XVIII Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo A
Rosalino Dizon Reyes.
El amor de Dios manifestado en Cristo Jesús (Rom 8, 39)
Jesús nos pone delante una mesa frente a nuestros enemigos. Quiere que nos
saciemos de la bondad de Dios, conozcamos más íntimamente a su Padre, y nos
imbuyamos de su Espíritu para amarnos mejor unos a otros.
Al igual que el Pastor de Israel, asegura el Buen Pastor que nada le falte al rebaño.
Jesús manda a la gente recostarse en la hierba, así como se les hace recostar a las
ovejas en verdes praderas. Bendice luego y multiplica una aportación pequeña y
anónima, y se sirve de los discipulos para el reparto. Y comen hasta satisfacerse
cinco mil hombres, sin contar mujeres y niños. Se recogen además doce cestos
llenos de sobras. Así de efectiva es la compasión entrañable de Jesús. Él es la
encarnación de la bondad y la misericordia de Dios que nos acompañan todos los
días de nuestra vida.
Sin duda, nos da mucha lástima ver la miseria de muchos hermanos y oír, por
ejemplo, de la crisis humanitaria en las fronteras de países desarollados. Pero, ¿no
nos incluimos entre los infecundos cuyo amor y cuya compasión se detienen, según
san Vicente de Paúl (XI:733), en pláticas piadosas? Hoy se les cuenta ciertamente a
mujeres y niños inmigrantes indocumentados. Pero, ¿qué valor hay realmente en
contarlos si, total, nada hacemos por ellos?
Jesús acoge a los que buscan nutrirse de sus palabras sanadoras y vivificadoras
hasta en un lugar apartado y hasta hacerse tarde. No despide a nadie. Y nosotros,
¿no preferimos que se les deporte a los que, atraídos por nuestros países y mal
informados probablemente, afrontan el espanto nocturno y los peligros de un sitio
despoblado? ¿Ya no creemos que en toda crisis venceremos fácilmente por aquel
que nos ha amado?
¿Acaso nos falta completamente la creatividad del amor cristiano que nos enseñe a
convertir los momentos de desgracia y prueba en momentos de gracia y
acreditación, a compartir nuestras posesiones y hacernos humildes instrumentos de
Jesús, sin apetecer ningún reconocimiento? ¿Aprovechamos, sensibles al Espíritu,
toda oportunidad para contribuir a que los desvalidos coman hasta saciarse,
recuperen sus fuerzas y sobre todo experimenten la presencia consoladora y
salvadora de Dios?
Los cristianos podemos seguir participando de la Mesa del Señor en la seguridad de
nuestras iglesias. Pero si dejamos que alguien pase hambre o avergocemos a los
que nada poseen o tratamos a otros como sobras desechables, nunca quedaremos
satisfechos. Quien come y bebe sin discernir el cuerpo de Cristo en los pobres se
come y se bebe su condena, y termina débil, enfermo y aun moribundo.
Con permiso de somos.vicencianos.org