XIV Semana del Tiempo Ordinario (Año Par)
Jueves
“Id y proclamad que el reino de Dios está cerca”
I. Contemplamos la Palabra
Lectura de la profecía de Oseas (11,1-4.8c-9):
Así dice el Señor: «Cuando Israel era joven, lo amé, desde Egipto llamé a mi
hijo. Cuando lo llamaba, él se alejaba, sacrificaba a los Baales, ofrecía incienso a
los ídolos. Yo enseñé a andar a Efraín, lo alzaba en brazos; y él no comprendía
que yo lo curaba. Con cuerdas humanas, con correas de amor lo atraía; era para
ellos como el que levanta el yugo de la cerviz, me inclinaba y le daba de comer.
Se me revuelve el corazón, se me conmueven las entrañas. No cederé al ardor
de mi cólera, no volveré a destruir a Efraín; que soy Dios, y no hombre; santo
en medio de ti, y no enemigo a la puerta.»
Sal 79 R/. Que brille tu rostro, Señor, y nos salve
Pastor de Israel, escucha, tú que te sientas sobre querubines, resplandece;
despierta tu poder y ven a salvarnos. R/.
Dios de los ejércitos, vuélvete: mira desde el cielo, fíjate, ven a visitar tu viña,
la cepa que tu diestra plantó, y que tú hiciste vigorosa. R/.
Lectura del santo evangelio según san Mateo (10,7-15):
En aquel tiempo, dijo Jesús a sus apóstoles: «Id y proclamad que el reino de los
cielos está cerca. Curad enfermos, resucitad muertos, limpiad leprosos, echad
demonios. Lo que habéis recibido gratis, dadlo gratis.
No llevéis en la faja oro, plata ni calderilla; ni tampoco alforja para el camino, ni
túnica de repuesto, ni sandalias, ni bastón; bien merece el obrero su sustento.
Cuando entréis en un pueblo o aldea, averiguad quién hay allí de confianza y
quedaos en su casa hasta que os vayáis.
Al entrar en una casa saludad; si la casa se lo merece, la paz que le deseáis
vendrá a ella. Si no se lo merece, la paz volverá a vosotros.
Si alguno no os recibe o no os escucha, al salir de su casa o del pueblo, sacudid
el polvo de los pies. Os aseguro que el día del juicio les será más llevadero a
Sodoma y Gomorra que a aquel pueblo.»
II. Compartimos la Palabra
Desde Egipto llamé a mi Hijo.
Desde el seno materno Dios nos ama, pero nosotros, irresistiblemente, no
cejamos de cobijarnos o agarrarnos a los ídolos que se presentan en nuestra
vida, por el miedo a la inseguridad, no fiándonos de Dios.
Dios Padre misericordioso nos llama desde Egipto, tierra en la que hemos sido
esclavizados por nuestras pasiones; nuestras debilidades se han hecho fuertes
separándonos del amor que Dios Padre Misericordioso ha depositado en
nosotros.
Esta falta de correspondencia a la gracia recibida desde la bondad de Dios Padre
misericordioso, hace que pongamos la confianza en los ídolos que nos seducen,
y aunque Dios insiste en llamarnos una y otra vez hacia sí, nos dejamos cegar
por el mundo, que en su ansia por el poder, por esta obsesiva intencionalidad de
ser señor de sí mismo, no ve más allá, sino que está cegado, engañado, utilizado
y en esta no correspondencia al amor de Dios, experimenta la soledad más
absoluta de no ser amado por alguien, él mismo se aísla del mayor amor que
existe y que siempre le será fiel.
Él es el que levanta el yugo de nuestra cerviz, él nos da su alimento, al vernos
tan desolados se mueve a misericordia, él es el Santo en medio de la comunidad
y no actúa como los hombres, rencorosos y coléricos, sino que se le mueven las
entrañas a misericordia debido a su Santidad. Volvamos nuestra mirada al Santo
para que nosotros imitemos su santidad y nos adentremos en una vida regida
por el amor de Dios, iluminada por su santidad y seamos guiados en medio del
desierto, para pisar sus mismas pisadas de amor, misericordia y entrega en
fidelidad total a un amor tan grande, correspondámosle con una vida santa.
Id y proclamad que el reino de Dios está cerca.
En este fragmento del evangelio de San Mateo, Jesús envía a los apóstoles
expresamente a las ovejas extraviadas de Israel; para ellos, “id y proclamad”, es
un imperativo y a la vez un mandato del Señor Jesús: curad, resucitad, limpiad,
echad, todas estas expresiones manifiestan cómo Jesús quiere liberarnos del mal
que nos asedia en este mundo. Para ello los apóstoles, reciben gratis este don
para la misión, de parte del Señor Jesús.
La misión apostólica, acompañada de una forma concreta de vivir y expresar la
buena noticia de Jesucristo, ayuda al pueblo al que se dirige el anuncio del reino
de Dios; por ello, es al enfermo por los pecados, por la debilidad humana, al que
acude el apóstol. Así, nuestra predicación, ha de ser desde la humildad y
sencillez de una vida desde la verdad y transparencia de nuestras obras,
manifestando al mundo la alegría de la vida cristiana.
MM. Dominicas
Monasterio de Sta. Ana (Murcia)
Con permiso de dominicos.org