Pautas para la homilía
XVIII Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo A
Sellaré con vosotros alianza perpetua
Autonomía, individualismo y solidaridad.
Dicen que las situaciones límite, aquellas que nos ponen a prueba, pueden sacar de
nosotros actitudes también límite: lo mejor y lo peor que llevamos dentro. La crisis
económica ha puesto en situación de necesidad a muchas personas. Ante esto, se
ha despertado la solidaridad de muchos que buscan ayudar como pueden a que el
sufrimiento de los que peor lo están pasando disminuya. También, ante esto,
resultan más censurables las actitudes egoístas de quienes prefieren seguir
viviendo como si nada pasara respirando aliviados porque las dificultades a ellos no
les han alcanzado.
En ocasiones somos víctimas de la huella que ha dejado en nosotros el sesgo
individualista de la Modernidad. Olvidamos que la sana y necesaria autonomía
personal es algo que sólo podemos alcanzar gracias a la familia y la sociedad.
Aquellos con quienes convivimos son los que nos ayudaron a desarrollar nuestras
alas y nos enseñaron a volar. Pero muchas veces, una vez alzado el vuelo, llegamos
a pensar que todo el mérito es nuestro. Y acusamos al que no despega de débil o
cobarde, de ser el único responsable de su fracaso.
La autonomía personal se convierte en individualismo cuando se la idolatra. Pero
cuando se vive desde la gratitud (reconociendo la solidaridad que uno ha recibido) y
la generosidad (siendo sujeto activo de solidaridad hacia los demás), humaniza.
El ejercicio de una sincera solidaridad es el antídoto perfecto a la inercia de la
vanidad. Jesús les pide a sus discípulos que no pierdan la oportunidad de
experimentarlo. Los discípulos, ciertamente, no se están comportando de manera
puramente egoísta. No se desentienden de aquellas gentes, pues quieren evitar que
se queden sin comer. Pero Jesús les pide más: buscad todos juntos una solución al
problema, en lugar de cada uno por su cuenta desentendiéndose del que tenéis al
lado.
Significado profético.
Pero el relato de la multiplicación de los panes y los peces, siendo una lección de
moral, humanidad y solidaridad, es mucho más. Tiene un claro sentido religioso que
en el contexto judío de la época se adivina con facilidad.
El relato de la multiplicación de los panes y los peces lo encontramos en los cuatro
evangelios. En Marcos y Mateo se nos habla de dos multiplicaciones. Esta primera
que nos narra Mateo aparece (como en los otros dos evangelios sinópticos) próxima
a la ejecución de Juan Bautista, el último profeta del AT. Este es el marco (los
profetas del AT) donde se sitúa la escena.
Jesús no es el primero que da de comer a una multitud hambrienta con tan pocos
recursos. El profeta Eliseo lo había hecho antes que él, tal y como se nos cuenta en
2 Re 4, 42-44. El gesto de Jesús evoca el tiempo de los profetas, el tiempo en el
que Dios de la Misericordia se hacía presente en medio de su pueblo a través de
aquellos “hombres de Dios”. Y a la vez lo supera: mientras que Eliseo dio de comer
a cien, Jesús a cinco mil, la primera vez, y a cuatro mil, la segunda, y también
sobró comida.
Significado mesiánico.
El eco mesiánico también es claro. Hemos escuchado una profecía de Isaías
(profeta muy presente en la predicación de Jesús) que nos habla de los tiempos
mesiánicos, de lo que sucederá cuando llegue el día de la esperada y definitiva
liberación. Se trata de la parte final del denominado Deuteroisaías. El profeta llama
a la esperanza en la época del destierro en Babilonia, cuando el pueblo judío vive
exiliado y la fe de muchos comienza a flaquear.
La abundancia del alimento será un signo de ese nuevo tiempo, y la novedad que
se realiza: la alianza perpetua prometida al rey David. Por eso el alimento no será
sólo material -puesto que no sólo de pan vive el hombre (Dt 8, 3)- sino también
espiritual. La alianza perpetua es vida en plenitud que se nos da al acoger la
Palabra de Dios: Cristo.
“Escuchadme”, repite hasta en tres ocasiones la profecía, “y viviréis”. Y una
advertencia: no busquéis saciaros en lo que no alimenta. La alianza perpetua,
inquebrantable, es precisamente de la que nos habla Pablo en su Carta a los
Romanos: nada podrá “apartarnos del amor de Dios manifestado en Cristo Jesús,
Señor nuestro.”
Significado eucarístico.
Jesús acoge y alimenta a los que han ido en su búsqueda. En su compañía toda
necesidad, material y espiritual, queda saciada. No por arte de magia, sino con la
mediación de la libre acogida de su invitación a ocuparnos los unos de los otros,
con la mediación de una vida en comunidad, en solidaridad. Jesús nos pide
cooperación en su misión.
Estos son aspectos fundamentales del significado de la eucaristía que debemos
tener presente en su celebración. La última cena es el referente principal de la
eucaristía, pero no el único. La última cena es la síntesis simbólica de la
instauración del Reino de Dios que a través de su vida realiza Cristo. La
multiplicación de los panes y los peces, como las comidas con pecadores y las
comidas de Jesús resucitado, nos ayudan a entender con mayor profundidad el
gesto que Jesús nos dejó en la última cena.
No debemos pensar que celebrar la eucaristía es reproducir aquella cena. En ella
Jesús instituyó el gesto por medio del cual celebramos su entrega y su resurrección.
Celebrar la eucaristía es celebrar este Misterio a través de ese gesto.
D.
Ignacio
Antón
O.P.
Fraternidad de Atocha (Madrid)
Con permiso de: dominicos.org