XVII Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo A
Julio César Villalobos, C.M.
La fe tiene un precio incalculable
¿Saben? A Jesús tenemos que agradecerle mucho, no se imaginan cuánto. Nos
regala: la paz, la vida, la esperanza, la familia, la vocación, la misión de anunciar
su amor a otros, nos regala la Iglesia, los sacramentos, nos regala su perdón, su
bondad, las ganas de vivir, nos regala la creación, nuestra vida misma, el aire que
respiramos, nos da la ciencia o la sabiduría para afrontar la vida con más esperanza
e ilusión, nos regala a su Madre, a los santos que son nuestros hermanos mayores
en la fe…ufff….no terminaríamos de hablar cuántas son las razones de por qué
tenemos que darle gracias a Dios por ser tan bueno con nosotros: “Es bueno dar
gracias al Señor y tocar para tu nombre, Oh Altísimo, proclamar por la mañana tu
misericordia y de noche tu fidelidad…Tus acciones son mi alegría…” (nos cuenta el
Salmo 91).
Salomón, cuyo personaje aparece en la 1ra lectura (1Ry.3,5.7-12) se caracteriza
por algo muy especial: su fe sencilla, buena y de mucha esperanza. Delante de
Dios, no puede ocultar el cariño que le tiene porque siempre se ha mostrado bueno
con él: “pídeme lo que quieras”. Dios se pasa de bueno que se fija siempre en los
que no dudan. No pidi￳ grandes cosas, s￳lo desde su sencillez, pidi￳: “Da a tu
siervo un corazón dócil para gobernar a tu pueblo, para discernir el mal del bien”.
Salomón valoró la iniciativa de Dios, se fió de Él, confió ciegamente, no titubeó.
¿Saben cuán sencilla se puede hacer nuestra vida, nuestro trabajo, nuestra familia,
nuestra vocación, nuestra Iglesia, el mundo mismo si sabemos valorar a Dios y lo
que él nos regala?
San Pablo confirma esto, en la segunda lectura (Rom.8, 28-30), cuando dice que:
“todo contribuye para bien de los que aman a Dios”. Todo lo dispone el Se￱or para
nuestro bien. Todo lo pueda pasarnos de bueno o de menos bueno, puede ser que
sea para purificar nuestra vida, acercarnos con más libertad a Dios, abandonarnos
más y más a él que todo lo puede y todo lo hace bien.
Son 4 las parábolas que se juntan en el evangelio de hoy (Mt.13, 44-52). Una vez
más Jesús hace comparaciones. Compara, esta vez, el reino de Dios con: un tesoro
escondido, un comerciante que busca perlas finas, una red que se echa al mar y por
último con un dueño de casa.
Una vez vino un sacerdote de Roma a visitar una parroquia. Todos acudieron a la
Santa Misa que él celebraba, algunos les había llegado la información que este
sacerdote tenía fama de santo. Al terminar la celebración, los feligreses pasaron al
salón que se dispuso para poder saludarlo. El salón, a pesar de ser grande, no se
podía ni pasar, por haber mucha gente que se acercaba a saludarlo. Trasmitía una
paz muy especial, su mirada no era la de él, sino la fe Jesús, sus gestos no eran
suyos sino los de Jesús. De pronto, de entre esas personas se acerca una pareja de
esposos j￳venes, con sus 2 peque￱os hijos. A ellos los “salud￳ de una manera
normal”, y ¿saben c￳mo les salud￳ a sus hijos?: primero se puso de rodillas, luego
les dio un beso en la frente, y para terminar les bendijo también la frente.
¿Se puede comprar el amor?, ¿se puede comprar la bondad?, ¿se puede comprar la
mirada de Dios y tenerla “guardada” en casa?, ¿se puede comprar la esperanza?…
¿Sabes? La fe tiene un precio incalculable.
Con permiso de somos.vicencianos.org