XIV Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo A
Javier Balda, C.M.
Bienaventurados los humildes
A éstos, no a los sabios y poderosos de este mundo, se les comunica la alegría de
la salvación y se les revela los secretos del Padre.
Jesús no forma ni se rodea de una comunidad de sabios e intelectuales. Jesús no se
sienta en la cátedra de una Universidad para ser escuchado y entregarnos un
tratado de moral o de alta teología; se rodea de personas humildes y sencillas pero
con corazones abiertos a su Palabra. A Él acudían aquellos que eran tenidos como
“peque￱os” por los poderosos de su tiempo. A Él acudían los pobres, los enfermos,
los pecadores, los niños, los que eran capaces de aceptar que Jesús era la Buena
Nueva para ellos.
Jesús nos abre el corazón como un amigo a otro amigo. Su evangelio no es el fruto
de muchos años de estudio sino palabras y gestos de un amor profundo descubierto
y vivido después de muchas horas de oración y de encuentros con el hombre que
encontraba en su camino.
A Jesús no podemos acercarnos con una biblioteca en nuestras mentes; con tanto
peso correríamos el peligro de quedarnos, cansados y fatigados, antes de llegar a
Él. Jesús no es el Dios de los libros, es el Dios de la vida, el Dios-Amor.
El hombre de hoy, más que discursos de los que se creen genios e intelectuales y
que nadie escucha ni entiende, necesita de gestos sencillos y auténticos que lleguen
al corazón. Todos sabemos que una sonrisa dice más que mil palabras. Todos
sabemos que un beso, ofrecido y recibido por amor, nos exige más que una ley.
Todos sabemos que un corazón sólo cabe en otro corazón. Sólo el necesitado recibe
con alegría el pan que se le da con amor.
Por eso, sólo los que son capaces de matar su egoísmo, su orgullo, su vanidad, su
“intelectualidad”; “s￳lo los sencillos y humildes, “los de coraz￳n limpio verán a
Dios”.
No corramos el peligro de construir un Dios de “biblioteca”. Aceptemos al Dios que
se nos revela en Jesucristo.
Con permiso de somos.vicencianos.org