DECIMONOVENO DOMINGO ORDINARIO, CICLO A
(Isaías 19:9.11-13; Romanos 9:1-5; Mateo 14:22-33)
El hombre andaba angustiado. Su esposa acabó de diagnosticarse con cáncer.
Como si fuera perdido en una selva, el hombre no sabía que iba a hacer.
Entonces mientras estaba cerrando la puerta de la iglesia como era su
costumbre, sintió alguien abrazándolo. Era el Señor Jesús diciéndole que no se
desesperara, que todo saldría bien. Es este tipo de experiencia que el evangelio
reporta hoy.
Se interpreta la historia de Jesús caminando sobre el agua como la experiencia
de la Iglesia antigua. La barca representa la Iglesia cursando el tiempo hasta la
vida eterna. El mar es símbolo del mal siempre acechando a los cristianos para
hacerles daño. En la Iglesia antigua hubo varias amenazas que corresponden a
esta descripción como la persecución sistemática o aun la traición de sus propios
miembros. El pasaje asegura que Jesús no está ausente sino anda con la Iglesia
vigilándola y supliendo sus necesidades.
Podemos nosotros contar con su presencia. La primera lectura nos indica que
está escondido en las cosas más sencillas. Elías no encuentra a Dios ni en el
huracán ni en el terremoto sino en la brisa suave. Así lo percibimos
particularmente en el pan y el vino del altar. De la Eucaristía recibimos la fuerza
para mantenernos fieles a los mandamientos del Señor mientras andamos por
un mundo cada vez más desafiante. Ya la ética popular dice que cada uno tiene
que cumplir sus propios deseos sin impedir al otro de cumplir los suyos. Se fue
la idea que estamos aquí para servir a Dios por ayudar a uno y otro como
hermanos.
Sin embargo, no es así para nosotros discípulos de Jesús. En respuesta al
Señor, que viene a nuestro socorro, queremos imitar su cuidado para los demás.
Como Pedro en el pasaje, nos atrevemos a hacer que nos costará. Puede ser
ofrecer nuestra casa como refugio para uno de los niños huyendo las duras
condiciones en Honduras. O puede ser simplemente responder a la necesidad de
enseñar la religión en el programa parroquial de doctrina. De todos modos
deberíamos oír la voz de Jesús pidiéndonos: “Ven”. Que no nos enga￱emos el
compromiso será difícil. Los niños son personas humanas con mil necesidades.
Las clases de doctrina van a tener lugar a la misma hora que nuestras amistades
salen para el desayuno. Como Pedro vamos a gritar a veces, “Sálvame, Se￱or”.
“Sálvame, Se￱or” – decimos – preocupados por la duda que esté realmente con
nosotros, que su presencia no sea nuestro fingimiento. “Sálvame, Se￱or” de los
chismes de otras personas que no pueden aceptar que queremos cambiar
nuestras vidas para ser discípulos verdaderos. “Sálvame, Se￱or” de la traici￳n
de nuestro propio corazón que aferra a los antojos frívolos de la carne. Y el
Señor extenderá su mano en nuestro apoyo castigándonos un poquito pero más
importantemente asegurándonos. “’Hombre de poca fe -- dirá -- ¿por qué me
dudaste? (Estoy aquí entre ustedes siempre, más cerca de ustedes que ustedes
mismos. No se preocupen. Estoy aquí.)’”
Padre Carmelo Mele, O.P.