XVIII Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo A
Sociedad de San Vicente de Paúl en España.
«Conviene amar a los pobres con un afecto especial, viendo en ellos la persona del
mismo Cristo, y dándoles la importancia que Él mismo les dio». (SVdeP)
La escena de la multiplicación de los panes, es clave de lectura con el pasaje del
profeta Isaías, para confirmar cómo Dios sacia efectivamente el hambre de su
pueblo. Pero no sólo un hambre material, sino también el hambre existencial, el de
la necesidad de su Palabra, de su presencia en medio de la realidad humana que
desfallece constantemente. Porque el ser humano, se ha dejado impactar de tal
manera por su pecado, que ve amenazada su esperanza de que se alcance un día
una sociedad más justa, donde nadie sufra necesidad de pan, de amor, de
solidaridad, de justicia, de compañía de perdón.
El tema de fondo del Evangelio, nos lleva a ir en contra de todo tipo de
desesperanza o desánimo, que con frecuencia nos invade y nos hace dudar de la
soberanía de Dios y del Proyecto del Evangelio. Ante la irracionalidad del mundo y
ante la evidencia aterradora del dominio brutal de las realidades humanas, por
parte de unos pocos ambiciosos y violentos, Jesús nos sigue comprometiendo a
experimentar y a asumir que el primer interesado en que la fe de sus seguidores
esté firme, es Dios mismo, su Padre, y que con el respaldo de ese Dios, se sigue
habilitando la fidelidad de sus hijos, para que sigan luchando por la justicia, la
misericordia y la liberación de los empobrecidos, excluidos y marginados de este
mundo. Este es el milagro que se esconde de fondo en la multiplicación de los
panes.
Los discípulos y los interlocutores de Jesús, tienen que concretar en sus vidas y en
sus comportamientos éticos, la actitud de justicia y de solidaridad. Es que la justicia
en Mateo, está guiada por las siguientes coordenadas de navegación evangélica: El
no vanagloriarse, con total confianza, de las propias obras (Jesús tiene claro esto,
al poner en manos del Padre su sentir, pensar y actuar); debemos comprometernos
no con nuestra propia “justicia”, sino con la justicia de Dios, la liberación y
salvación de lo humano; y por último, el comprometerse por la justicia divina pasa
ineludiblemente por compartir la causa y el mismo destino de su Hijo, Jesús;
destino que desenmascaró y sigue desenmascarando la injusticia, soberbia y
violencia humanas. Estas son las coordenadas por las cuales debemos guiar nuestra
adhesión a Jesús.
El reinado de Dios, manifestado en la multiplicación de los panes, está abierto y
debe constituirse en la realidad histórica con los que no cuentan, con los ilegales,
con los que la sociedad y los sistemas políticos y religiosos van descartando,
considerándolos desechos de la humanidad.
Este pasaje, nos enseña a los discípulos de Jesús, hoy, aquí y ahora que, debemos
tomar conciencia de la presencia de Cristo sufriente entre nosotros, que tenemos
que seguir haciendo frente a la violenta oposición a los signos del Reino, en la vida
de muchos seres humanos que son más débiles y empobrecidos, que sufren
marginación, insolidaridad, hambre y muerte.
La salvación, es una buena noticia para todos, y los más afligidos, excluidos y
marginados tienen su lugar predilecto en el Reino que Cristo vino a instaurar.
Este gesto de Jesús, narrado por Mateo, debe movernos además, a compartir lo
que muchas veces nos sobra, pero, por nuestro deseo de poseer, no compartimos
con quienes más lo necesitan. Es, así mismo, la figura del banquete del Reino de
Dios, que disfrutarán los hijos e hijas de Dios en, por y con Jesucristo.
«¿Quién será el más perfecto de entre los hombres? Será aquel, cuya voluntad sea
más conforme con la de Dios; de forma que la perfección consiste en unir nuestra
voluntad con la de Dios, hasta el punto que la suya y la nuestra no sean,
propiamente hablando, más que un mismo querer y no querer.» (SVdeP)
Con permiso de somos.vicencianos.org