XIX Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo A
Sociedad de San Vicente de Paúl en España.
«Los pobres son mi peso y mi dolor». (SVdeP)
La Biblia nos narra con frecuencia episodios en los que la idolatría, la incredulidad y
la obstinación amenazan las experiencias de la fe auténtica. La principal amenaza
para la persona creyente, no es el ateísmo, como comúnmente se cree. El principal
riesgo proviene de unas creencias que la conduzcan a la escisión de su
personalidad, a la enajenación o al fanatismo.
Elías marcha al monte Horeb después de provocar una reacción negativa entre los
gobernantes, por su oposición al proselitismo agresivo comandado por los reyes de
turno. La situación del Reino del Norte era realmente caótica en el campo religioso
y social. Mientras los aristócratas y los comerciantes se enriquecían, la población se
hundía en la miseria. El mismo rey se había visto involucrado en atroces asesinatos
para apropiarse de tierras ajenas. Mientras los cereales escaseaban y la gente
pobre soportaba hambre, el rey alimentaba el ganado de sus establos con avena y
cebada. Esta situación, estaba por supuesto, legitimada por la religión y, desde
luego, no tenía relación con las tradiciones y las experiencias del pueblo. La huída
de Elías se debió a la lucha contra esas prácticas y a la abierta crítica que dirigió
contra los reyes.
Elías, cuyo nombre significa “El Señor es mi Dios”, va al encuentro con Dios en la
montaña, luego de sufrir una situación de persecución y amenaza contra su vida.
Sabe que el camino de lucha violenta contra el fanatismo sólo produce reacciones
adversas y apasionadas. La huída a la montaña se le presenta como la única vía
posible. Allí, en la montaña, el profeta redescubre su vocación, y reinicia su misión
bajo una nueva luz. El Dios que en el pasado se manifestó en cataclismos, ahora se
manifiesta en la brisa cálida y suave que acaricia el rostro del profeta, al caer de la
tarde. Elías comprende que Dios se hace presente en la experiencia de la
transformación de las personas que influyen positivamente en el pueblo, y no en las
contiendas con los fanáticos religiosos.
Una experiencia semejante la encontramos en la carta del apóstol Pablo, que nos
cuenta cómo sus paisanos, a causa de su obstinación, se niegan a aceptar la
novedad que Jesús representa dentro de las largas tradiciones del pueblo de Israel.
La obstinación, al igual que la idolatría y la incredulidad, se presenta cuando las
personas pierden su capacidad de discernimiento y se atan a expresiones religiosas
que ya no captan la novedad de Dios. La apertura hacia el misterio, hacia lo
indeterminado, hacia lo impredecible, hacia la promesa y la utopía, forma parte
constitutiva de la experiencia de fondo y fundamental del pueblo de Dios.
Esa misma apertura obliga a moldearse a la novedad de Dios y a aceptar el riesgo
de la interpretación, del diálogo y del cambio de actitud y de mentalidad.
El Evangelio de este domingo, a través de los símbolos de la barca, el agua y la
tormenta, nos invita a asumir el desafío de la fe, como único camino para ir al
encuentro de Jesús. La Fe, es un riesgo cotidiano que nos permite aceptar la oferta
de Dios, en medio de las situaciones más inesperadas e impredecibles.
Después del reconfortante signo de la multiplicación de los panes, viene el desafío
de realizar lo que Jesús pide: Marchar delante de Él, sin dejar de experimentar su
compañía. La Fe auténtica se manifiesta en esa decisión y en la certeza de contar
con Dios en medio de la tormenta y de la amenaza.
« ¿Qué Dios escogió a los pobres para hacerlos ricos en la fe? La fe es una gran
posesión para los pobres, ya que una fe viva obtiene de Dios todo cuanto
razonablemente queremos. Hijas mías, si sois verdaderamente pobres, sois
también verdaderamente ricas, ya que Dios es vuestro todo. Fiaos de él, mis
queridas Hermanas. ¿Quién ha oído decir jamás que los que se han fiado de las
promesas de Dios se han visto engañados? Esto no se ha visto nunca, ni se verá
jamás.» (SVdeP IX, 99)
Con permiso de somos.vicencianos.org