DECIMOQUINTO DOMINGO ORDINARIO, Ciclo A.
(Isaías 55:10-11; Romanos 8:18-23; Mateo 13:1-23)
El papa Francisco tiene toda la popularidad de un Juan Gabriel. Dicen que sus
audiencias tienen cuatro veces el número que tenía el papa Benedicto. Si fuera
a venir a nuestra ciudad, muchos irían a verlo. No sólo católicos sino
protestantes, musulmanes, y a lo mejor ateos también. La gente busca lo
famoso aun si no sean aficionados de él. Por esta razón muchos se aglomeran
alrededor de Jesús en el evangelio hoy.
Jesús les habla con parábolas, eso es, con cuentos que parecen llamativos a la
imaginación pero desafiante al entendimiento. “¿Quién es este sembrador?” la
audiencia debería estar preguntando y “¿qué tiene que ver conmigo esta
historia?” Sin embargo, en vez de cuestionar sus propias vidas como receptores
de la palabra de Dios, la muchedumbre escucha los cuentos como niños miran
las caricaturas. Pues, para ellos escuchando las parábolas es no más que un
pasatiempo. Porque la mayoría no ve a Jesús como el enviado de Dios más que
a un Leonel Messi, no vale a Jesús que les explique las parábolas.
Es posible que algunos de nosotros vengamos a la iglesia con los mismos
motivos de la muchedumbre en frente de Jesús. Faltando la conversión,
podemos estar aquí más por un motivo egoísta que por la devoción sincera a
Dios. No seríamos los primeros a acudir la misa para buscar más clientes por el
negocio o simplemente para ver a las chicas. Con este planteamiento la palabra
de Dios, como la semilla de la parábola caída en el camino, no fructifica nada en
nosotros.
Otros de nosotros asistimos en la misa dominical haciendo caso a las palabras de
Jesús con el deseo a ponerlas en práctica. Queremos ser más atentos a
nuestras familias y más generosos hacia los necesitados. Pero nos olvidamos a
pedir a Dios Padre diariamente la gracia para seguir a Su Hijo Jesús. Como la
tierra pedregosa de la parábola, nos mostramos como faltando la profundidad de
dar crecimiento a la palabra. Resulta que quedamos con muchas intenciones
buenas y pocos logros cumplidos.
Todavía otros de nosotros comenzamos a actuar en la palabra visitando a los
enfermos y sirviendo como lector en la misa. Pero como la planta creciendo
entre espinos más tarde o más temprano nos hacemos sobrecogidos por las
aventuras de la vida. Puede ser algo tan necesario como ganar la vida que
gradualmente transforma en la búsqueda de riqueza o algo nefario como la
pornografía que nos desvíe del servicio al Señor.
Pero no a todos nosotros nos faltan los medios para dar crecimiento a la palabra
de Dios. Varios de nosotros la apreciamos como la fuente de la vida espiritual.
Como tierra buena que nutre la semilla, nosotros atendemos la palabra por vivir
como ella nos mande. Una mujer, tomando a pecho lo que dice el Señor sobre
encontrándolo en los prisioneros, va a la prisión dos veces cada semana. El
domingo asiste en la misa con los detenidos, y el lunes por la tarde les
catequiza. Ha estado sirviendo así por más que seis años con el resultado que
muchos hombres salen del encarcelamiento con una fe más firme que jamás
habrían tenido si fueran libres.
En la segunda lectura san Pablo escribe a los romanos de la tierra gimiendo con
la esperanza. Es la tierra buena dando crecimiento a la palabra de Dios. Es
nosotros atendiendo a nuestras familias y visitando a los enfermos. Gemimos
porque nos cuesta pasar por alto las aventuras de la vida. Pero no vamos a fallar
a servir a los necesitados. No vamos a fallar a servir.
Padre Carmelo Mele, O.P.