DÍA DIECISIETE DE DICIEMBRE
Hoy, diecisiete de diciembre, comenzamos la preparación más inmediata
para la Navidad. En estos días concluiremos el Adviento, tiempo dedicado a
vivenciar con mayor intensidad nuestra fe en el Dios que vino en Belén, el
Dios que al final vendrá con gloria, el Dios que nos viene ahora en la
eficacia de su gracia. Exulta y alégrate, “porque viene el Se￱or”, cantamos
en la antífona de entrada.
Nuestro Dios es un Dios siempre-en-camino hacia nosotros, para “hacernos
partícipes de su condición divina” (Colecta). O en palabras de San Pedro:
para hacernos “partícipes de la naturaleza divina” (2 Pe 1,4). Dios viene
para hacernos ya ahora, mediante la gracia, hijos de Dios en el Hijo eterno
de Dios. La gracia, que es la vida de Dios, supone y lleva a su perfección
nuestro ser de creaturas. Es la salvación del ser humano. Así nuestro Dios
Creador es, a la vez, restaurador del hombre (Colecta).
El Hijo de Dios, la Palabra eterna, se encarnó en el seno de María, la Virgen
Madre. Sin intervención de varón: José no “engendr￳” a Jesús llamado
Cristo (Evangelio). “Por obra del Espíritu Santo se encarn￳ de María la
Virgen, y se hizo hombre”, profesamos en el Credo. Cristo es Dios y hombre
verdadero, igual en todo a nosotros menos en el pecado. Dios se hizo lo que
somos nosotros para que nosotros lleguemos a ser lo que es Él.
Jesús es hijo del pueblo de Abrahán, generación tras generación. Es
descendiente de Salomón, fruto de David y de la mujer de Urías. Se cumplía
así “el plan de redenci￳n trazado desde antiguo y nos abrió el camino de la
salvaci￳n” (Prefacio I de Adviento). Cristo es “el que ha de venir”, el que
anunciara ya Jacob (primera lectura).
En los textos de la liturgia de hoy aparece el número 7 de varias formas: 42
generaciones es múltiplo de 7: “Cuando llegó la plenitud de los tiempos
envió Dios a su Hijo nacido de una mujer” (Ga 4,4-7). La palabra
“engendr￳” aparece también siete veces en el Evangelio de hoy. El 7 es
signo de plenitud y perfección en la creación. La palabra siete “chevah”
viene de la raíz “Sabah”: el séptimo día Dios descans￳, que por siete veces
había manifestado que lo que había hecho era bueno, muy bueno. El siete
es perfección, plenitud.
Cristo es perfecto hombre y hombre perfecto. La resurrección y glorificación
del hombre Cristo Jesús significan la plenitud de la perfección en cuanto a
su naturaleza humana. Nosotros ahora, unidos a Él, injertados en Él,
podemos alcanzar la plenitud de nuestro ser humano. Nuestra participación
en la gloria de Cristo es nuestra salvación y nuestra plenitud. Cristo es el
hombre perfecto: en Él está la salvación y la plenitud del hombre.
Estamos llamados a vivir con Cristo y como Cristo. Al revestirse Cristo “de
nuestra frágil condición no sólo confiere dignidad eterna a la naturaleza
humana, sino que por esta uni￳n admirable nos hace a nosotros eternos”
(Prefacio III de Navidad). El hombre es más hombre cuanto más viva en
comunión con Cristo. Cuanto más se configure con Él. “Como llevamos la
imagen del hombre terreno (Adán), llevamos también la imagen del hombre
celestial (Cristo Resucitado)” (1Cor 15, 47-49). Comenta San Juan Pablo II:
“Este «hombre celestial» —el hombre de la resurrección, cuyo prototipo es
Cristo resucitado— no es tanto la antítesis y negación del «hombre terreno»
(cuyo prototipo es el «primer Adán»), cuanto, sobre todo, es su
cumplimiento y su confirmación”. E
El hombre, creado a imagen de Dios, está llamado a ser, mediante la
gracia, hijo de Dios en el Hijo eterno de Dios. Uno en Cristo. Siendo nuestra
filiación divina participación en la filiación única que Jesús tiene con relación
a su Padre, no podemos vivirla si no es en comunión existencial con Cristo.
En la oración poscomunión de la misa de hoy le pedimos a Dios que el fuego
del Espíritu Santo nos transforme para que resplandezcamos en nuestra
vida como “luminarias de su gloria”. Cristo, después de su resurrecci￳n,
envía su Espíritu a la Iglesia y al corazón de los creyentes en una perenne
efusión. Consuma así la obra de su redención: sólo con la fuerza del Espíritu
Santo, que es el amor de Dios derramado en nuestros corazones, podemos
participar de la salvación y de la plenitud de la gloria de Cristo. Seremos
luminarias de Cristo resucitado y glorioso, si vivimos por el Espíritu, cuyos
frutos son “alegría, paz, comprensi￳n, servicialidad, bondad, lealtad,
amabilidad, dominio de sí” (Ga 5, 22-25).
En Cristo, desde la encarnación en el seno de María, todo se encaminaba a
su plenitud de gloria y de vida en la resurrecci￳n: “estaba todo al servicio
de la resurrecci￳n”, decía San Agustín. Y San Buenaventura sacaba la
consecuencia: “La encarnaci￳n, pues, está en funci￳n de la perfecci￳n del
hombre”. Así pues, lo que recordaremos, celebraremos y actualizaremos en
la Navidad nos proyecta hacia el hombre Cristo Jesús en la plenitud de su
resurrección. En Él y por Él, que es el prototipo del hombre perfecto, el
pobre ser humano, lleno de limitaciones y carencias, podemos conseguir
nuestra propia plenitud.
MARIANO ESTEBAN CARO
En
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