XIX Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo A
LA BONDAD DE DIOS ES SUAVE, EL AMOR DE JESÚS, PURO CARIÑO
Padre Pedrojosé Ynaraja
Desde la alta Galilea hasta el desierto del Sinaí, hay unas cuantas horas de coche,
pongamos diez, que el trayecto no es por autopista. Elías huía del furor real,
exhausto por el esfuerzo, molido por el calor del desierto, llegó un momento que
sintió que no podía más y se deseó la muerte. Dios le dio un empujoncito y le indicó
que le esperaba en el Horeb. Al ardor del sol se le sumaba la subida por la falda
pedregosa. Si hasta el pie de la montaña he ido siempre en vehículo, la subida la he
hecho varias veces andando. Hasta el llano donde se dice que se refugió el profeta,
hay unas dos horas de camino.
Buscó él al llegar una hendidura y se refugia en ella. Ni el viento fuerte, el que
arrastra arena y pule las rocas, ni la tormenta que con sus rayos lo quema todo, ni
un terremoto, el lugar está situado en la gran brecha que nace con el Jordán y
acaba en la región de los grandes lagos, nada de tan aparatosas y peligrosas
manifestaciones del poder de la naturaleza, evidenciaban que Dios se abriga en
ellas. Se hizo el silencio y reino la paz, soplo una suave brisa, en ella sí, se envolvía
el Señor.
El relato de la primera lectura de este domingo es de los que más admiro y me
consuelan. Dios exige un gran esfuerzo y valor, para que el hombre sepa que es
afable. La enseñanza es de gran valor. No podemos desdeñar el esfuerzo de Elías.
Debemos sentirnos agradecidos a él y a Dios y vivir confiados y recordarlo
especialmente cuando los avatares nos conduzcan a la depresión o al examinar y
constatar que hemos conseguido poca cosa.
Paso a la lectura evangélica. Jesús había llegado al lugar huyendo del peligro. En
vez de acobardarse atendió a la multitud que acudía a escucharle. Multiplicó los
panes. La gente quedó satisfecha, quiso estar solo y despidió a los apóstoles. No
tenía tiempo de irse con ellos a pescar. No tenía tiempo, debía continuar al día
siguiente su labor. Que no, que no tenía tiempo, como le pasa a tanta gente de hoy
en día. Precisaba descansar también. Pues no, en esta situación, y visto lo que le
espera, debe entregarse a la oración, que es lo más importante e imprescindible. ¿A
quién de los que se quejan de no tener tiempo, se le ocurre solucionar la
contrariedad, dedicándose a la oración?
Conseguida la serenidad, el Maestro va al encuentro de los suyos. Que recurra a
sus poderes no tiene demasiada importancia, que les enriquezca trasmitiéndoselos,
sí que es admirable. Pero el gozar del don no excluye la duda. Pedro ha empezado
decidido, enseguida se deja arrebatar por la desconfianza y se hunde en el lago. No
se alarma el Señor, le da la mano. Reunidos todos, reina la paz. Hasta las olas que
cada noche, y de repente, aparecen y se encrespan, deciden amainar. Precioso
homenaje de la naturaleza.
Nuestra Fe, el Señor que se hace Gracia en nosotros, nos procura la felicidad.
Observad, mis queridos jóvenes lectores, que no he acudido a discursos teológicos
que tienen su valor. Ahora bien lo importante, y no os lo perdáis, es la experiencia
de la bondad de Dios. Es la mejor fortuna.