XIV Domingo del Tiempo Ordinario< Ciclo A.
Domingo
Lecturas bíblicas
a.- Zac. 9, 9-10: Viene a ti, tú rey justo y victorioso.
La primera lectura, nos invita a ver al Mesías en este rey pacífico en su entrada a
Jerusalén. Ese gesto de entrar montado en un asno el Mesías, concentra una buena
cantidad de profecías, esperanzas renovadas en la liturgia año tras año, salmos que
anunciaban su llegada: saben que será justo, y en su reinado habría justicia y paz,
salvador triunfante, porque él mismo será objeto de justicia y protección divina (cfr.
Gn. 49. 11; 2 Sam.7,1-15; Mi. 4,14; Is.7,14; 11,1-5; Sal.71). Pero ¿por qué
identificar a este Mesías – Rey, con los humildes y no con los poderosos? Zacarías
nos presenta a este Rey- Pastor en cuatro cantos, claro paralelismo con los del
Siervo de Yahvé de Isaías (cfr. Zac. 9,9-10; 11,4-14; 12,10-13,1; 13,7-9). Quizás
lo contrapone, con los grandes conquistadores de su época, para hablar de la gran
victoria de Dios, en la era mesiánica (cfr. Zac. 9,9-10). El profeta, sueña con un
príncipe de paz, que entra en Jerusalén y restaure el reinado de David (vv.9-10;
Is.45). Mira a tu rey, alude al siervo de Isaías, pareciera que ambos, el Mesías
como el Siervo, están llamados a implantar la justicia en la tierra, ambos tienen
una misión universal que cumplir (vv.9-10; cfr. Is. 46,1; 42,1.4; 53). Pero su forma
de llevar adelante su misión, en nada se parece a los conquistadores antiguos,
destruye todo símbolo de poder militar: carros, caballos, arcos; sus armas son la
paz y la justicia (cfr. Is.42,2; Is 2. 4; 9. 3; Os 2. 20; Sal 46. 10; Mi 4. 3-4; 5. 9-
10). La invitación es a alegrarse por la llegada de este rey pacífico magnífico, por
su forma de obrar, sobrepasa a todo ser humano, de ahí que el texto nos lleva a
una realidad más profunda (cfr. Zac. 9, 1.7.12; 10,2. 6.10). La respuesta estará
en los tiempos mesiánicos, siglos después, cuando el Nazareno entre en Jerusalén
y sólo los humildes lo reciban, pero pocos comprenden el gesto. Era el Mesías, el
Siervo de Yahvé, que daba cumplimiento a los profetas. Si el Mesías está en medio
de su pueblo, habrá paz en toda la tierra, Mateo, lo idéntica con la entrada de Jesús
a Jerusalén, ya que establece un reino pacífico y universal (cfr. Mt. 21,5; Jc. 5. 10;
10. 4; 12. 14; Sal.71,8). Este es el triunfo del Mesías, teniendo como
protagonistas a los humildes de la tierra con su rey a la cabeza: Jesús de Nazaret.
b.- Rm. 8, 9. 11-13: El Espíritu es vida.
El apóstol San Pablo, nos propone la vida del cristiano, que es vida en el Espíritu.
Cuando Jesús muere en la cruz, el Padre hace su juicio, no contra el Hijo sino
contra el pecado. De ahí que podamos escapar de la ley del pecado y de la muerte
para vivir en la ley del Espíritu que da vida, lo que nos capacita para hacer el bien
(cfr. Rom. 8,15; 2Cor.3,17). Podemos actuar bajo la moción del Espíritu que habita
en nosotros. La justificación bien entendida viene a significar que las exigencias de
la Ley, lo que norma la vida del cristiano, adquiere plena vigencia a causa de la
justificación del pecador (cfr. 1Cor.7,19), puesto que el Espíritu lo capacita para
hacer lo que Dios confía que hará para mayor gloria suya. De esta forma, el
Espíritu no sólo inspira la praxis cristiana, sino que es la fuerza que resucitó a Jesús
de entre los muertos, y también vivificará nuestros cuerpos mortales. La muerte de
Cristo ocurrida en el pasado, se hace presente por medio de su Espíritu, abre el
futuro del cristiano para que con fe lo contemple y espere. Podemos concluir que es
el Espíritu y no la carne la que la domina la vida del cristiano; mientras la carne, el
ser del hombre lo hace ser egoísta y girar toda su vida en torna a sí mismo (cfr.
Mc.8,35), el hombre regido por el Espíritu gusta a Dios, atrae al hombre hacia ÉL,
neutraliza el impulso de las pasiones, hace que hagamos lo que Dios espera de
nosotros. Hace que vivamos para los demás, poder salvador, que hace surgir los
signos de su presencia, vida nueva y paz (vv.9-10; cfr.Gál.5, 22-23.24). El Espíritu
es fuente de vida cristiana en el presente y prenda de la vida futura. Sepultados
con Cristo en el Bautismo, ahora el cristiano vive en Cristo y con el Espíritu que
derrama sus dones carismáticos en sus corazones, les capacita para construir la
comunidad (vv. 9-11; cfr. 1Cor.12-14; Gál.5,13-15; 1Cor.12,7). Es el Espíritu de
Cristo que habita en nosotros, por ello el cuerpo de pecado, la carne está muerta,
merecía la muerte eterna (v.10; cfr. Rm. 6, 6-11.23; 8,3). El hombre viejo fue
crucificado con Cristo, lo que aniquiló, ya no nos obliga al mal, no tiene poder sobre
nosotros. Los cristianos compartirán la resurrección de Cristo fruto del Bautismo
(v.11; Rom.6; 1Cor. 6,13-14; 15, 42-44; Flp. 3, 21), anhela la liberación de este
cuerpo esperando ese cuerpo espiritual, conscientes de ser hostia agradable a Dios,
partes del único cuerpo de Cristo (cfr. 1Cor.12,12-27).
c.- Mt. 11, 25-30: Soy manso y humilde de corazón.
Este evangelio nos presenta el misterio de la filiación de Jesús, Hijo de Dios, su
relación con el Padre. Este texto se divide en tres partes: la acción de gracias de
Jesús por la revelación recibida (v. 25); el contenido de dicha revelación y la
invitación que hace Jesús a ir a ÉL (vv.26-27) y la llamada (vv.28-30). La bendición
de Jesús, es una bienaventuranza por manifestarse a los sencillos; tiene como
referencia el rechazo de la palabra de Jesús, por parte de los fariseos. El Padre no
pretendió hacerse comprender por los sabios de este mundo, sino por los sencillos.
Eran los doctos de la época, en especial los escribas, y fariseos, profesionales de la
Ley. Toda la economía de salvación predicada por Cristo, disposición eterna del
Padre, no se comprende por medio del discurso humano, sino por revelación de
Dios, que se concede a los sencillos, y que se niega a los soberbios. Cuánto más se
engríen los fariseos de conocer la Ley de Moisés, menos podían comprender la
predicación de Jesús. Esta voluntad del Padre, la economía de la salvación, no es
aceptada sino por quien es consciente de su pequeñez y humildad, vacío de sí
mismo y busca a Alguien que llene y dé sentido a su vida. La revelación de Cristo,
camino verdadero hacia el Padre, porque todo lo puesto el Padre en sus manos
desde la revelación de su Palabra hasta el misterio de hacernos hijos suyos por
medio de su misterio de muerte y resurrección (v.27). Conoceremos al Padre por lo
que el Hijo nos comunique, conoceremos al Hijo por sus palabras y obras, y a su
vez, el Padre nos reconocerá en la medida en que nos asemejemos, nos
configuremos a su amado Hijo (cfr. Rm. 8, 29). - “Sí, Padre, pues tal ha sido tu
beneplácito…” (Mt. 11, 26ss). En la segunda parte, nos encontramos con el
contenido de la revelación, donde Jesús se presenta como el único Revelador del
Padre. Lo hace en clave de conocimiento y revelación; Yahvé en la mentalidad
judía ser conocido sólo por quien ÉL había elegido previamente. Jesús se presenta a
sí mismo, como el revelador del Padre, plenitud de la revelación (cfr. Jn. 3,11). El
conocimiento del que se habla aquí, no es ciencia del entendimiento, ni
comprensión de ideas y consecuencias. De este conocimiento participan la
voluntad, los sentimientos y la inteligencia. Dios conoce al hombre, lo penetra con
su espíritu, lo ama, lo abraza con amorosa solicitud. “Nadie conoce al Hijo sino el
Padre” (v. 27). S￳lo el Padre conoce al Hijo; s￳lo el Hijo comprende al Padre, hay
un conocimiento amoroso mutuo. Sólo hay un ser que comprende y ama al Hijo,
con un conocimiento amoroso, de tal modo que no hay nada que saber: el Padre.
Hay una realidad que ahora se nos da a conocer: Jesús es igual al Padre, lo conoce
y ama plenamente. Nadie tiene un conocimiento de Dios en todo el mundo como el
que tiene ÉL, Jesús es Dios. No hay otro pasaje en los Sinópticos, donde quede
mejor reflejada la filiación divina del Mesías (cfr. Mt. 11,27). El conocimiento que
posee el Hijo no es sólo para sí sino para comunicarlo, su misión es revelar los
secretos del Padre y del Reino de Dios. Todo lo que acaba de revelar del Padre, es
también obra del Hijo. Mirado desde afuera, causa escándalo que un hombre hable
así, es un hijo de carpintero; si no pudo comprender esa generación a Juan
Bautista, menos a Jesús. ¿Quién entonces? La gente sencilla, los humildes de
corazón, no los arrogantes, los sabios de este mundo, los entendidos (cfr. Mc. 10,
15; cfr. Mt. 19,14). Finalmente, los cansados y sobrecargados, son los propios
judíos de su tiempo, que soportan el peso de leyes y normas con que los escribas y
fariseos explicaban la fe de Moisés a base de legalismos y casuísticas
interminables. Se puede entender la vida de sufrimiento y dolor, enfermedad o
injusticia, donde el evangelio de Jesucristo es una propuesta de salvación. Jesús
dirige su palabra a los humildes, porque ÉL les enseña a sufrir porque es manso y
humilde de coraz￳n, puesta toda su esperanza en Dios. “Tomad sobre vosotros mi
yugo” (v. 29). La imagen del yugo, el Maestro, impone una ense￱anza a sus
discípulos, ese es su yugo; el de Cristo es más suave, que el de los escribas y
fariseos aplicaban a la Ley de Moisés (cfr. Hch. 15, 10; Mt. 23, 4). El yugo de Cristo
es suave y ligero, si entendemos que la voluntad de Dios cuenta con la debilidad
del hombre, pero para que éste cuente con la gracia de Jesucristo, y la fuerza
amorosa del Espíritu Santo, que inculca el espíritu de la Ley de Dios, liberando al
hombre de su esclavitud; manda grabar en lo interior dicha ley de amor y de
gracia, para que así pueda cumplirla el cristiano. Jesús se presenta como manso y
humilde de corazón, es decir, viene al hombre con humildad, no con un yugo de
opresión, sino con la máxima humillación de hacerse uno de nosotros, para estar
con nosotros los hombres (Mt.21,5; Za.9,9; Is. 62,11; Flp.2,5); quiere que
asentados en la verdadera humildad, seamos grandes en la humildad y humildes en
la grandeza, a la Dios nos eleva en su unión de amor.
La Santa Madre Teresa, mujer preocupada de su fe, busca formase en la verdad en
clave bíblica y eclesial. “Tengo por muy cierto que el demonio no engañará, ni lo
permitirá Dios, a alma que de ninguna cosa se fía de sí y está fortalecida en la fe,
que entienda ella de sí que por un punto de ella morirá mil muertes. Y con este
amor a la fe, que infunde luego Dios, que es una fe viva, fuerte, siempre procura ir
conforme a lo que tiene la Iglesia, preguntando a unos y a otros, como quien tiene
ya hecho asiento fuerte en estas verdades, que no la moverían cuantas
revelaciones puedan imaginar -aunque viese abiertos los cielos - un punto de lo
que tiene la Iglesia.” (V 25,12).
Padre Julio Gonzalez Carretti OCD