XVIII Semana del Tiempo Ordinario (Año Par)
Viernes
Lecturas bíblicas
a.- Nah. 1,15; 2,2; 3,1-3.6-7: ¡Ay de la ciudad sangrienta¡
b.- Mt. 16, 24-28: Venir a Jesús, significa negación, cruz y seguimiento.
Luego de anunciarles por primera vez, la Pasión que deberá padecer en Jerusalén
(cfr. Mt.16, 21-23), y que al tercer día resucitará, Jesús les da a los apóstoles, y los
que quieran seguirle a lo largo de los siglos, las condiciones para ello. Ha llegado el
tiempo en que la salvación comienza a despuntar, y por ello, Jesús se atreve a
hacer este anuncio doloroso para ÉL, está en el orden de la salvación, tiene que
suceder, así lo ha dispuesto Dios, no hay otro camino, Dios no deja de entregar al
Hijo por la salvación del mundo. El lugar será Jerusalén, la que mata los profetas
(cfr. Mt.23, 29ss; Lc.13, 33), los ejecutores serán los ancianos, sumos sacerdotes y
los escribas, el tribunal supremo de Israel. Comienza un nuevo modo de
inteligencia, a la hora de comprender su mesianismo y filiación divina, con el horror
que significa su futuro destino, y lo que provoca en sus discípulos. Se trata de la
necedad de la cruz, la que hace protestar a Pedro (cfr. 1 Cor.1, 23). Jesús se
vuelve contra Pedro, están hablando en planos distintos, “apártate de mí vista,
Satanás” (v.23), palabras durísimas, y que si el hombre no deja espacio para las
palabras y pensamientos de Dios, sencillamente se aparte de Dios, lo mismo le
había dicho Jesús a Satanás en el desierto (Mt. 4,1). Así como esa tentación estaba
al comienzo de su ministerio, ahora el portavoz es Pedro, al inicio de la subida a
Jerusalén. Los pensamientos de Dios están por sobre los de los hombres (cfr. Is.55,
8ss). Es la nueva inteligencia de los misterios de la persona de Jesús, a los que
gradualmente y pedagógicamente ÉL mismo nos introduce. Ahora Jesús los invita a
pasar del seguimiento exterior al seguimiento interior, dispuestos a sufrir la pasión,
es el seguimiento propiamente tal, con el que consigue ser verdadero discípulo de
Jesús. “Niéguese a sí mismo” (v.24), viene a significar no centrarse en sí mismo
sino que renunciar por un bien más elevado, como Jesús que se hizo siervo,
despojándose de su categoría de Dios (cfr. Flp. 2, 6-8). Cargar con la Cruz, encierra
la disposición a morir como Jesús, desasirse de sí mismo, si es voluntad de Dios,
hasta la muerte real, renuncia de la vida corporal. Poner a salvo la vida o perderla.
Se trata de dos caminos, dos acciones, conservar o perder, cada una de ellas con
sus propias consecuencias: la vida o la muerte. Trueque cuanto más misterioso.
Quien la quiere conservar, la pierde, en cambio, quien la había perdido, la recupera.
Quien esté dispuesto a seguirle, vivirá de estas palabras de Jesús y optará por
perder la vida por ÉL camino de Jerusalén. A mayor comprensión del misterio de
Jesús, mayor exigencia y compromiso. A cambio de la vida eterna, la verdadera
vida, no hay nada que se le pueda comparar, ni precio que el hombre pueda pagar.
Dios puede asegurar la vida incluso después de la muerte, devolvérsela por su
poder y amor misericordioso. Esta vida eterna procede de Dios, revelación de su
amor; ahora si el hombre se hace indigno de ella, no la conseguirá. Nuestro anhelo
debe estar dirigido a conseguir esta vida, pues si Jesús renunció a todos los reinos
del mundo, obedeció a Dios hasta la renuncia de esta vida, para recuperarla (cfr.
Mt. 4,8; Jn.10, 17). La alusión al Juicio final, es donde se sabrá quienes obtiene la
vida, y reciben la paga a sus obras, la sentencia es según como se haya vivido, en
cambio otros incurren, en perdición eterna. Lo que conduce a la vida eterna, es
renunciar a la propia vida, por amor a Jesús (cfr. Mt. 25, 31-46). Sólo el amor que
tengamos a Jesucristo será la medida con que llevemos la cruz que nos tiene
reservada a cada uno de sus discípulos.
Escuchemos a Teresa de Jesús. “Pues veis aquí, hijas, a quien más amaba lo que
dio, por donde se entiende cuál es su voluntad. Así que éstos son sus dones en
este mundo. Da conforme al amor que nos tiene: a los que ama más, da de estos
dones más; a los que menos, menos, y conforme al ánimo que ve en cada uno y el
amor que tiene a Su Majestad. A quien le amare mucho, verá que puede padecer
mucho por El; al que amare poco, poco. Tengo yo para mí, que la medida del
poder llevar gran cruz o pequeña, es la del amor. Así que, hermanas, si le tenéis,
procurad no sean palabras de cumplimiento las que decís a tan gran Señor, sino
esforzaos a pasar lo que Su Majestad quisiere. Porque si de otra manera dais la
voluntad, es mostrar la joya e irla a dar y rogar que la tomen, y cuando extienden
la mano para tomarla, tornarla Vos a guardar muy bien.” (Camino de Perfección
32,7).
Padre Julio Gonzalez Carretti OCD