Fiesta. Santa Brígida, religiosa. Patrona de Europa (23 de Julio)
El que permanece en mí y yo en él, ese da fruto abundante
I. Contemplamos la Palabra
Lectura del libro del Cantar de los Cantares 3,1-4a:
Así dice la esposa: «En mi cama, por la noche, buscaba al amor de mi alma: lo
busqué y no lo encontré. Me levanté y recorrí la ciudad por las calles y las
plazas, buscando al amor de mi alma; lo busqué y no lo encontré. Me han
encontrado los guardias que rondan por la ciudad: "¿Visteis al amor de mi
alma?" Pero, apenas los pasé, encontré al amor de mi alma.»
Sal 62,2.3-4.5-6.8-9 R/. Mi alma está sedienta de ti, mi Dios
Oh Dios, tú eres mi Dios, por ti madrugo,
mi alma está sedienta de ti;
mi carne tiene ansia de ti,
como tierra reseca, agostada, sin agua. R/.
¡Cómo te contemplaba en el santuario
viendo tu fuerza y tu gloria!
Tu gracia vale más que la vida,
te alabarán mis labios. R/.
Toda mi vida te bendeciré
y alzaré las manos invocándote.
Me saciaré como de enjundia y de manteca,
y mis labios te alabarán jubilosos. R/.
Porque fuiste mi auxilio,
y a la sombra de tus alas canto con júbilo;
mi alma está unida a ti,
y tu diestra me sostiene. R/.
Lectura del santo evangelio según san Juan 20,1.11-18:
El primer día de la semana, María Magdalena fue al sepulcro al amanecer,
cuando aún estaba oscuro, y vio la losa quitada del sepulcro. Fuera, junto al
sepulcro, estaba María, llorando. Mientras lloraba, se asomó al sepulcro y vio dos
ángeles vestidos de blanco, sentados, uno a la cabecera y otro a los pies, donde
había estado el cuerpo de Jesús.
Ellos le preguntan: «Mujer, ¿por qué lloras?»
Ella les contesta: «Porque se han llevado a mi Señor y no sé dónde lo han
puesto.»
Dicho esto, da media vuelta y ve a Jesús, de pie, pero no sabía que era Jesús.
Jesús le dice: «Mujer, ¿por qué lloras?, ¿a quién buscas?»
Ella, tomándolo por el hortelano, le contesta: «Señor, si tú te lo has llevado,
dime dónde lo has puesto y yo lo recogeré.»
Jesús le dice: «¡María!»
Ella se vuelve y le dice: «¡Rabboni!», que significa: «¡Maestro!»
Jesús le dice: «Suéltame, que todavía no he subido al Padre. Anda, ve a mis
hermanos y diles: "Subo al Padre mío y Padre vuestro, al Dios mío y Dios
vuestro."»
María Magdalena fue y anunció a los discípulos: «He visto al Señor y ha dicho
esto.»
II. Compartimos la Palabra
«¿Qué Dios hay como tú, que perdonas el pecado y absuelves la culpa al
resto de tu heredad?»
Miqueas es un profeta muy interesado por la justicia social y, en nombre del
Señor, juzga y anuncia castigos. Sin embargo, se abre también a la esperanza
en la liberación y en la venida de un rey capaz de gobernar rectamente a su
pueblo.
El «salmo de la esperanza» -como se le conoce a este mensaje de Miqueas que,
en el capítulo 7, va del versículo 8 al 20- está escrito con la forma de un proceso
en el que se pueden distinguir varias unidades. En ellas se habla de la
restauración de la dignidad y del país, con evidentes tintes vengativos en las dos
primeras unidades (8-10 y 11-13). Pero este mensaje no termina con una
condena, sino con una exhortación a la esperanza -en la tercera unidad (14-17)
encontramos una súplica por la restauración y en la cuarta (18-20), motivos
para esa súplica-, pues el pueblo (Sión) proclama su arrepentimiento. Israel se
vuelve a Yahvé, que es su luz y que perdona su pecado: «(Dios) volverá a
complacerse y extinguirá nuestras culpas, arrojará a lo hondo del mar todos
nuestros delitos.»
Por todo ello, resuenan con especial fuerza las palabras del profeta Miqueas -
«¿Qué Dios hay como tú, que perdonas el pecado y absuelves la culpa al resto
de tu heredad?»- y del salmista -«¿No vas a devolvernos la vida, para que tu
pueblo se alegre contigo? Muéstranos, Señor, tu misericordia y danos tu
salvación.»- llamando al perdón de Dios. Un perdón que todos deberíamos estar
animados a pedir porque sabemos que no recibiremos un juicio inclemente, sino
que será misericordioso y salvífico para que estemos alegres. Nuestro Dios, nos
absuelve de la culpa, de la herida en el alma; nos devuelve a la vida. Esta es
nuestra esperanza: sabernos perdonados en Aquél que nos salvó para siempre
y, así, ser partícipes de la alegría de estar con el Padre por medio de su
misericordia y el don del Espíritu.
«Mujer, ¿por qué lloras? ¿a quién buscas?»
Las palabras dichas más arriba podrían quedarse elocuentes, bonitas,
apropiadas… pero sin concretar, si no fuera porque hoy tenemos un ejemplo
claro de que esa esperanza es verdadera y vivible. Santa María Magdalena tuvo
que ser un referente en el cristianismo primitivo de que el perdón que recibimos
de Dios absuelve la culpa y nos devuelve a la vida, si no ¿por qué razón iban los
evangelistas a resaltar a una mujer en una cultura como la judía y en un asunto
de tanto calado? ¿Por qué eligió Jesús a una mujer para que fuese la
primera predicadora de su resurrección?
María, la de Magdala, de la que se sabe más lo malo que pudo a hacer entre
unos pocos -por sus pecados- que lo bueno que hizo a toda la humanidad -
anunciar la resurrección-, es esa mujer enamorada de Cristo que llora sin
consuelo porque han robado el cuerpo de su «rabboni». Un amor puro hacia
Jesús que, tras el rendido por la madre de Éste, no conoció nunca debilidad,
negación, decaimiento, duda. María Magdalena experimentó el perdón que viene
de la mano tendida de quien juzga absolviendo; la acogida de quien te ofrece
una familia universal; el amor de quienes te aman desde el respeto y tu
singularidad y dignidad de mujer; la salvación de quien se entrega sin reservas
por amor a la humanidad. La Magdalena respondió con amor a todo lo entregado
por amor y, por eso, junto con María, la Virgen, la Madre de Jesús, no se separó
de quien iba a traer la vida eterna a través de la resurrección.
Y, ¿yo (tú/nosotros)? Si lloramos, ¿por qué lloramos? Si buscamos, ¿a quién
buscamos? He visto al Señor.
D. Juan Jesús Pérez Marcos O.P.
Fraternidad Laical Dulce Nombre de Jesús de Jaén
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