XV Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo A
Rosalino Dizon Reyes.
Aguardando la redención (Rom 8, 23)
Jesús es la Palabra divina. Compenetrados con él, daremos fruto abundante.
Dios hablaba por los profetas. Ahora habla por su Hijo, la Palabra eterna hecha
carne, para revelarse plena y definitivamente.
Esta última Palabra es la última esperanza. Pues poco fiables somos nosotros a
quienes ha confiado Dios su viña: queremos apropiarnos de ella y de toda la
vendimia, gloriándonos como si todo fuera fruto de nuestro trabajo y no
dependiésemos de nadie; descuidamos los términos del arrendamiento. Jesús
enseña y ejemplifica la fidelidad a la alianza.
Es decir, él es realmente el único pontífice, el solo mediador. Es tanto la palabra
divina perfecta de invitación al reino como la palabra humana excelente de
respuesta a la iniciativa divina. Para conocer exactamente los secretos del reino y
de la fecundidad, y participar además del sacerdocio de Jesús, nos basta con
escucharle y hacer lo que él.
Así que, como Jesús, nos tomaremos el tiempo, saliendo de nuestro
ensimismamiento y sentándonos, digamos, junto al lago, y permitiremos que el
Señor nos espabile el oído cada mañana, para que escuchemos como los iniciados,
aprovechando las experiencias de la vida diaria para aprender y enseñar.
Conectados a la vida diaria y viviendo de toda palabra que sale de la boca de Dios,
replicaremos adecuadamente a cada distorsión de las Escrituras y de la vida que el
Maligno propone para robarnos lo sembrado en nuestro corazón.
Si las Escrituras tienen raíces profundas en nuestro corazón tierno, no
empedernido, constantes permaneceremos y fieles al encargo de Dios. Hasta nos
entregaremos a los que nos tormenten y ultrajen, que comparados con la cosecha
copiosa esperada, todos nuestros empeños y sufrimientos no son nada.
Tampoco nos ahogarán los afanes de la vida ni la codicia si hacemos nuestro el
estilo de vida de Jesús, y no el de los de vida cómoda y de corazón embotado,
quienes oyen y ven solo a sí mismos. La convivencia cristiana nos librará del
egocentrismo y nos dará una lengua de iniciado para que podamos alentar a los
abatidos.
De verdad, la prueba de que escuchamos y entendemos la Palabra es nuestra
voluntad efectiva de entregar el cuerpo y derramar la sangre por los demás. Esto lo
comprobó san Vicente de Paúl, consumido por la caridad, escuchador y hacedor de
la Palabra. Las dos fuentes fundamentales de su espiritualidad son el Evangelio y la
vida, y él procuró que el Evangelio y la vida se compenetraran; por eso, sus
enseñanzas y sus numerosas buenas obras tienen la sencillez de la vida diaria y la
fuerza penetrante y eficaz de la palabra de Dios (Jacques Delarue).
Con permiso de somos.vicencianos.org