Solemnidad del Sagrado Corazón de Jesús, Ciclo A.
Lecturas bíblicas
a.- Dt. 7, 6-11: El Señor se enamoró de vosotros y os eligió.
Dios ha escogido a su pueblo Israel, solo por amor, para ser su propiedad. No hay
otra razón. El pueblo en sí no ofrece ninguna grandeza, al contrario es el más
pequeño de los pueblos (v.7). A sus padres los hizo hijos, los liberó de la esclavitud
de Egipto. Las generaciones posteriores, se saben amados y libres, gracias a esta
iniciativa divina, y ninguna otra razón habla de la grandeza de este pueblo. La
mayor prueba de este amor se encuentra en su fidelidad, en la constancia y la
solidez de este amor. No hay amor semejante, puesto que Dios sigue mando a sus
hijos conservando su relación de alianza con las nuevas generaciones, tal como lo
hizo con sus padres. Es aquí donde debe nacer el llamado a renovar la promesa de
fidelidad a la alianza, como respuesta. Sentirse llamados ya es un signo de
elección, lo que supone un ofrecimiento. El amor de Dios por los padres continúa en
los hijos. El juicio de Dios es sólo para quienes rechazan su amor manifestado en
sus leyes y preceptos; quien no los cumple será juzgado. El autor presenta de este
modo la retribución personal por parte de Dios, de ahí la siguiente exhortación:
“Guarda, pues, los mandamientos, preceptos y normas que yo te mando hoy poner
en práctica. Y por haber escuchado estas normas, por haberlas guardado y
practicado, Yahvé tu Dios te mantendrá la alianza y el amor que bajo juramento
prometió a tus padres” (v.11).
b.- 1Jn.4,7-16: Él nos amó.
Dios es amor y nos ha amado primero, por lo mismo, debemos amarnos los unos a
los otros. Antes nos ha presentado el mismo precepto del amor en su lado
negativo, es decir, aquel que no ama, peca, y el pecador no puede conocer a Dios
(cfr. 1Jn. 3, 11. 15. 22). Si Dios es amor, quiere decir que el medio para llegar a
Dios, es amar. Con esto el apóstol quiere dar a conocer el origen del amor y no
como sostenían los gnósticos, que conocer a Dios, era la forma como el hombre
podía amar a Dios. El amor que el hombre siente por Dios siempre es una
respuesta. Amor que se manifiesta en Cristo Jesús, en la historia de la salvación. La
acción de Dios en Cristo, demuestra al hombre en qué cosa consista el verdadero
amor: amor de predilección, amor liberador de los pecados, es decir remedio y
sanación interior. Este amor de Dios, presentado como el motivo de nuestras
relaciones fraternas es la fuente del amor al prójimo. Dios es invisible, es decir,
nadie ha visto a Dios (v.12), lo conoce sólo quien lo ama y que el camino del amor
pasa por los hermanos. El amor del hombre por Dios, es inseparable del amor del
prójimo. El apóstol, también ha dicho que Dios vive en nosotros (v. 12; cfr. 1Jn. 3,
24). Esta realidad cristiana y teológica, no nace del amor fraterno, que puede caer
en el subjetivismo. Va más allá. Es necesario darle un fundamento objetivo, fuera
de nosotros, en cristiano, esta realidad viene del Espíritu Santo, Dios nos ha dado
su Espíritu: “En esto conocemos que permanecemos en él y él en nosotros: en que
nos ha dado de su Espíritu” (v.13). El cristiano es claramente consciente de una
vida nueva que nace de lo interior, vida que le ha sido dada por Dios. Presencia que
se transforma en fuerza regeneradora. La gloria de Dios manifestada en Cristo, hizo
que los que lo vieron y escucharon, compartieron sus enseñanzas y signos,
contemplaran la gloria de Dios (cfr. Jn. 1, 14), al Mesías, el Salvador. Es la
comunión con Cristo Jesús de quien confiesa toda esta realidad, puede recibir la luz
que reverbera en su Faz de Hombre y Dios verdadero y la vida eterna. El apóstol,
señala que los cristianos han conocido el amor de Dios en Cristo y por medio de
Jesucristo. Si Dios viene al hombre por el camino del amor, también quiere que el
hombre vaya por el mismo camino a sus hermanos, los hombres.
c.- Mt.11, 25-30: Soy manso y humilde de corazón.
Estos versículos nos hablan del misterio de la filiación de Jesús, Hijo de Dios, su
relación con el Padre. La revelación de la paternidad divina, Dios es Padre de Jesús,
lo sabemos por Jesús, y de todos los bautizados, punto fundamental de la
predicación del Hijo (cfr. Jn. 6,7-15). Es precisamente en la paternidad divina,
donde se resume toda la relación de Dios con los hombres en la economía del NT.
La acción de gracias se refiere al rechazo de la palabra de Jesús por parte de los
escribas y fariseos, especialmente los primeros, que eran expertos en el estudio de
la Ley. El misterio que conlleva el reino de Dios no se entiende desde la sabiduría
de los hombres. La acción de gracias, es una aceptación de la voluntad del Padre,
de su proyecto que no puede ser aceptado ni comprendido sino por los pequeños,
los humildes, que desde su pequeñez y límite, desde su pobreza humana y
espiritual, buscan mejorar su vida. Desde esta realidad evangélica y teológica, la
autosuficiencia del hombre, la soberbia, es impedimento para abrirse al misterio de
Dios. Son los sabios e inteligentes del mundo, incluidos los hombres religiosos, pero
necios a los ojos de Dios. Este proyecto o economía de salvación, se acepta o se
rechaza, pero no se discute ni mucho menos se es indiferente a él. La revelación de
este plan de salvación, la conocemos por el Hijo. ÉL es el único que nos revela el
proyecto del Padre, porque al Hijo lo conoce el Padre, y nadie conoce al Padre sino
el Hijo y a quien el Hijo de los quiera revelar (v. 27). Conocimiento y revelación se
unen para develar la paternidad de Dios y la filiación del Hijo, y la participación del
creyente en esta desde el bautismo. Más allá del pensamiento judío de que el único
conocedor de Dios era el pueblo escogido, al cual había confiado la revelación,
Jesús se presenta como la plenitud de la revelación por su particular relación con el
Padre, su intimidad divina, desde toda la eternidad (cfr. Jn. 3, 11. 34ss). La
invitación de Jesús a todos los cansados es asumir el suave yugo de su enseñanza
(vv. 28-30). El yugo nos habla de esclavitud, lo que más tarde se entendió como la
relación del maestro con sus discípulos, lo que termina por designar las alianzas
humanas de compromiso y obediencia. El primer yugo es la Ley de Moisés, para los
judíos, que hacían especialmente pesada en su aplicación por parte de los fariseos,
sin embargo, el yugo de Cristo es suave, respecto a esos maestros. El apóstol
Pedro, en uno de sus discursos la denomina, yugo que ni sus padres, ni ellos
pudieron cumplir, mucho menos, se podrá imponer a los cristianos que venían del
paganismo (cfr. Hch. 15, 10), y Jesús ya había lanzado duras críticas contra los
escribas por imponer cargas pesadas a los creyentes (cfr. Mt. 23, 1-12). El yugo de
Cristo, es suave porque nos enseña al creyente el espíritu de la Ley, liberándolo de
su esclavitud; manda orar al Padre porque serán escuchados y manda el Espíritu
Santo que suple su debilidad. Jesús, invita a imitarlo, porque es manso y humilde
de corazón. Su yugo es suave, porque se acerca al hombre con humildad (Mt. 21,
5. 11) no con autosuficiencia, a través de la máxima humillación hasta hacerse
como uno de tantos hombres (cfr. Flp. 2, 5ss), y socava los cimientos de las
autoridades del mundo, desde la verdad y el misterio del Crucificado por amor.
San Juan de la Cruz, también conocido como el Doctor del Amor, invita a dejarse
guiar por el amor de Dios para la vida del cristiano orante sea una sinfonía de amor
y nunca se arrepienta de haberse entregado a este amor que transforma la vida del
hombre hasta la comunión plena en el seno de la Trinidad. “¿Qué aprovecha dar tú
a Dios una cosa si él te pide otra? Considera lo que Dios quiere y hazlo, que por ahí
vas a satisfacer mejor tu corazón que con aquello a lo que tú te inclinas” (D 73).
Padre Julio Gonzalez Carretti OCD