Domingo XVIII Tiempo Ordinario Ciclo A
Emilio Betancur cada semana.
A QUIEN COMPARTE LE SOBRA.
Benedicto XVI decía que “los desiertos exteriores de hoy surgían de desiertos
interiores”, no importa la clase social o ideología a la que se pertenezca. Lo que
le interesa a la liturgia de este domingo es hacernos saber que con Jesús
podemos aprender a compartir el pan con todo lo que significa e implica.
DE LA COMPASIÓN AL COMPARTIR.
En tiempos de Juan Bautista cuyo martirio precede al texto de hoy, la
palabra convocaba la gente al desierto; hoy ahora es Jesús quien desde su
compasión origina el compartir como misión de los discípulos respuesta a la
carencia del pan; así el texto no haga referencia a la multiplicación de los panes.
Jesús se compadeció y solucionó el problema contando con la Iglesia formada
por los discípulos de entonces y los de ahora que somos nosotros: “No hace
falta que se vayan dadle vosotros de comer”. Antes de compartir los panes
Marcos (6,39) dice que Jesús ordena a la gente sentarse en grupos para indicar
que el compartir requiere una organización y no simplemente esperar el don de
manera pasiva o desorganizada.
El relato de Mateo tiene perfil eucarístico: “Jesús Tom￳ los cinco panes y los dos
peces (frutos de la tierra y del trabajo de los hombres) y mirando al cielo
pronunci￳ una bendici￳n”, la acci￳n de gracias de Jesús por el pan, es el inicio de
todo milagro que en el futuro puede garantizar las demás acciones de compartir:
“parti￳ los panes y los peces, los dio a los discípulos para que se los
distribuyeran a la gente” Se pasan el don de unos a otros, un don que por ser
para todos los implica en la responsabilidad de hacer comunidad desde la
eucaristía. “Todos comieron hasta saciarse y con los sobrantes se llenaron doce
canastos. Los que comieron eran unos cinco mil hombres, sin contar las mujeres
y los ni￱os” (evangelio). “Dichosos las que tienen hambre y sed de justicia
porque ellos serán saciados” (bienaventuranza).
Lo que podría ser un plan de emergencia de productividad, o uno de los
principios más sanos de economía, debe su real y más profunda explicación a
todo cuanto puede la fe de cada comunidad cristiana cuando de compartir se
trata. Si a la compasión que es el primer sentimiento por recuperar le sumamos
la fe, da como resultado el compartir hasta que sobre; de lo contrario siempre le
faltará. Sólo quien comparte sacia y se sacia; quien no comparte aumenta la sed
personal y social. No compartir porque no tenemos ni nos alcanza lo que
tenemos, como dijeron los discípulos a Jesús, sigue siendo un rodeo mentiroso
ya que pudieron haber compartido lo que les era propio. Compartir no es pérdida
sino ganancia; donde hay gratuidad existe humanidad en forma de comunión. El
Salmo de la liturgia de hoy hace eco de todas las lecturas cuando dice: “El Se￱or
es bueno con todos y cariñoso con todas sus criaturas. Los ojos de todos te
están aguardando, tu les das comida a su tiempo; abres tú la mano, y sacias de
favores a todo viviente” (salmo 145).
¡QUE HUBIERA SIDO DE NOSOTROS¡
Aunque los discípulos querían ayudarle a la gente su razón contable no daba
para solucionar el problema. “Estamos en un descampado y ya es muy tarde;
despide a la gente para que vayan a las aldeas a comprarse algo de comer. Sólo
tenemos aquí cinco panes y dos peces” (evangelio).
Con la mentalidad de los discípulos muchos no hubiéramos recibido comida,
vestido y sobre todo educación. Cuando tenemos grandes carencias todos
soñamos con ser o tener algo más pero ¡con qué facilidad olvidamos el pasado!
La memoria no funciona cuando se trata de mirar hacia atrás porque la sociedad
y la familia nos maleducaron mirando solo hacia adelante ¿y los pobres qué?
Ahora no les quedan ni los perecederos porque la ganancia como criterio
absoluto del mercado prohíbe hoy por razones de calidad excedentes
comerciales.
LO QUE AUN NOS FALTA.
El compartir el pan brota como una verificación del amor de Dios que remueve la
compasi￳n en nuestro coraz￳n y nos permite repetir con Pablo: “Que podrá
apartarnos del amor con que nos ama Cristo: El hambre, la desnudez, las
angustias, las tribulaciones. Ciertamente de todo esto salimos más
que victoriosos, gracias a aquel que nos ha amado sin permitir que nos
apartemos del amor que nos ha manifestado Dios en Cristo Jesús (2ª lectura)
Estar bien no nos impide tener sed y sentir hambre de lo que aún nos falta: paz
interior, convivencia ciudadana, equidad, alegría, compasión.
El oráculo profético de la primera lectura hace eco en nosotros cuando dice:
“¿por qué gastar tu dinero en lo que no es pan; tus salarios en lo que no te
satisface?” Al mismo tiempo, nos invita a mirar a Jesús quien puede llenar
nuestros deseos más profundos, “Préstenme atenci￳n, escúchenme y vivirán que
ustedes pueden tener vida” (Primera lectura).
Este oráculo del Segundo Isaías no era sólo para los deportados en Babilonia y
que soñaban el retorno por concesión de Ciro; sino para todos los que la comida
y la bebida son absolutas y no añadidura después de creer y compartir.
La compasión y el compartir van transformando el corazón de piedra en un
corazón de carne haciéndonos semejantes a Jesús en su humanidad; sin dejar
de perder cuanto sobre para darle continuidad al milagro que se inicia con la
eucaristía que es algo muy distinto a “ir a misa”.
Padre Emilio Betancur Múnera