DOMINGO XIX. CICLO A
DEJATE PRIMEREAR POR DIOS
EMILIO RODRIGUEZ ASCURRA / contactoconemilio@gmail.com / Twitter: @emilioroz
Las actividades diarias, la rutina, la cultura de lo efímero en la que todo dura solo un
instante, nos hace pasar desapercibidos ante la presencia sigilosa de Dios, pues él se
refugia en el silencio que todo lo contiene para darnos su palabra. Damos por
descontado que Él está en nuestra vida, en nuestras prácticas religiosas, en la piedad
personal, en la lectura espiritual, pocas veces nos detenemos a reflexionar si
verdaderamente es Dios quien ocupa este lugar central de nuestra vida.
Es común escuchar hablar de malos hábitos, conductas indecorosas, actos denigrantes
para el ser humano, pero pocas se oye acerca de la presencia de Dios en la vida interior
del hombre, en nuestro examen de conciencia son pocas las veces en que nos detenemos
a evaluar este punto, generalmente nos movemos en cierta superficialidad.
Cabe, entonces, hacernos algunas preguntas, ¿ocupa Dios el lugar más importante de
nuestra vida como cristianos?; ¿nos dejamos vencer fácilmente por la inmediatez y
damos por descontado el diálogo con el Padre?; ¿buscamos a Dios a cada momento
sabiendo que es él en realidad quien nos busca, dejándonos “primerear” por él, como
dice el Papa Francisco, o nos quedamos en la seguridad de nuestras prácticas religiosas
habituales?
El primero probado en la fe fue el mismo Pedro, a quien Jesús había puesto al frente de
su Iglesia, para que caminara con confianza sobre las aguas hacia él, sus dudas y temor
lo hicieron vacilar (Mt 14,22-33), sin embargo aquello que resulta imposible para los
medios humanos es posible para Dios. Elías buscaba a Dios allí donde él no estaba pero
en donde él se creía seguro de encontrarlo (1 Rey 19, 9. 11-13a). Así todos tenemos
hambre y sed de Dios, pues solo él tiene palabras de vida eterna (Jn 6,69), y ansiamos
encontrarlo para quedar saciados.
Quien se deja interpelar por Dios, escuchando a su Hijo, palabra encarnada, y asistido
por la gracia del Espíritu, descubre en sí su propia vocación cristiana: la de salir de las
propias seguridades y rutina al encuentro con Jesús en aquellos que aun caminan en
penumbras, que todavía no lo conocen, para hacer experiencia de fe y caridad. El
cristiano que ha perdido su capacidad de asombro ha quedado opacado, mientras que
quien la conserva ha renacido verdaderamente del agua y del espíritu y es capaz de
trascenderse a sí mismo.-