Domingo XVIII/A
(Is 55, 1-3; Rm 8, 35.37-39; Mt 14, 13-21)
Dios quiere saciar nuestra hambre y sed
Necesitamos darnos cuenta que esa sed que tenemos, solo Dios la puede saciar.
Dios sabe de nuestra radical hambre y sed. Por eso ha preparado desde siempre
platillos sustanciosos y vinos de solera (primera lectura). Pero los fue distribuyendo
de a sorbos. Y cuando ya no aguantó su corazón nos dio a comer generosamente
como manjar el Cuerpo y a beber la Sangre de su Hijo Jesucristo, y quedamos
satisfechos (evangelio). Con este alimento tendremos fuerzas para satisfacer
nuestras necesidades espirituales y salir victoriosos ante las luchas diarias (segunda
lectura). E incluso nos sobrará para alimentar a nuestros hermanos necesitados.
Veamos las diversas hambres y los diversos tipos de sed que tiene el hombre de
hoy. Hambre y sed de Dios, que si no es canalizada nos hace caer en la tentación
paradisíaca “seréis como dioses”. Hambre y sed de espiritualidad, que si no es
orientada se convierte en supermercado donde cada uno satisface sus emociones y
sentimientos. Hambre y sed de libertad, que si no es formada desemboca en
libertinaje. Hambre y sed de fama y honra, que si no es purificada nos hace caer en
espectáculo apoteósico como a tantos faraones, reyes, guerreros, legisladores,
cantores y actores. Hambre y sed de dinero, que si no es controlada nos roba el
sueño y la paz. Hambre y sed de sexo, que si no es integrado con las otras
dimensiones del amor afectivo, amistoso y espiritual, nos devora, engulle y erotiza.
Hambre y sed de justicia, que si no es hermanada con la misericordia, nos empuja
a la crueldad. Hambre y sed de salud, que si no es equilibrada se convierte en
fuente de hipocondría. Hambre y sed de descanso, que si no es dosificada es
motivo de pereza y holgazanería.
El alma que de verdad ama a Dios no puede querer estar satisfecha y contenta
hasta que de veras posea a Dios. Todas las cosas que no son Dios, no sólo no la
satisfacen, sino que le aumentan el deseo de verle tal cual Él es (SAN JUAN DE LA
CRUZ, Cántico espiritual, 6, 4). El mundo también tiene sed –cada hombre y mujer-
pero no pocos todavía no se han dado cuenta de que el remedio es beber.
Sí, necesitamos darnos cuenta que esa hambre y sed que tenemos, solo Dios la
puede saciar. Y que cuando Jesús dice: “que venga y que beba”, necesitamos
reconocer que nos lo está diciendo a nosotros, a cada uno de nosotros. Y que es
verdad que esa sed cuesta mucho de sobrellevar muchas veces. Nos hace falta
darnos cuenta que eso que nos ocurre es que tenemos sed y que eso que nos
ocurre se salva yendo a beber: “que venga y beba”.
Dios en Cristo viene a saciar completamente nuestra hambre y sed interior. Ya
desde el Antiguo Testamento, Isaías nos hacía la invitación de Dios: “ Acudan por
agua…vengan, coman sin pagar vino y leche gratis…comerán bien…”. Esta
multiplicación de panes y peces, narrada hoy en el evangelio, es el anuncio y el
preludio de lo que Cristo será para todos nosotros: nuestro alimento; anticipo del
misterio de la Eucaristía. La metáfora de la comida y de la bebida es muy apropiada
para hacernos comprender otros bienes que nos regala Dios: su cercanía, su
perdón, su amor. ¡Cuántas veces Jesús utilizó el ambiente de una comida para
hacernos sentar a la mesa del perdón y salvación! Ahí está Cristo Alimento en cada
Eucaristía, en cada sacramento. Ahí está Cristo Alimento en el evangelio.
Pero también nos encarga “ denles ustedes de comer ”. No todo lo hace Dios. No
todo lo provee Cristo con sus milagros. Cristo da los panes y peces multiplicados a
los discípulos, y luego estos se los dan a la gente. Debemos compartir con Él su
compasión y su sintonía con el hambriento, en todos los sentidos de hambre y sed:
hable materia, sed espiritual y moral. Somos colaboradores de ese Cristo que
quiere saciar el hambre y la sed de la humanidad. ¡Qué triste sería quedarnos en un
rincón comiendo a solas el pan de nuestra fe, de nuestra esperanza, de nuestro
amor, de nuestra bondad! ¡Qué triste sería no compartir el vino de nuestra alegría,
de nuestro optimismo, de nuestra solidaridad, de nuestro consejo! San Juan Pablo
II dijo: “Pienso en el drama del hambre que atormenta a cientos de millones de
seres humanos, en las enfermedades que flagelan a los países en desarrollo, en la
soledad de los ancianos, la desazón de los parados, el trasiego de los emigrantes.
No podemos hacernos ilusiones: por el amor mutuo y, en particular, por la atención
a los necesitados se nos reconocerá como verdaderos discípulos de Cristo. En base
a este criterio se comprobará la autenticidad de nuestras celebraciones
eucarísticas” (Mane nobiscum Domine, 28).
Que María, nos obtenga el don de tener siempre hambre y sed de Dios y de acudir
a Él a comer y beber en cada Eucaristía, en cada sacramento, en la meditación
diaria en el santo Evangelio.
Padre Félix Castro Morales
Fuente: http://parroquiadelasoledad.org/ (Con permiso a homiletica.org)