Domingo XVI/A
(Is 55, 10-11; Rm 8, 18-23; Mt 13, 1-2)
Diversos tipos ante la Palabra que Dios siembra a diario en el corazón
En el Evangelio de este Domingo ( Mt 13,1-23), Jesús se dirige a la multitud con la
célebre parábola del sembrador. Es una página que refleja la experiencia misma de
Jesús, de su predicación: Él se identifica con el sembrador, que esparce la buena
semilla de la Palabra de Dios, y percibe los diversos efectos que obtiene, según el
tipo de acogida reservada al anuncio. Hay quien escucha superficialmente la
Palabra pero no la acoge; hay quien la acoge en el momento pero no tiene
constancia y lo pierde todo; hay quien es abrumado por las preocupaciones y
seducciones del mundo; y hay quien escucha de manera receptiva como la tierra
buena: aquí la Palabra da fruto en abundancia (Benedicto XVI). Porque la palabra
de Jesús no es una piedra, un objeto inerte, sino una semilla (Mc 4, 14; Lc 8, 11),
un germen de vida.
Sin embargo, vemos cómo el trabajo del Señor había comenzado con gran
entusiasmo. Había curado a los enfermos, todos escuchaban con alegría la
palabra: ”El reino de Dios está cerca”. Parecía que, de verdad, el cambio del mundo
y la llegada del reino de Dios sería inminente; que, por fin, la tristeza del pueblo de
Dios se transformaría en alegría. Se estaba a la espera de un mensajero de Dios
que tomara en su mano el timón de la historia. Ciertamente, veían que los
enfermos habían sido curados, que los demonios habían sido expulsados, que el
Evangelio había sido anunciado; pero, por otra parte, el mundo continuaba como
antes. Nada cambiaba. Los romanos seguían dominando. A pesar de esos signos,
de esas hermosas palabras, la vida era difícil cada día. Y así el entusiasmo se
apagaba y, al final, como nos dice el capítulo sexto del evangelio de san Juan,
también los discípulos abandonaron a este Predicador que predicaba, pero no
cambiaba el mundo.
Pero “por lo que toca a nosotros, ¿qué nos importa? ¿Qué nos interesa hablar ya de
los judíos,…? Lo único que nos atañe es no ser camino, no ser piedras, no ser
espinos, sino tierra buena -¡Oh Dios!, mi corazón está preparado (Sal 56,8) para
dar el treinta, el sesenta, el ciento, el mil por uno. Sea más, sea menos, siempre es
trigo. (Que yo) No sea camino donde el enemigo, cual ave, arrebate la semilla
pisada por los transeúntes; ni pedregal donde la escasez de la tierra haga germinar
pronto lo que luego no pueda soportar el calor del sol; ni zarzas que son las
ambiciones terrenas y los cuidados de una vida viciosa y disoluta. ¿Y qué cosa peor
que el que la preocupación por la vida no permita llegar a la vida? ¿Qué cosa más
miserable que perder la vida por preocuparse de la vida? ¿Hay algo más desdichado
que, por temor a la muerte, caer en la misma muerte? Extírpense las espinas,
prepárese el campo, siémbrese la semilla, llegue la hora de la recolección,
suspírese por llegar al granero y desaparezca el temor al fuego” ( Sermón 101,3)
Port consiguiente, la parábola del sembrador nos invita espontáneamente a hacer
examen de la propia vida. ¿Qué tipo de terreno soy yo? ¿Qué tipo de terreno
ofrezco a la semilla que Dios pone en mi alma? Sería de desear que en este día
entráramos al fondo del alma y nos decidiésemos con sinceridad a ser buen
terreno, a cultivar nuestra alma, quitando piedras y espinos, es decir, pasiones
desordenadas, vicios y pecados. La palabra de Dios suena en nuestra alma como
campana que toca a rebato, es decir, como invitación para reunir las fuerzas
espirituales de frente al enemigo de nuestra alma (el orgullo, el amor propio, el
demonio, el mundo) y preparemos el terreno con la gracia, la virtud.
Pero también es necesario preparar el terreno de las almas encomendadas. Los
padres deben preparar el terreno en el corazón de sus hijos para acoger el amor de
Dios. Los maestros educan no sólo las mentes, sino primeramente el corazón y el
alma de sus educandos. Todos somos responsables del bien espiritual y material de
nuestros hermanos. Todos tenemos la obligación de preparar el terreno para la
llegada de Dios. No nos cansemos de ser buenos agricultores de los surcos divinos,
no nos cansemos de preparar el camino para que Jesucristo halle una digna acogida
en el corazón de las personas.
Nos quedamos con la exhortación del apóstol san Pablo: Proclama la Palabra,
insiste a tiempo y a destiempo, reprende, amenaza, exhorta con toda paciencia y
doctrina. 2 Tm 4,2. Proclama la Palabra, sé un buen sembrador, no te reserves
tiempo ni energías. En tu esfuerzo de hoy está tu esperanza del mañana. En tu
lucha cotidiana, está el descanso de una vida eterna con Dios y una fecundidad
espiritual que supera con mucho las cualidades mismas del terreno. Insiste a
tiempo y destiempo, es decir, siembra a manos llenas. Ten confianza en la semilla,
prepara el terreno, aprovecha el día, porque la vida es corta y la eternidad ya ha
comenzado.
Padre Félix Castro Morales
Fuente: http://parroquiadelasoledad.org/ (Con permiso a homiletica.org)