XXII Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo A.
SENTIRSE ENAMORADO POR EL SEÑOR Y DEL SEÑOR
Padre Pedrojosé Ynaraja
Una de las realidades más sublimes de la persona, es el enamoramiento. Conozco a
algunos que lo han buscado ansiosamente y no lo han conseguido. Partían de
actitudes equivocadas. Deseaban alcanzarlo agonísticamente, para gozo exclusivo
personal. Otros, del género masculino o femenino, el día menos pensado, se han
sentido amados apasionadamente y se han dejado amar. El fenómeno ha tenido
consecuencias en todo su ser. Han sido incapaces de pensar en otra cosa, han
perdido el sueño y el hambre, no han podido concentrase en el estudio, ¡cuantas
cosas nota uno cuando está inicialmente enamorado!
El hombre es constitucionalmente nómada y, en consecuencia, ha poblado casi
todos los lugares del planeta capaces de acogerle. Ha subido montañas y bajado a
simas. Ha arañado la tierra en busca de riquezas minerales. Ha sembrado en el
terruño. Ha conducido los rebaños. ¡cuántas cosas ha sido capaz de hacer!.
Pese a estos trabajos, el hombre, ser inquieto como es, no vive satisfecho de estas
hazañas. Mira, aprende, recuerda, pero si no ama, siente profundo descontento. Si
no se siente amado vive insatisfecho y pobre. Busca, busca, a veces sin saber el
qué… a veces busca a Dios, a algo que de sentido a su existencia. Busca con el
empaque del sabio y nada encuentra, porque le falta la ingenuidad del niño.
El fragmento de Jeremías que se nos proclama en la misa de hoy y su contexto,
que os recomiendo leáis, mis queridos jóvenes lectores, es el relato místico de la
experiencia de haberse sentido encontrado por Dios. Una tal comprobación altera a
la persona de tal manera, que llega a decir locuras. No os lo perdáis, es sublime.
El evangelio continúa, de alguna manera, la narración ofrecida el pasado domingo.
Están de vuelta y el Maestro se atreve a desvelarles un poco su futuro. Ellos de
ninguna manera lo aceptan.
Nosotros, cuando se nos explica el Evangelio sin recortes y nos damos cuenta de
que sus enseñanzas chocan con nuestros hábitos burgueses capitalistas, también
con frecuencia nos sublevamos. Ser cristianos mediocres, ya está bien, pero eso de
ser santos, de ninguna manera. Comportarnos ejemplarmente a los ojos del
vecindario, está bien, pero incomodarnos e incomodar a los demás, eso sí que no.
Cuando uno visita en Nazaret los recuerdos que quedan de Charles de Foucauld y
lee escrita en una tabla de la que fue de su cabaña, de su puño y letra “ de qué le
sirve al hombre ganar todo, si pierde su alma”. No puede dejar de interrogarse, de
examinarse, si lo que tantas veces ha oído, se lo cree uno. Porque en un momento
pasan por la mente los recuerdos que se tienen del “Hermanito de Jesús”, de los
tiempos anteriores a su estancia aquí y de los posteriores, hasta su sacrificio,
relativamente cerca de Tamanrasset, donde fue enterrado. Estas letras, esta frase,
el trazo de cada una de las palabras, son testimonio de su sinceridad y
entereza.
¡cómo cambiaría el mundo si todos, en nuestra vida diaria, en nuestras decisiones,
tuviéramos presentes estas palabras del Maestro!
Y no son fantasía, al final del tiempo de cada uno, se nos examinará del amor con
el que hemos obrado. El Papa Francisco, con acierto y jocosamente, decía algo así
hace poco: nunca he visto que detrás de un coche fúnebre, vaya un trasportista,
llevando a la eternidad las posesiones del difunto.