XXII domingo del tiempo ordinario. Ciclo A
Lo que salva es el amor, no el sacrificio
La Palabra: “En aquel tiempo Jesús empez￳ a explicar a sus discípulos que tenía
que ir a Jerusalén y padecer allí mucho… Pedro trat￳ de disuadirle para que no
fuera a la ciudad santa. Pero Jesús le increp￳: ‘apártate de mí, Satanás; tú piensas
como los hombres, no como Dios’” (evangelio).
1. Para los judíos que esperaban un Mesías que con su poder por fin liberara al
pueblo de la dominación imperialista –en aquel tiempo el imperio de Roma–, la
conducta de Jesús era decepcionante. Ni siquiera Pedro, siempre tan cercano a
Jesús, entendía por qué ir a Jerusalén y meterse en la boca del lobo, pues allí
estaban las autoridades religiosas judías empeñadas en eliminar al Profeta. Cuentan
los evangelios que Jesús iba delante, y los discípulos le seguían detrás
“amedrentados”. Ellos so￱aban en un mesianismo de poder y no aceptaban el
fracaso.
2. El relato evangélico sobre las tentaciones deja bien claro que un mesianismo del
poder fue rechazado por Jesús, pero ese rechazo supuso todo un proceso conflictivo
en su propia intimidad, y en la comunidad religiosa judía. No fue un suicida y
consta que incluso en algunas ocasiones, procuró esquivar el peligro porque, según
el evangelio “aún no había llegado la hora”. Sin embargo, por fidelidad a su misi￳n,
enfrentó el peligro y arriesgó la propia vida.
3. Jesús decide ir a Jerusalén exponiéndose a que lo condenen. Y en el camino dice
a sus discípulos: “el que quiera venirse conmigo, que se niegue a sí mismo, tome
su cruz y me siga; si uno quiere salvar la vida, la perderá; pero el que la pierda por
mí, la encontrará”. Entendamos bien la invitación. Si uno está apasionado por la
causa del reino de Dios o por la fraternidad, como estuvo apasionado Jesús, tendrá
que aceptar las dificultades y conflictos que ese compromiso lleva consigo.
“Negarse a sí mismo” significa reconocernos como criaturas cuyo centro es el
Creador; cuando consentimos en que Dios nos lleva más allá de nosotros, es
cuando nos humanizamos de verdad. Así se entiende que si uno es capaz de perder
su vida por amor hacia los otros que son imagen de Dios, la gana, se realiza de
verdad. Lo que humaniza y salva es el amor cuya verdad se prueba en el sacrificio.
Dios no necesita sacrificios, los necesitamos nosotros si queremos amar de verdad.
Fray Jesús Espeja, OP
Con permiso de Palabranueva.net