Comentario al evangelio del viernes, 18 de julio de 2014
Señor del sábado
La ley es una expresión privilegiada de la racionalidad y la libertad humanas. Puesto que nuestra
percepción y nuestro comportamiento están poco regulados por los sabios mecanismos de la
naturaleza (como los instintos), el ser humano tiene que regularse a sí mismo, pensar y decidir las
pautas de su comportamiento. No es verdad, contra lo que se suele pensar, que la libertad es la
ausencia de determinación, sino que es, por el contrario, la capacidad de autodeterminarse. Y cuando
esto se hace de manera regular y con vigencia social, entonces surge la ley. Pero esta expresión de
nuestra superior dignidad tiene también sus peligros y está afectada, como todo lo humano, por los
efectos del pecado. Así es como la ley se convierte a veces en instrumento de opresión del hombre,
que lejos de ayudarle a realizarse, lo coarta hasta asfixiarlo. Esta era en buena parte la situación de la
interpretación de la ley mosaica en tiempos de Jesús. En vez de ser un medio de salvación y vínculo
con Dios, se había absolutizado hasta el punto de ocupar el lugar de Dios, más para condenar que para
salvar y redimir.
Jesús restablece la justa jerarquía en la comprensión de la ley y de su relación con Dios y con el
hombre. Como un verdadero rabino realiza una aguda interpretación del verdadero sentido de la ley.
Como un auténtico profeta denuncia el pecado de los que la interpretan sin misericordia. Como el
Hijo de Dios que es, Jesús se sitúa por encima de la ley al proclamarse Señor del sábado. Con esto nos
está diciendo que la verdadera y definitiva ley, la de la nueva y eterna alianza, es la que porta Él en su
propia persona. Es una ley que no condena sino que da vida, que denuncia el pecado, pero perdona y
salva al pecador: es la ley del amor. Hay que mirar a Jesús para poder interpretar la verdad de toda ley
religiosa, y captar, sí, sus exigencias, pero, sobre todo, su carácter salvador.
José M. Vegas cmf
José María Vegas, cmf