Comentario al evangelio del miércoles, 16 de julio de 2014
El “Magnificat” de Jesús
Si ayer Jesús pronunciaba su amarga queja en forma de maldición contra las ciudades incrédulas, hoy
entona un canto de alabanza y acción de gracias a su Padre, que se revela a quienes tienen un corazón
bien dispuesto. La soberbia, la seguridad excesiva en sí mismo, la pretensión de salvarse por las
propias fuerzas, confiando en la riqueza, el poder o la violencia ciega para descubrir y aceptar las
verdades más esenciales. Sólo quien reconoce sus límites y permanece abierto para lo nuevo es capaz
de acoger esa revelación que tiene lugar, humildemente, en la humanidad de Jesucristo. De esta manera
se adquiere una sabiduría que no es la de los sabios entendidos, sino que viene de arriba, es accesible a
todos, con tal de estar bien dispuestos, y que, al decir de Santiago, es pura, pacífica, amable,
condescendiente, llena de misericordia y buenas obras, sin vacilación ni hipocresía, va sembrando la
paz y su fruto es la justicia (cf. St. 3, 17-18).
La sabiduría de la fe comprende que en los acontecimientos de la historia, en ocasiones tan terribles, y
fruto del orgullo, la soberbia y, en definitiva, la debilidad del ser humano, está actuando de manera
misteriosa pero real el amor providente de Dios, capaz de reconducir las historias de muerte y
destrucción hacia designios de salvación. Así lo ve el profeta Isaías a propósito de las campañas
destructivas de Asur. Así podemos verlo todos nosotros al contemplar a Cristo en la cruz: lo que a los
ojos de los sabios y entendidos es una completa derrota, es a los ojos de Dios y de aquellos a los que el
Hijo se lo quiere revelar la victoria definitiva sobre el pecado y la muerte.
María (hoy celebramos su memoria en la advocación del monte Carmelo) es el mejor ejemplo de esa
sencillez abierta a la sabiduría de Dios, y que ella expresó en el Magníficat de un modo sólo superado
por las palabras del evangelio de hoy, “el Magníficat de Jesús”.
José M. Vegas cmf
José María Vegas, cmf