XV Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo A
EXITOS, FRACASOS Y RESPONSABILIDADES
Padre Pedrojosé Ynaraja
En el territorio donde dónde Jesús predicó casi siempre, que fue por otra parte en el
que creció y trabajó profesionalmente, la gente vivía de la agricultura. Todavía
ahora a Galilea se le llama el granero de Israel. El Señor fue artesano autónomo de
la construcción, la mayoría de los apóstoles pescadores, uno funcionario y de los
demás no conocemos su ocupación exacta. Ahora bien, todos estaban
familiarizados con las labores agrícolas. Sus etapas y técnicas, las que ellos vieron,
continuaron siendo idénticas hasta hace muy pocos años. Yo mismo, mis queridos
jóvenes lectores, hijo de funcionario que lo fui, no obstante, la siembra, la siega, la
trilla y el aventado de la mies, fueron actividades que conocí al detalle desde
pequeño. Actualmente en cambio, se echan herbicidas previamente, se siembra el
grano con maquinaria que hunden las semillas bajo una tierra previamente
preparada y acotada, vendrá finalmente la siega mediante cosechadoras que
separaran y guardan el grano y empacarán la paja en compactas balas. Todo es tan
rápido y tan tecnificado, que la gente ignora estos procesos. Podéis entender el
relato, pero no os interesarán los detalles.
Me pregunto yo ahora ¿qué ejemplo, qué parábola os podré explicar que os resulte
clara y familiar? Me temo que no acierte del todo o que el relato no os impacte,
pero me debo arriesgar.
Hubo un ingenioso e inquieto inventor, que descubrió un día un artilugio que estaba
seguro que iba a resultar de gran utilidad general. Su vida eran sus investigaciones
y era ducho en ello, pero la manera de que llegaran al gran público sus intuiciones,
no la dominaba. Se le ocurrió entonces lo siguiente. Encargó a una imprenta unas
hojas que con grandes letras describían su artilugio y pagó a una empresa de
reparto, que inundaron los buzones de la población con aquellos anuncios. Nadie
respondió, la inmensa mayoría de vecinos los tiraron sin mirarlos siquiera. Como en
la población se iba a celebrar una feria, alquilo un stand y se encargó él mismo de
atender a los interesados, que esperaba y deseaba se convirtieran en clientes.
Unos acudieron curiosos, le escucharon y se entusiasmaron, pero en la próxima
caseta, oyendo las excelencias de una tontería, olvidaron de inmediato lo que les
había encantado e interesado del innovador buen hombre. Alguien pretendió
primero enterarse, para después tratar de asustar al inventor, amenazándole con
posibles denuncias, de tal manera que, sintiéndose derrotado, decidió abandonar el
proyecto. Pero al atardecer de aquel mismo día, se presentó interesado un hombre
experto, aunque no lo pareciese. Solicitó informes, le aconsejó que desmontara su
garita y así evitar pagar alquiler por el espacio contratado. Volvería enseguida y le
propondría un pacto muy interesante, le dijo.
Se trataba de un empresario espabilado. Estipulada la exclusiva de producción, que
de inmediato patentó, fabricó aquel instrumento en grandes cantidades, que se
desparramaron de inmediato por todo el territorio e incluso muy pronto atravesó
fronteras.
Y aquel ingenioso e inquieto inventor, a partir de aquel momento se hizo rico y del
fruto de su descubrimiento se aprovechó una multitud.
Vosotros, mejor que yo, mis queridos jóvenes lectores, conoceréis historias de
estas, en el terreno de la informática o en el de utensilios del hogar. Y no digo más,
que de sobras sabéis en qué estoy pensando.
No por nuestra listeza, ni por meritos propios, nos llegó el Evangelio y con él la
Gracia. Ambos estrechamente unidos, tienen gran capacidad de salvación. Lo
recibimos para nuestro gozo y salud espiritual y para que los propagásemos de
inmediato. ¿Cómo hacerlo? Que cada uno estruje su mente, sin desanimarse
porque en sus primeros intentos nadie le haga caso. Que tampoco crea que es una
labor individual. El Maestro, inmediatamente después de abandonar su tierra y
recibir el bautismo de Juan, se hizo encontradizo con algunos y les propuso seguirle
compartiendo, sin excluir a mujeres, cosa insólita para aquellos tiempos. Continuó
con el mismo proceder, sin desanimarse, pero sí entristecerse, cuando alguien no
aceptó su invitación porque las riquezas le ataban o por encargos y faenas que le
reclamaban, según ellos pensaban. La misión recibida del Padre quiso que
aprovechara a la mayor cantidad posible de personas. Respetó la libertad, pero no
se desentendió de nadie.
En muchas profesiones, médico, sicólogo, profesor, por ejemplo, quien la ejerce
está disponible, está a la escucha, pero si nadie se le acerca y solicita sus servicios,
no se aproxima a él demandando ayuda, se queda indiferente en su sitio. Sus
profesiones son servidoras de la comunidad, si alguien las reclama. El cristiano no
es así, debe reconocerse, aceptarse y exigirse como apóstol que es y nadie le debe
ser indiferente.
Tener una semilla viva, supone el deber de sembrarla y que germine, crezca y con
la madera que resulte de la planta o con la fruta que proporcione, salvar a muchos
de la inanición, aunque no se hayan enterado.
Espero, mis queridos jóvenes lectores, que el cambio formal que me he atrevido a
hacer de la parábola, os ayude para vuestro bien.
Y acordaos del dicho de R Kipling: si tropiezas el triunfo, si llega tu derrota y a los
dos impostores tratas de igual forma…