XIV Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo A
Rosalino Dizon Reyes.
El que no tiene el Espíritu de Cristo no es de Cristo (Rom 8, 9)
Estamos invitados a una convivencia relajadora y renovadora.
Y podemos acercarnos sin recelo al que nos convida. Él refleja a su Padre
compasivo y misericordioso. No infunde miedo. No es un rey guerrero que viene
exigiendo venganzas, sino un Salvador real, justo y humilde, que en un asno
cabalga victorioso por la verdad y la justicia. Su reino se extiende por todos los
confines no por conquista militar, sino por la promoción de la justicia y la paz. Jesús
elimina los instrumentos de guerra.
No rechaza a nadie. Por eso, podemos presentarnos tal cual somos, sin
pretensiones. Pues, Jesús ve el corazón y acoge además a los marginados. Sus
palabras y sus obras manifiestan claramente su opción preferencial por la gente
pobre y sencilla. Son estas personas a quienes él ha querido revelar su
conocimiento íntimo y único del Padre, en conformidad con la disposición del Padre
de revelar a ellas lo que ha escondido a los sabios. Aunque más firme que el que no
es una caña sacudida por el viento, el Siervo del Señor no quiebra, sin embargo,
una caña cascada.
Y mucha razón para sentirnos a gusto con Jesús tenemos nosotros: los afanados
por las cosas que necesitamos para vivir y las cuales difícilmente conseguimos en
un ambiente de pobreza, desempleo, deshaucios e injusticias; los que hemos
sucumbido al estilo de vida ajetreado; los agobiados por la seducción del dinero, la
seguridad y el bienestar; los que, preocupados por nuestra salvación, multiplicamos
devociones, las que no podemos omitir sin que nos turbemos (cf. dos consejos de
san Vicente de Paúl: I 149; IX 932), mas descartando la imprescindibilidad de la
gracia y del Espíritu vivificador. A nosotros nos ofrece Jesús alivio y descanso.
El carpintero de Nazaret suministra un yugo cuyo factor de venta, digamos, es su
calidad de llevadero y ligero. Este yugo no es como el yugo con el cual comercian
hoy los que hacen lo que aquellos maestros entendidos que imponían a la gente
cargas insoportables, sin que las moviesen ellos mismos ni un poquito, los mismos
que cumplían escrupulosamente con todo menos con lo más esencial.
Es que la responsabilidad que enseña Jesús no se prescribe desde fuera. Él la
escribe más bien en nuestro corazón. Nos contagiamos de ella viviendo con él, el
manso y humilde de corazón. Imbuidos de su espíritu de entrega denodada al
Reino, aprendemos a confiar absolutamente en Dios, renunciar toda codicia, y
cumplir auténticamente su consigna: «Haced esto en memoria mía». Así se
significan y se realizan la comunión y la unidad.
Con permiso de somos.vicencianos.org