Comentario al evangelio del lunes, 7 de julio de 2014
Queridos amigos:
¿Nunca os ha sorprendido la actitud de Jesús con las mujeres? Sobre todo cuando nos dicen que en su
tiempo estaban completamente subordinadas a los varones –al padre hasta los 12 años y, a partir de
entonces, al marido- y que su palabra no tenía valor en los actos públicos. Hoy tenemos dos ejemplos
de mujeres que no cuentan: la que se le acerca en silencio por detrás y la niña que estaba postrada.
Y aparece Jesús y no discrimina: “El que cumple la voluntad de Dios, ese es mi hermano y mi
hermana...” (Mateo 12,50) [¡A ver si fue Él quien inventó ese lenguaje inclusivo que a algunos tanto
molesta!]. Y no sólo no las discrimina, sino que las coge de la mano, las cura, las pone en pie... Al
mismo Jesús “lo acompañaban los Doce y algunas mujeres” (Lucas 8, 1-2) que, por cierto, son las que
permanecen fieles hasta la cruz y las primeras en dar testimonio de la Resurrección.
Lo que nos cuentan los evangelios sobre la actitud de Jesús hacia las mujeres lo resume Pablo así de
bien: “No hay ya judío o griego, esclavo o libre, varón o mujer, porque todos sois uno en Cristo Jesús”
(Gálatas 3, 28). Por encima de lo que nos distingue –incluso el ser de derechas o de izquierdas, del
Barça o del Madrid...- hay algo más grande que nos une y que hace inaceptable que las diferencias se
conviertan en desigualdad y subordinación: Cristo nos mira a tod@s con la misma dignidad. Quizá
porque es Hijo del Padre que quiere vincularse a su pueblo “en derecho y justicia, en misericordia y
compasión... en fidelidad”.
Por condicionamientos sociológicos o culturales hemos tardado en darnos cuenta. Pero una vez que lo
sabemos, es hora de seguir sacando las consecuencias. En la sociedad, en la Iglesia y en el mundo. Por
fidelidad al Maestro.
Vuestro hermano en la fe:
Luis Manuel Suárez, cmf
Luis Manuel Suarez, cmf