XIX Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo A
Javier Balda, C.M.
Soy yo, no tengáis miedo
Tener miedo es humano y, a veces, beneficioso porque nos hace tener la mente
fresca y nos ayuda a no creernos autosuficientes ante nuestras propias debilidades.
Pero sabemos muy bien hasta qué punto es peligroso dejarnos dominar y depender
de él. El miedo puede oscurecer nuestra conciencia, agarrotar nuestra voluntad y
convertirse en el motor que guíe nuestros actos. Es, entonces, cuando el miedo nos
hunde, nos debilita, nos impide tomar decisiones y no nos permite “caminar sobre
las aguas” y ser más fuertes que la “tormenta”.
Hoy vivimos situaciones internas y externas que engendran en nosotros miedos y
temores. Tenemos miedo a perder, tenemos miedo a la soledad, tenemos miedo a
no ser amados, tenemos miedo a la enfermedad, tenemos miedo a la pobreza,
tenemos miedo al qué dirán, tenemos miedo a ser consecuentes con nuestros
principios y valores, tenemos miedo a dar la cara por Cristo y su evangelio,
tenemos miedo…
Jesús sale a nuestro encuentro y nos dice que no tengamos miedo, que basta que
alarguemos la mano para asirnos a la suya, que su presencia a nuestro lado es más
fuerte que nuestro mismo miedo.
La fe nos da la seguridad de que la presencia de Jesús engendra y produce valor en
el verdadero discípulo para enfrentar las situaciones difíciles de la vida, le da la
fuerza necesaria para luchar y ser fiel con su vocación de testigo. También Jesús
tuvo miedo y por eso acudió a su Padre Dios en busca de esa fuerza que necesitaba
para seguir siendo fiel hasta el holocausto total en la cruz. Por eso lo importante es
aceptar a Cristo en nuestras vidas, hacer del evangelio el ideal de nuestras vidas
Con permiso de somos.vicencianos.org