Comentario al evangelio del martes, 29 de julio de 2014
Queridos amigos:
También hoy podemos hablar del tiempo y de la impaciencia. Hay veces en que esta nos lleva a
reclamar resultados inmediatos (o casi) y deslumbrantes. Y cuando los procesos requieren tiempo nos
puede invadir el cansancio y renunciamos. Visitando hace años en Murano, cerca de Venecia, un taller
donde se soplaba el vidrio, pudimos ver el proceso de fabricación artesanal de una vasija. El guía dijo
que se necesitaban doce años para alcanzar la maestría necesaria para dominar el oficio. Es de suponer
que habrá grados en el adiestramiento en esta técnica, pero hace falta tiempo, mucho tiempo, mucho
ensayo y error, hasta convertirse en un soplador cualificado.
Estamos de acuerdo con la sentencia que dice: «Atajar al principio el mal procura, / que si llega a echar
raíz tarde se cura». La dilación en corregir defectos propios, que se vuelven hábitos inveterados, no es
en absoluto aconsejable. Ya decía, a otro propósito, Lope de Vega: «Siempre mañana y nunca
mañanamos». De ahí que en este terreno sean buenas las prisas, la presteza, pero también la paciencia,
pues esas malas hierbas son tenaces y no se extirpan en menos que canta un gallo.
Los revolucionarios están reñidos con el tiempo, pero no porque dejen para el día siguiente los cambios
que se pueden llevar a cabo hoy; es más bien porque quieren alcanzar hoy los logros que solo se
pueden conseguir mañana y porque se les hacen insufribles los ritmos y modos del artesano del vidrio
en su aprendizaje y en su práctica. Ávidos de instaurar la sociedad nueva, el orden nuevo, la ciudad
nueva y de alumbrar el hombre nuevo, recurren a la violencia y el terror para eliminar cuanto perciben
como rémora para el cumplimiento de su delirio. El resultado es la desolación general, que se lleva por
delante trigo y cizaña. Dios tiene otros tiempos y otros métodos.
Una coletilla: la Iglesia no puede ser aquí y ahora una Iglesia de los puros, de los impecables (que
corren el riesgo de volverse implacables). Es una Iglesia de pecadores en que cada uno está llamado a
llevar la carga del otro.
Vuestro amigo
Pablo Largo
Pablo Largo, cmf