan a los pobres y los meten
en condiciones de extrema necesidad y es a ellos entonces a los que se dirige
para ayudarles a llevar la carga, pero no desde fuera, sino comprometiéndose
con cada uno de ellos, con una comparación que no podía ser más explícita:
“Vengan a mí, todos los que están fatigados y agobiados por la carga y yo les
daré alivio. Tomen mi yugo sobre ustedes y aprendan de mí, que soy manso y
humilde de corazón, y encontrarán descanso, porque mi yugo es suave y mi
carga ligera”. ¿Habían escuchado palabras más consoladoras en todo el
Evangelio de Jesús?
Vengan a mí… hay que correr a Jesús, cada uno de los que asisten a la misa
dominical traen cargando su cruz, pesadas cargas que sólo Dios sabe cómo
resistirán, recordando que Cristo Jesús no trajo la cruz, esa se la impusieron los
hombres, pero nos enseñó a cargar con ella, sin aspavientos, sin amarguras, sin
renegar, sin echarle la culpa a los demás. Vengan, todos los que está fatigados y
agobiados, hay gentes que así están y que se imaginan que esa es la voluntad
de Dios, unos fregados y otros que gozan y disfrutan, sin imaginar que Cristo
Jesús dio su vida para que esa situación fuera cosa del pasado, y la abundancia
de los bienes de la tierra fueran patrimonio para toda la humanidad. El alivio de
los hombres será el Señor, sus llagas, sus espinas, y su sangre que se da para
que tengan vida y la tengan en abundancia.
“Tomen mi yugo, aprendan de mí, que soy manso y humilde de coraz￳n…”
alguien se podría sentir ofendido porque el yugo sólo lo usan los animales, los
“gueyes” y Cristo invita a tomar el suyo, lo que en otras palabras significa que él
quiere correr la suerte de cada uno de los que el Padre le confió, aún a costa de
su propia vida. Yo me siento confortado porque Cristo ofrece descanso, en
recompensa de haberle aceptado, lo cual no quiere decir que no haya dolor, cruz
y entrega, pero es una cruz que redime, salva y libera de todas nuestras
esclavitudes. El amor lo transforma todo, aunque él mismo pida entrega
donaci￳n y generosidad. Finalmente Cristo afirma: “mi yugo es suave y mi
carga es ligera”, son las promesas de Cristo que increíblemente no acaban de
convencer a nuestra humanidad para transformarnos en otra humanidad nueva,
distinta, más cristiana, como el mismísimo Agustín, el gran Agustín, que
postergaba y postergaba su conversión, su entrega y su donación al que lo
amaba tanto, hasta que tuvo que reconocer que había perdido mucho tiempo
sin haber gozo de la predilección y el amor de Cristo Jesús.
Finalmente, aunque esto deberíamos haberlo dicho al principio, Cristo en un
profundo arranque de sinceridad y de entrega, le da gracias al Padre y alaba y lo
alaba, al Señor de los cielos y la tierra, porque ha escogido a los que llegaría su
mensaje, y no precisamente a los que saben mucho o disfrutan de muchas cosas
sino a aquellos que han sabido abrir su corazón para gozar del amor con el que
el Padre Bueno ha querido honrarnos: “Yo te alabo, Se￱or… porque has revelado
tu mensaje a las gentes sencillas…gracias Padre, gracias”.
El Padre Alberto Ramírez Mozqueda espera sus comentarios en
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