Renovación
En alguna diócesis de América Latina, el obispo, ante la pregunta de su clero de por qué no
obraba en comunión con el Papa Francisco, según sus actitudes, propuestas e iniciativas,
respondió categóricamente: “El Papa manda en Roma, aquí mando Yo”. Como para apagar la
luz e irnos. Como si se tratara de poder. Como si el Evangelio fuera negociable o mero asunto
de caprichos antojadizos de mitras y de báculos. ¡Dios mío, dónde estamos!
Pablo nos habla de la urgente necesidad de renovar nuestras mentes. Habría que añadir, nuestros
corazones, nuestras costumbres palaciegas, nuestras relaciones humanas, nuestros encuentros,
nuestras liturgias. ¡Renovación! Una palabreja compleja, sujeta a amaños y quisquillocidades.
No llegan a las estructuras. Se quedan en la mera decoración. Cambian de fachada. Llámenla
como quieran, pero eso no es renovación. El evangelio es más exigente.
El camino de la ‘renovación’ exige “nacer de nuevo”, exige la cruz, exige la resurrección. Es un
cambio total. Pedro llama a Jesús aparte para decirle que su lenguaje es duro. Y Jesús en grito
estridente le dice: “Apártate de mí, Satanás”. El primer Papa es tildado nada menos que de
‘Satanás”. El camino propuesto por Pedro era el facilismo, la comodidad, seguridad. Para el
obispo arriba mencionado era el poder, la vanidad, la pompa. Jesús nos cambia la ruta.
Todo es de acuerdo al dolor y la pasión que llevamos dentro. A Jeremías lo cuece un fuego
devorador. A Jesús, la voluntad de su Padre. Al Papa Francisco, la sencillez, la humildad, el
amor a los Pobres. Tendríamos que ir preguntando en la escuela del discipulado qué es lo que
nos atormenta dentro, cuál celo, cuál amor nos lleva al seguimiento de Jesús, sabiendo como
debemos saber que se trata de una andadura nada fácil, nada cómoda, siempre apasionante.
Cochabamba 31.08.14
jesús e. osorno g. mxy
jesus.osornog@gmail.com