Domingo XIV/A
(Zac 9, 9-10; Rom 8, 9.11-13; Mt 11, 25-30)
“…soy manso y humilde de corazón”
Hoy en el Evangelio, el Señor Jesús nos repite esas palabras que conocemos tan
bien, pero que siempre nos conmueven: “Vengan a mí todos los que están
cansados y agobiados, y yo les daré descanso. Tomen sobre ustedes mi yugo, y
aprendan de mí, que soy manso y humilde de corazón; y encontrarán descanso
para sus almas. Porque mi yugo es suave y mi carga ligera” ( Mateo 11, 28-30).
¿Dónde está la fuente de nuestro descanso y paz? Dios nos responde hoy en las
lecturas. Camino para el descanso interior del alma es acudir a Cristo con humildad
(primera lectura y evangelio). Camino que nos destruye la paz es el desorden
egoísta (segunda lectura).
Veamos los distintos cansancios que sufrimos todos. Está el cansancio físico , propio
de nuestro desgaste por el trabajo manual, profesional y ministerial: se cansa el
obrero, la madre de familia haciendo las faenas de casa, el profesor dando sus
clases, el médico y el enfermero en el hospital, el empresario y el sacerdote, el
comunicador y el deportista. Está el cansancio psicológico y afectivo , provocado por
personas que nos rodean, tal vez en nuestra propia casa, y que no están de
acuerdo con nosotros, que no comparten la misma fe y amor, que nos son hostiles
o indiferentes; este cansancio nos agobia y gasta nuestras energías. Está el
cansancio espiritual , permitido por Dios para probar nuestra fe, esperanza y
caridad; cuántas veces sentimos cansancio en la fe y en la esperanza. Está el
cansancio moral de quien lleva a cuestas su conciencia pesada y no logra
deshacerse de sus culpas y pecados.
¿Qué hacer con nuestros cansancios ? Dios te diría que acudas a su Hijo Jesús que
hoy te ha dicho: “Vengan a mí todos los que están cansados y agobiados por la
carga, y Yo les daré descanso” . Te espera en la Eucaristía para fortalecer tus
fuerzas espirituales. Te espera en la confesión para reponer tus fuerzas rotas. Te
espera en la lectura de los santos evangelios para animarte y consolarte. San Pablo
te diría hoy en la segunda lectura: “No vivan conforme al desorden egoísta, sino
conforme al Espíritu” , es decir, vive una vida honesta y honrada siguiendo los diez
mandamientos.
El profeta Zacarías también tiene un consejo para nuestra paz y descanso interior:
“Vive en la humildad” , pues no hay vicio que más destruya la paz que la soberbia.
Si fuéramos un poco más sencillos, no amantes de grandezas, si tuviéramos “ojos
de ni￱o” y un coraz￳n más humilde, tendríamos mayor armonía interior, una paz
más serena en nuestras relaciones con los demás, una sabiduría más profunda y
una fe más estimulante y activa. Seríamos más felices y encontraríamos paz y
descanso en Cristo Jesús. Pues en el Reino de Dios se premia la modestia y la
humildad. Por el contrario, en los negocios terrenos, con frecuencia vencen el
arribismo y la prepotencia; las consecuencias están ante los ojos de todos:
rivalidades, abusos, frustraciones.
Y el Papa Francisco dice que pensemos “…en Jesús cuando le dan una bofetada:
qué humildad, qué mansedumbre. Podía insultar y en cambio ha hecho solo una
pregunta humilde y mansa. Pensemos en Jesús, en su pasión. El profeta dice de Él:
‘como una oveja que va al matadero, no grita nada’. La humildad. Humildad y
mansedumbre: estas son las armas que el príncipe del mundo, el espíritu del
mundo no tolera, porque sus propuestas son de poder mundano, propuestas de
vanidad, propuestas de riquezas. La humildad y la mansedumbre no las tolera”.
Jesús es manso y humilde de coraz￳n y “hoy nos hace pensar en este odio del
príncipe del mundo contra nosotros, contra los seguidores de Jesús”. Y pensemos
en las armas que tenemos para defendernos: “sigamos siendo ovejitas, porque así
tendremos un pastor que nos defienda”.
“En este mundo no hay lugar para los débiles”, es una máxima aprendida a sangre
y fuego, a dolor y experiencia por muchos de los niños y jóvenes de nuestros
tiempos. Estamos en la ley de la selva o del asfalto: el grande se come al pequeño,
el fuerte somete al débil y todos buscan sacar provecho del otro. ¿No es cierto que
las naciones poderosas explotan los recursos de las naciones pobres? ¿No es verdad
que las grandes empresas se van comiendo a las pequeñas hasta dejarlas en la
ruina? Lo mismo sucede en los barrios y en las familias. El hombre fuerte, el
insensible, el que aplasta, aparece como modelo para la juventud. Por el contrario
Jesús va a contracorriente y parece descontrolarnos con sus frases profundas y
cuestionantes: “gracias… por la gente sencilla… aprendan de Mí que soy manso y
humilde de corazón”.
Pero no sólo pensemos en lo que nos puedan hacer, sino también en nuestras
opresiones: Dios hoy también nos compromete a ayudar a nuestros hermanos, a
ser cireneos, pues muchos de ellos sufren cansancios más duros que los nuestros.
Date tiempo y diálogo con esos que están en la cuneta con cansancio del alma y del
corazón. Acércate a ellos para ayudarles a llevar ese fardo pesado, como hace
Cristo con nosotros. Y sobre todo, no eches en las espaldas de los otros tus sacos
de disgustos y reclamos, tus rebeldías y enojos. Al contrario, pon tu espalda para
que otros te carguen sus penas y dolores.
¿Cuáles son mis cansancios ? ¿Qué hago ante mis cansancios? ¿Ayudo a mis
hermanos para aliviar sus cansancios o les hundo más en ellos? Meditemos en esta
frase de san Gregorio Magno sobre el evangelio de hoy: “Es un yugo áspero y una
dura esclavitud el estar sometido a las cosas temporales, el ambicionar las
terrenales, el retener las que mueren, el querer estar siempre en lo que es
inestable, el apetecer lo que es pasajero, y el no querer pasar con lo que pasa.
Porque mientras desaparecen a pesar de nuestros deseos todas estas cosas que por
la ansiedad de poseerlas afligían nuestra alma, nos atormentan después por miedo
de perderlas” .
Padre Félix Castro Morales
Fuente: http://parroquiadelasoledad.org/ (Con permiso a homiletica.org)