XVI Semana del Tiempo Ordinario (Año Par)
Martes
Lecturas bíblicas
a.- Mi. 7,14-15.18-20: Arrojará al fondo del mar todos nuestros delitos.
b.- Mt. 12, 46-50: Estos son mi madre y mis hermanos.
El evangelio de hoy, nos habla de la familia de Jesús. La pregunta de Jesús
pareciera manifestar un disgusto. Jesús tiene la intención de decir algo concreto;
todo conocen quienes son sus parientes. El evangelista dice que Jesús extiende sus
manos hacia sus discípulos, gesto que apunta a posesión, bendición. Ellos son su
madre y sus hermanos (v. 49). Sabemos que algunos de sus parientes, no creían
en ÉL, es más, pensaban que estaba loco (cfr. Mc. 3, 1). Jesús, es revelador del
Padre, su Palabra, para el hombre pecador. De ahí que su misión no sea otra que
un servicio exclusivo a la Palabra y a sus exigencias; lo que nos consta es que
siempre habló con absoluta claridad acerca del Reino de Dios (cfr. Mc. 10, 21.
35ss). Las exigencias las vivió en su propia carne, desde el momento que tuvo que
dejar casa, familia, trabajo, ser incomprendido de los suyos, etc. Todo por el Reino
de los cielos. Su vida está marcada por la entrega total a la voluntad del Padre (cfr.
Hb. 10,5). Para ser pariente de Jesús, ser verdadero discípulo suyo, primero hay
que seguirle, escucharle, aprender de Él, recorrer el camino del sacrificio y renuncia
que ÉL hizo durante su vida terrena (cfr. Mt. 12, 48-50; 16, 24; Jn. 15,14; Mt. 11,
29; 10, 38-39; Mt. 16, 23). Lo característico del discípulo será el cumplimiento
efectivo de la palabra de Dios, quien lo asume, queda sumado a la familia de Jesús,
es su hermano, su hermana, su madre. Los vínculos de la sangre, el parentesco de
familia o nación, ya no son lo decisivo para el Reino de Dios. Por sobre esos lazos,
está la llamada de Dios, la vocación a la invita a vivir, de ahí que conozcamos
separaciones, renuncias por evangelio. La palabra penetra en una familia y como
espada divide a sus miembros, pero también esa unión con Jesús tiene la primacía
por sobre los padres incluso (cfr. Mt. 10, 34-36). Es fundamental que la voluntad de
Dios sea el punto central del mensaje de Jesús, ley suprema, que marca la
adhesión del discípulo, lo mismo para el judío que para el gentil que se convierte. Si
se confiesa fe en Cristo, es manifestación de la voluntad de Dios (cfr. Mt. 7, 21-33).
Si bien escuchamos que el discípulo no será nunca más que el maestro, esa
relación queda hecha de superioridad y subordinación, ahora nos enteramos que el
discípulo también es pariente de Jesús. Quien se une a ÉL, es acogido en su familia,
intercambio de intimidad, más rica quizá que la que pueda haber entre parientes y
consanguíneos. Las relaciones entre maestro y discípulos se manifiestan también
entre sí. El reino de Dios establece un nuevo orden, una compenetración espiritual
que se expresa por medio de la fe, que acrecienta el valor de la familia y la
comunidad eclesial. Es entonces en la Iglesia, en la familia, en la comunidad donde
tenemos un gozo anticipado de la última perfección, la vida eterna, cuando nos
reunimos para la celebración de la Palabra y la Eucaristía.
Luego de su conversión Teresa de Jesús, no quiere otra cosa hacer la voluntad de
Dios en su vida. Amar a Dios tanto como es amada, de ahí el origen de este deseo,
se siente amada y quiere corresponder plenamente, no reservándose nada para sí.
Hay que imitar a Dios que ama sin esperar nada, nada a cambio; es su esencia
amar sin límites, infinitamente. Amor del Hijo por su Padre, que en secreto le
comunica su querer, así hace con el alma cristiana. “¡Oh buen Jesús! ¡Qué claro
habéis mostrado ser una cosa con el Padre y que vuestra voluntad es la suya y la
suya vuestra!” (Camino 27,4).
Padre Julio Gonzalez Carretti OCD